Durante medio siglo, las economías de Latinoamérica han decepcionado a los formuladores de políticas. Durante el mismo tiempo, los expertos han inventado consignas para describir el origen del pésimo crecimiento de la región.
Primero, los economistas lamentaron la “década perdida” de 1980, durante la cual una cadena de crisis fiscales llevó a dieciséis gobiernos de la región al incumplimiento de pagos. Los años noventa transcurrieron en la “trampa de los ingresos medios”, en la que, según la teoría, el complicado salto de la industria de la baja a la alta tecnología impide que los países se desarrollen a plenitud. Incluso a finales de la década de 2000, cuando repuntaron los precios de las materias primas, empezaron los murmullos sobre la “maldición de los recursos”, la cual llega cuando las bonanzas energéticas y mineras desincentivan la inversión en la industria manufacturera.
En 1962, el ingreso per cápita en Latinoamérica era tres veces superior al de Asia Oriental. Para 2012, ambas regiones tenían el mismo nivel. Para 2022, el de Asia Oriental era alrededor de un 40% superior al de América Latina. Cuando se toman en cuenta las diferencias de poder adquisitivo, el PBI per cápita de los latinoamericanos se ha estancado en poco más de una cuarta parte del de sus vecinos en Estados Unidos durante las últimas tres décadas. Según el Banco Mundial, entre 2010 y 2020, Latinoamérica fue la economía regional de menor crecimiento en el mundo.
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Ahora, las cosas van a empeorar todavía más. Se espera que el crecimiento sea del 1.9% en 2023 y se mantenga por debajo del 2% para 2024, en comparación con más del 4% en promedio de otros mercados emergentes. El Banco Mundial también predice que América Latina seguirá muy rezagada en términos de crecimiento económico per cápita hasta 2030. La pandemia golpeó con fuerza a Latinoamérica: entre marzo de 2020 y octubre de 2021 registró el mayor número de exceso de mortalidad de todas las regiones. Desde entonces, la recuperación económica se ha estancado.
¿Por qué están tan mal las economías latinoamericanas? En la región no hacen falta trabajadores, una de las razones que a menudo se dan para explicar una economía lenta. El crecimiento demográfico de América Latina ha sido uno de los más sólidos del mundo. Algunos de los lugares con las economías de crecimiento más lento, como Brasil y México, han tenido los mayores repuntes demográficos. En los últimos 30 años, en la región ha aumentado más del doble la población en edad de trabajar. La proporción entre trabajadores y dependientes sigue creciendo y no se espera que alcance su máximo sino hasta 2030. En contraste, China alcanzó su máximo en 2011.
En cambio, el problema parece ser que esos trabajadores no son muy productivos. Para los economistas, es extremadamente difícil medir la productividad, pero la mayoría de sus intentos muestran que Latinoamérica es deficiente. El ejercicio del Banco Mundial ubica a los trabajadores latinoamericanos como los segundos menos productivos del mundo, por detrás del Medio Oriente.
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México invariablemente es el menos productivo en la OCDE, un club conformado en su mayoría por países ricos. El crecimiento anual de la productividad en la región ha languidecido entre el 0.2% y el 0.5% desde 2000, según el Banco Mundial. En cambio, la productividad de Asia Oriental ha aumentado más de un 2% cada año.
Una inversión débil es una posible causa de la baja productividad. Si los formuladores de políticas y las empresas no invierten capital en nueva tecnología, infraestructura y educación, los trabajadores se quedan rezagados respecto de sus competidores. Latinoamérica invierte el equivalente a tan solo el 20% de su PBI regional, en comparación con el 25% del PBI del mercado emergente promedio.
Sin embargo, incluso en los países donde la inversión ha sido elevada, el PBI sigue languideciendo. La inversión nacional anual de México equivale al 22% de su PBI. Entre 2017 y 2021 atrajo en promedio una inversión extranjera directa anual de otro 2.8% del PBI. Aun así, al final de este periodo su economía no fue mayor que al principio (la pandemia no ayudó).
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En todo caso, el FMI considera que culpar a la inversión por el bajo crecimiento confunde la causa con el efecto. Según su análisis, el bajo crecimiento de América Latina es el causante de su baja inversión. La inversión nacional depende del ahorro doméstico, el cual es relativamente poco entre los trabajadores de la región debido a sus bajos salarios. Y el capital extranjero es escaso porque los inversionistas creen que poner su dinero en otra parte les dará mejores ganancias.
En cambio, varias tendencias a largo plazo contribuyen al problema de productividad de Latinoamérica. Una es la educación. Antes de la COVID-19, los jóvenes latinoamericanos de 15 años estaban rezagados, en promedio, tres años respecto de sus pares de la OCDE en los exámenes de Ciencias, Matemáticas e Inglés.
Es probable que esta brecha sea peor ahora: según Unicef, el fondo de la ONU para la infancia, las escuelas de América Latina y el Caribe tuvieron algunos de los cierres más prolongados, pues permanecieron cerradas por completo durante 158 días entre marzo de 2020 y febrero de 2021, en comparación con el promedio mundial de 95 días.
¿Trabajo de 9 a cuándo?
Las opciones son limitadas para quienes desean la mejor educación, ya que la región tiene pocas universidades de clase mundial. La OCDE calcula que menos de la mitad de los latinoamericanos tienen la capacidad de realizar tareas básicas con una computadora. Es probable que esto provoque que las empresas en busca de trabajadores más baratos especializados en sistemas prefieran explorar en Asia y África. En una cumbre celebrada el año pasado, las empresas tecnológicas estadounidenses que reclutan en Guatemala y Chile se quejaron de que no encontraban trabajadores para cubrir las vacantes que ofrecían.
Un segundo problema es que la región tiene muchos oligopolios. En Chile, las 50 principales empresas representan más del 70% del PBI. En Colombia, los conglomerados estatales representan el 25% de los ingresos de las 100 mayores empresas. Las empresas latinoamericanas disfrutan de mayores márgenes de utilidades que las del resto de la OCDE. Los gobiernos empeoran el problema, pues a menudo acordonan sectores para impedir la entrada de nueva competencia o aumentan los costos con trámites burocráticos.
En ausencia de la disrupción, que elimina la presión para innovar, las empresas viejas e improductivas sobreviven. En las tres últimas décadas, los países latinoamericanos se han diversificado en promedio mucho menos en términos de producción y las exportaciones proceden de sectores menos productivos, según Shannon O’Neil, del Consejo de Relaciones Exteriores, un centro de investigación estadounidense. Las leyes de competencia son escasas y la corrupción no ayuda. Hay demasiadas partes de la región donde se permite que prosperen acuerdos sospechosos entre empresas y gobiernos.
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No obstante, el mayor problema es un enorme sector informal. En Brasil y Perú, más de la mitad de la fuerza laboral en potencia trabaja de manera informal. En Bolivia, la proporción es del 82%, según la Organización Internacional del Trabajo. Según un estimado, Latinoamérica tiene la economía sumergida de más rápido crecimiento en el mundo, en términos de PBI per cápita.
Los trabajadores informales son menos productivos. Para pasar desapercibidas, las empresas se quedan en una escala pequeña. Esto quiere decir que no pueden aumentar la producción, lo cual reduciría sus costos. El sistema financiero también se ve afectado cuando gran parte del valor está vinculado con empresas y trabajadores informales que no utilizan bancos convencionales. La creación de créditos se sofoca, lo que significa que menos empresas obtienen préstamos.
La informalidad muestra que una economía está enferma, pero “no es la enfermedad”, afirmo Santiago Levy, investigador de la Institución Brookings, un centro de investigación. Así como el crecimiento lento, las economías ilegales no crecen por sí solas.
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En gran parte de la región, los altos costos de contratación —en la forma de burocracia, cotizaciones a la seguridad social y salarios mínimos— desalientan a las pequeñas y medianas empresas de contratar por la vía formal. En algunos lugares, como Argentina, las estrictas leyes laborales casi imposibilitan el despido de empleados. Según el Banco Mundial, el salario mínimo en Colombia es más alto que en la mayoría de los países de la OCDE, en relación con los niveles de ingresos medios.
La corrupción en el sector formal —como cuando un funcionario de aduanas pide un soborno o un policía se hace de la vista gorda frente a la criminalidad— también reduce el costo del ingreso al sector informal. Las mujeres, quienes debido a las normas tradicionales de género suelen ocuparse de los niños además de trabajar, tienden a favorecer la flexibilidad y la rápida rotación de estos empleos.
Levy, quien fue economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, una organización regional, también cree que la estructura de algunos programas de bienestar, como Bolsa Familia en Brasil, puede hacer más atractivo el trabajo informal. Estos les ofrecen atención médica a los trabajadores informales, la cual puede considerarse más valiosa que la disponible para las personas con empleo de tiempo completo. Además, no obligan a las empresas a pagar las cotizaciones de salud de sus empleados.
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A los políticos les cuesta trabajo abordar la mayoría de estos problemas. Unos 300 millones de personas en todo el continente dependen de las ayudas financieras sociales para sus ingresos, atención médica o la educación de sus hijos. El riesgo de perder sus votos impedirá que se realicen cambios drásticos a estas políticas a corto plazo.
Mientras tanto, tomar medidas drásticas contra los oligopolios podría poner en peligro una fuente de financiamiento de campañas políticas. Hacer a las industrias más competitivas también reduciría los beneficios. Es probable que los avances en educación sean lentos, sobre todo porque la región cuenta con varios sindicatos poderosos de profesores.
Dinero a cambio de nada
Latinoamérica necesita replantear su política económica. Ahora que Estados Unidos está desvinculando un número cada vez mayor de industrias y tecnologías de China, sus vecinos del sur también corren el riesgo de quedarse fuera de su red. La mayor parte de la bonanza de políticas industriales del presidente Joe Biden continuará regresando la industria a casa. Sin embargo, los pocos beneficios que podría obtener la región —México, en particular— del “friendshoring”, o de la reapertura de China, están en riesgo si América Latina no puede encontrar trabajadores y empresas innovadoras para satisfacer la demanda.
La transición verde encierra una combinación similar de promesas y peligros. Por un lado, la riqueza de Latinoamérica en cobre, minerales de tierras raras y litio ha despertado el interés de las multinacionales. El truco será lograr que estas grandes empresas reorienten su interés en los recursos de la región hacia sus industrias. Los gobiernos latinoamericanos quieren que las empresas que vienen por sus minerales estén obligadas a refinarlos en la región, para luego construir ahí baterías y vehículos eléctricos.
No obstante, se necesitarán una astuta formulación de políticas y un mejor entorno empresarial para que las firmas se queden. Un sector informal más pequeño y una mayor competencia contribuirían en gran medida a lograr ese objetivo. Si no aprovechan ahora estas oportunidades, los formuladores de políticas corren el riesgo de dar lugar a una nueva década de crecimiento lento… y a una consigna más para describirlo.
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