
Escribe: Martín Mayandía, socio de Petra Legal
La minería genera más de un millón de puestos indirectos y ha impulsado el surgimiento de proveedores nacionales de alto nivel tecnológico, desde ingeniería y automatización hasta gestión ambiental.
Proyectos como Las Bambas, Antamina, Quellaveco o Cerro Verde explican gran parte de los ciclos de expansión económica.
Para el Perú, dos sectores cumplen un rol decisivo en la orientación del crecimiento económico: la gran minería y la agroindustria. Ambos sostienen la expansión, generan divisas y empleo, y permiten convertir ventajas naturales en desarrollo efectivo. Sin embargo, su potencial continúa subaprovechado debido a una agenda política desalineada, la inseguridad jurídica y la postergación de decisiones estratégicas.
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Pese al auge global de los commodities, el Perú crece apenas entre 3% y 4% anual. La causa no es estructural, sino política: conflictos sociales no resueltos, proyectos paralizados y ausencia de una visión de desarrollo que articule seguridad, inversión y productividad.
La minería constituye el eje técnico y macroeconómico del país. Aporta entre 10% y 12% del PBI, más del 60% de las exportaciones y alrededor del 15% de la recaudación tributaria. Es la principal fuente de divisas, estabiliza el tipo de cambio y financia, vía canon, infraestructura, salud y educación en regiones históricamente rezagadas. Proyectos como Las Bambas, Antamina, Quellaveco o Cerro Verde explican gran parte de los ciclos de expansión económica, con inversiones acumuladas superiores a US$ 60,000 millones y un efecto multiplicador de hasta tres veces sobre sectores conexos.
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Más allá del empleo directo, la minería genera más de un millón de puestos indirectos y ha impulsado el surgimiento de proveedores nacionales de alto nivel tecnológico, desde ingeniería y automatización hasta gestión ambiental. Además, es un potente catalizador de infraestructura vial, energética y urbana. El reto no es reducir su peso, sino transformar la renta minera en conocimiento, innovación y desarrollo territorial sostenible, con planificación y estándares ambientales modernos.
Complementariamente, la agroindustria es el principal instrumento de inclusión productiva y generación de empleo masivo. En menos de 25 años, sus exportaciones crecieron de US$ 400 millones a más de US$ 10,000 millones anuales. Es intensiva en mano de obra, capaz de crear más de un empleo por hectárea cultivada, y ha posicionado al Perú como líder mundial en productos como arándanos, espárragos y quinua.
Su expansión depende críticamente de las grandes irrigaciones. Proyectos como Chavimochic III, Majes Siguas II, Alto Piura o Chinecas podrían incorporar más de 200,000 hectáreas y generar cientos de miles de empleos formales. Cada dólar invertido en infraestructura hídrica tiene una alta rentabilidad social y dinamiza economías regionales, reduce informalidad y crea una nueva clase media rural.
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El desafío es, ante todo, institucional. Implica destrabar proyectos largamente postergados, asegurar estabilidad jurídica para la inversión de largo plazo, mejorar de manera sustantiva la gestión del agua y diseñar un régimen laboral equilibrado que preserve la competitividad. La agroindustria es un instrumento central de cohesión social, descentralización económica y creación de oportunidades sostenibles en territorios históricamente excluidos del crecimiento.
La minería sostiene la estabilidad macroeconómica; la agroindustria distribuye el crecimiento. Juntas conforman el binomio estratégico del desarrollo peruano. La tarea pendiente es política y técnica a la vez: garantizar seguridad, adoptar decisiones firmes y construir una visión de largo plazo que permita alinear inversión, productividad y bienestar social bajo un marco institucional predecible y moderno.









