
La guerra con drones ha llegado a Colombia. En los últimos meses, las fuerzas de seguridad del país han sido blanco de una serie de ataques con drones por parte de grupos armados, compuestos por casi media decena de bandas de narcotraficantes y milicias revolucionarias que llevan más de 60 años luchando contra el gobierno. Han atacado a soldados en patrulla, bases militares, comisarías de policía y buques de la Armada.
“Las antiguas guerrillas intentaron mil veces conseguir misiles y nunca lo lograron”, afirmó Humberto de la Calle, exvicepresidente de Colombia, tras una oleada de ataques con drones este verano. “Esto nunca había sucedido antes en Colombia”.
Las facciones armadas llevan años utilizando drones. El Clan del Golfo, una banda de narcotraficantes, los utilizaba para el contrabando en 2016. Dos años más tarde, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), un grupo paramilitar, comenzó a utilizarlos para la vigilancia. Pero el uso de drones armados por parte de las bandas no comenzó hasta 2023.
El año pasado, un niño de diez años fue la primera persona en Colombia en morir por un dron después de que este lanzara una granada sobre un campo de fútbol. Desde entonces, los ataques han aumentado de manera considerable. El grupo de investigación Armed Conflict Location and Event Data (Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados, ACLED, por su sigla en inglés), con sede en Estados Unidos, ha registrado más de 80 ataques con drones en Colombia por parte de grupos no estatales desde principios de año, frente a los menos de 20 de 2024.
Los ataques aéreos desde helicópteros y aviones, que son competencia exclusiva de las fuerzas armadas colombianas, se ven ahora superados en número por los ataques con drones. Los grupos armados colombianos ya estaban en primera línea. Desde su elección en 2022, Gustavo Petro, presidente de Colombia, ha aplicado una política de “paz total”, y ha negociado con casi todos los grupos armados del país a la vez.
Pero la política ha fracasado. Las milicias han aprovechado los altos al fuego para reagruparse, rearmarse y entrenarse con drones. Han reclutado a más personas y han conquistado territorio. En enero, el ELN lanzó una ofensiva en Catatumbo, en el este del país, donde desde entonces ha llevado a cabo varios ataques con drones. Las imágenes muestran a soldados colombianos que se dispersan cuando un proyectil de mortero, lanzado desde arriba, explota junto a ellos.
Cauca, una provincia occidental donde las bandas luchan por el acceso al océano Pacífico, es otro punto de conflicto. En julio, una facción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) atacó una lancha patrullera de la Armada con un dron de visión en primera persona (FPV), del tipo que es pilotado por un operador que observa a través de su cámara.
El piloto lo estrelló contra la embarcación y el dron explotó, al estilo kamikaze. Fue quizás el primer uso mortal de drones FPV en Colombia. Una de las razones del aumento de los ataques es la disponibilidad de drones comerciales baratos, fabricados en su mayoría en China, que los grupos armados pueden modificar para transportar bombas. Otra es el uso de drones en la guerr guerra de Ucrania.
La aparición de videos de ese conflicto fue un “momento decisivo” que mostró a los grupos armados latinoamericanos lo que se podía conseguir, afirma Henry Ziemer, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos de Washington.
Miles de combatientes colombianos se han unido al conflicto en Ucrania como mercenarios; se dice que algunos se han alistado en la legión extranjera de Ucrania para adquirir experiencia con los drones. Se cree que los narcotraficantes mexicanos, que también han aumentado su uso de drones, han hecho lo mismo. Los operadores de drones colombianos son mucho menos hábiles que los ucranianos.
Aunque “es fácil empezar a utilizar drones, es más difícil utilizarlos de forma muy eficaz”, como señala Ziemer. Según la base de datos de ACLED, pocos de los ataques lanzados en Colombia logran realmente matar a uno o más de sus objetivos.
Aun así, las fuerzas armadas están preocupadas. Saber que sus enemigos operan drones es suficiente para limitar lo que los soldados están dispuestos a hacer. Y es probable que el uso de drones aún esté lejos de alcanzar su punto álgido. A medida que grupos como el ELN y el Clan del Golfo adquieran experiencia en el uso de estos dispositivos, es probable que mejore su capacidad para causar graves daños con ellos.
Las fuerzas armadas están empezando a contraatacar. Este año, una empresa aeroespacial estatal desarrolló el Dragom, el primer dron de ataque producido en Colombia. En octubre, la Fuerza Aérea creó su propia unidad de drones. El gobierno también ha gastado US$ 25 millones en equipos de interferencia fabricados en Estados Unidos para defender las bases del ejército.
Es posible que despliegue estos equipos para proteger los mítines y las casillas de votación durante las elecciones del próximo año. No está claro si estas medidas funcionarán. A diferencia de Ucrania, donde la mayor parte de los combates tienen lugar a lo largo de una línea de frente bastante continua, los grupos armados de Colombia luchan por el control de pequeñas zonas, repartidas por todo el país.
Esto dificulta la lucha contra los drones con interferentes sin perturbar las comunicaciones civiles. Otra solución es tomar medidas drásticas contra las cadenas de suministro: el gobierno está tratando de endurecer las restricciones a la importación e introducir un sistema de permisos más estricto para la propiedad de drones. Pero es probable que las redes de contrabando se adapten con rapidez.
Mientras tanto, los drones armados se están extendiendo más allá de Colombia. En septiembre, un dron atacó una prisión en Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador. El mes pasado, bandas de Brasil utilizaron drones para lanzar granadas a la policía durante una redada en Río de Janeiro. La guerra con drones ha azotado a Colombia. Y parece que también va a sacudir la región.









