
Para el presidente Xi Jinping, lo que comenzó como un año desafiante termina con un tono triunfal.
China no tuvo rival a la hora de enfrentarse a la renovada guerra comercial de Donald Trump, ejerciendo su dominio sobre las tierras raras para obtener concesiones en materia de aranceles y controles de exportación. Los productos chinos encontraron nuevos destinos fuera de Estados Unidos, lo que impulsó su superávit comercial por primera vez por encima de US$ 1 billón.
A pesar de las restricciones de Washington, las empresas chinas de inteligencia artificial siguieron avanzando y sus fabricantes de chips se lanzaron al mercado de ofertas públicas iniciales, impulsados por el llamado de Xi a la autosuficiencia tecnológica.
En el escenario diplomático, Xi proyectó fortaleza. Acompañado por dos docenas de líderes extranjeros, presidió un gran desfile militar en Pekín, mostrando que China cuenta con el poder duro para respaldar su visión de un nuevo orden mundial. Semanas después, Xi se reunió con Trump en Corea del Sur para lo que el presidente estadounidense calificó una “reunión del G2”, un lenguaje inusual que valida el viejo anhelo de Pekín de ser tratada como un igual por la principal superpotencia del mundo.
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Incluso el gabinete de Trump, integrado por halcones frente a China, moderó su retórica, y el principal diplomático estadounidense, Marco Rubio —anteriormente sancionado por Pekín— llamó este mes a una gestión “madura” de la relación.
“Este año fue mucho mejor para Xi Jinping de lo que razonablemente podría haber esperado”, dijo Jonathan Czin, investigador de la Brookings Institution y exanalista de China en la Agencia Central de Inteligencia. “Por cualquier medida, Xi está en una mejor posición que hace un año”.
Con Trump incapaz de imponer nuevos aranceles o restricciones a los chips hasta que Estados Unidos desarrolle su propia industria de minerales críticos, la pregunta es cómo utilizará Xi esa ventaja.
Pekín ya está presionando con más fuerza en temas como Taiwán, como lo demuestra una ofensiva económica contra Japón por la isla autogobernada. El ejército chino también inició una nueva ronda de maniobras alrededor de Taiwán después de que EE.UU. anunciara uno de los mayores paquetes de armas de su historia para la democracia de 23 millones de habitantes. Y China ha mostrado pocas señales de alejarse de su modelo basado en la manufactura, que el presidente francés Emmanuel Macron calificó recientemente como una cuestión de “vida o muerte” para la Unión Europea.

Una procesión de líderes de Alemania, Reino Unido e Irlanda que pasarán por Pekín a comienzos de 2026 pondrá a prueba la capacidad de Xi para capitalizar su nueva posición antes de la visita de Trump en abril. Entre las demandas de China estará un cambio en el lenguaje, vigente desde hace décadas, de EE.UU. sobre Taiwán, dijo Wu Xinbo, profesor chino que ha asesorado previamente al Ministerio de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, detrás de las victorias diplomáticas, Xi todavía enfrenta numerosas preocupaciones internas, desde vulnerabilidades estructurales de la economía hasta una purga de personal que ha alcanzado lo más profundo de la élite militar y del partido.
“El dolor de cabeza de Xi definitivamente no es la política exterior, y ciertamente no Donald Trump”, dijo Jörg Wuttke, socio de Albright Stonebridge Group en Washington y ex presidente de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China. “Es, diría yo, principalmente la propia economía china”.
A primera vista, la economía de China tuvo un buen desempeño en 2025. El auge de las exportaciones mantuvo el crecimiento encaminado hacia el objetivo de alrededor de 5% sin un estímulo masivo, mientras los fabricantes chinos avanzaron en la cadena de valor.
Sin embargo, ese impulso se está debilitando. La inversión se encamina a su primera contracción anual desde 1998, las ventas minoristas registraron su peor ritmo fuera de la pandemia y los precios de las viviendas nuevas volvieron a caer en noviembre, afectados por una crisis inmobiliaria sin un final a la vista.
Para apuntalar el crecimiento, el gobierno se comprometió a ampliar su base de gasto fiscal en 2026, expandiendo la inversión centrada en sectores prioritarios como la manufactura avanzada, la innovación tecnológica y el desarrollo del capital humano, según un comunicado del Ministerio de Finanzas difundido el domingo.
Las ansiedades políticas también están en aumento. Xi investigó este año a un número récord de funcionarios de alto rango por corrupción, tras purgar a decenas de generales. La competencia por los cargos se intensificará en torno a octubre, cuando China comience la cuenta regresiva de un año hacia el congreso del Partido Comunista, donde Xi probablemente buscará un cuarto mandato.
Si bien no hay evidencia de que el poder de Xi esté siendo desafiado, su ofensiva ha generado interrogantes sobre el estado del ejército y su preparación para combatir, especialmente considerando que funcionarios estadounidenses afirman que Xi instruyó al Ejército Popular de Liberación a estar en condiciones de invadir Taiwán para 2027.
“Para China, hay mucha más turbulencia en el plano interno”, dijo Alfred Wu, profesor asociado de la Escuela de Políticas Públicas Lee Kuan Yew de la Universidad Nacional de Singapur.
Parte de la renovada confianza de China en el escenario mundial este año puede atribuirse a Trump, cuyo regreso a la Casa Blanca fue celebrado por muchos en China como una ventaja para su país.
Bajo el presidente de “Estados Unidos primero”, el repliegue estadounidense de instituciones internacionales y de la ayuda exterior creó un espacio para que China ampliara su influencia. Y al escalar una guerra arancelaria solo para retroceder cuando escasearon los suministros de minerales críticos para la manufactura, Trump reforzó la convicción de Xi de que la fortaleza —y no el compromiso— es la respuesta más eficaz a la presión estadounidense.

A lo largo del año, Xi observó cómo Trump desmantelaba políticas que durante mucho tiempo habían irritado a Pekín. Washington suavizó los controles a las exportaciones diseñados para restringir al ejército chino, negó al presidente de Taiwán el permiso para hacer escala en Nueva York y tensó las relaciones con India, un socio que EE.UU. había cultivado durante años como contrapeso estratégico frente a China.
Un grupo de destacados observadores de China en EE.UU. incluso ha comenzado a preguntarse qué podría aprender Occidente de su rival.
Kaiser Kuo, fundador del podcast Sinica, capturó el debate en un ensayo reciente en el que argumentó que China ha dado a los países del Sur Global pruebas de que un sistema liderado por el Estado y centrado en la inversión en infraestructura puede integrarse a los mercados globales sin sacrificar la autonomía política, pese a las afirmaciones estadounidenses en contrario. “Se admire o no este modelo, su éxito no puede negarse”, escribió.
Una ola de introspección también se extendió por EE.UU. El politólogo Rush Doshi publicó el mes pasado un artículo en The New York Times en el que analizó “el momento en que China demostró que era el igual de Estados Unidos”, calificando la cumbre Trump-Xi como un cambio tectónico en la política entre grandes potencias. El ex presidente de Google Eric Schmidt, casi al mismo tiempo, coescribió un artículo titulado China está construyendo el futuro, con el subtítulo “Estados Unidos puede aprender de su éxito tecnológico”.
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Sin embargo, ese reconocimiento de los logros de China en áreas como los vehículos eléctricos llega en medio de llamados más amplios a crear una economía más equilibrada. El dominio manufacturero chino está respaldado por un amplio apoyo estatal, que desvía recursos que podrían haberse destinado a reforzar las redes de protección social y el consumo.
Aunque fortalecer la demanda interna ha sido identificado como un objetivo clave para 2026, un esquema del próximo plan quinquenal del país mantuvo como máxima prioridad la construcción de un “sistema industrial modernizado”.
Mientras Xi emerge de la guerra comercial de Trump con una imagen más estratégica y previsora que la de su rival, hay pocos incentivos para cambiar de rumbo.
“Xi probablemente llega a 2026 con la expectativa de poder empujar a Estados Unidos a modificar su política sobre Taiwán y tecnología”, dijo Rana Mitter, titular de la cátedra ST Lee en relaciones Estados Unidos–Asia en la Escuela Kennedy de Harvard. “Si logra eso, China puede convivir con los aranceles”.








