La inflación galopa desbocada en todo el mundo. Las tasas de interés de Estados Unidos, la fuerza más poderosa que mueve el dinero más allá de las fronteras y de las que ninguna economía puede esconderse, aumentan más rápido de lo que lo han hecho en 40 años, arrasando con una serie de bancos en su camino.
En particular en América Latina, cabría esperar que se produjera un caos económico.
Después de todo, Argentina es… Argentina. En Brasil, un nuevo presidente arremete contra el banco central e intenta relajar las regulaciones presupuestarias del país. El líder de México apunta a sus instituciones electorales y cede a los militares parte de los servicios gubernamentales.
Chile nuevamente intentará rehacer la Constitución después de no lograrlo la primera vez. Y el mandatario de Perú intenta cerrar el Congreso, pero es encarcelado.
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La adición de problemas económicos al desorden político sería más que suficiente para invitar al presente a sumarse a la compañía de la distinguida serie de catástrofes económicas de América Latina, comenzando con la crisis de deuda de la década de 1980, cortesía de la cruzada antiinflacionaria del presidente de la Reserva Federal de ese momento, Paul Volcker.
Y, sin embargo, de alguna manera, las vulnerables economías de la región, se sostienen. Los flujos de capital a los mercados emergentes que monitorea el Instituto de Finanzas Internacionales se volvieron más volátiles desde que la Fed comenzó a subir las tasas el año pasado.
Pero el dinero no se ha vuelto loco. Carmen Reinhart, execonomista en jefe del Banco Mundial y ahora profesora de la escuela de negocios Kennedy School de Harvard, señala que los mercados están reaccionando de forma positiva simplemente porque “vieron que la política macroeconómica estaba en una trayectoria razonable”.
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Los flujos de cartera extranjera hacia acciones y bonos latinoamericanos promediaron más de US$ 10,000 millones en los primeros dos meses del año y se suman a los más de US$ 50,000 millones desde que la Fed comenzó a subir las tasas en abril del año pasado.
Hay pocos datos sobre flujos de capital desde la quiebra de Silicon Valley Bank. Pero las monedas de la mayoría de las economías más grandes de América Latina (sí, no la de Argentina) se han fortalecido frente al dólar en las últimas semanas.
Las cosas aún pueden salir mal en la región. Pero hasta ahora, América Latina ha convencido a los mercados de que puede separar su política macroeconómica de su política monetaria más desordenada y animada.
El último informe del Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacional, publicado en octubre pasado, estimó que, en su conjunto, América Latina registraría en 2022 un presupuesto primario equilibrado (antes de considerar el servicio de la deuda) y un pequeño déficit primario este año de 0,4% del producto bruto interno .
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Esta es una política fiscal mucho más rígida que la que prevalece en la mayoría de las demás regiones del mundo. Pero no solo la política fiscal es estricta. En comparación con la Reserva Federal, los banqueros centrales de América Latina parecen halcones monetarios de mirada fría. Comenzaron a subir las tasas de interés antes y las ajustaron de forma mucho más agresiva.
A pesar de todo el ajuste de la Fed, las tasas reales en Estados Unidos siguen siendo negativas. La tasa de interés de política monetaria de Brasil se encuentra aproximadamente 8 puntos porcentuales por encima de la inflación.
En México no solo las tasas reales rondan el 3,5%. Una Administración aparentemente izquierdista ha estado manejando sus cuentas fiscales como un sobresaliente estudiante del FMI (tanto es así, que en el punto álgido de la pandemia de COVID, los economistas del FMI acusaron al Gobierno de México de ser demasiado tacaño). En realidad, no es ninguna sorpresa que el peso haya cotizado en su nivel más alto frente al dólar en cinco años.
Al parecer, aprendieron la lección. América Latina ha pasado por crisis financieras demasiadas veces como para permitirse ceder ante otra sin luchar.
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La ortodoxia económica se ha afianzado en la mayor parte de la región (sí, no en Argentina). No solo hay más bancos centrales independientes, sino que persiguen objetivos de inflación creíbles. Los déficits de cuenta corriente no son grandes y la mayor parte de la deuda está en moneda nacional, en lugar de dólares.
Regulaciones fiscales como la que critica el presidente Luiz Inácio Lula da Silva prevalecen en toda la región, lo que limita la acumulación de deuda. Y las reservas de divisas siguen siendo bastante sólidas.
Los países latinoamericanos todavía tienen trabajo por hacer para combatir la inflación en casa. La economía mundial se está desacelerando. Y, a diferencia de lo que ocurría durante la Gran Recesión, cuando el apetito chino por los bienes básicos rescató a las economías de la región, hoy China no está en condiciones de ayudar a nadie.
Además, la Fed aún no ha controlado la inflación en Estados Unidos Una vez que supere sus temores sobre la fragilidad de los bancos, es muy probable que vuelva a elevar las tasas de forma brusca, frenando los flujos de capital internacionales hacia el mundo en desarrollo. “Los aumentos en las tasas de interés internacionales nunca son positivos para las economías emergentes y, en particular, para América Latina”, dijo Reinhart.
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Y luego está la política díscola. Martín Castellano, economista jefe para América Latina del Instituto de Finanzas Internacionales, destaca el valor de la estabilidad institucional latinoamericana de cara a los desafíos políticos. “Hay más mecanismos de equilibrio de poderes que han ayudado a contener radicales propuestas de política monetaria”, señaló.
Pero es posible que eso no dure mucho, especialmente si un crecimiento económico más lento invita a un mayor descontento. “La coherencia de las políticas monetarias ha ayudado a la región a superar los momentos difíciles por los que ha pasado en los últimos años”, señaló Reinhart. “Pero si el lado político comienza a adoptar el populismo, todo se volverá más difícil”.
Si eso sucede, entonces 2023 podría unirse al club, junto con la crisis de deuda de 1982, la crisis del tequila de 1994, la crisis de deuda asiática que derrumbó a Brasil en 1998, el estallido de la primera burbuja de internet, la crisis financiera mundial de 2008, el final del superciclo de los productos básicos en 2014 y el COVID en 2020, cuando una parte de la economía mundial se sacudió y derribó una parte de América Latina.
Por Eduardo Porter
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