
Sí, ya sé. Estamos en plena etapa post Navidad. Puede ser que hayas recibido varios regalos: una vela con aroma a “bosque escandinavo”, un termo más a tu colección, para recordarte que debes tomar más agua, o algo que aún no sabes bien dónde guardar ni a quién volver a regalar.
Pero hoy no vengo a hablarte de eso.
Hoy quiero proponerte una lista distinta.
Una lista que, lamentablemente, nunca está en oferta. No te voy a hacer publicidad engañosa: cuesta. Debo advertirte que tampoco llega por delivery; vas a tener que ir a buscar cada cosa por tu cuenta y, a veces, puede haber mucho tráfico. Vivimos colapsados de estímulos. A estas alturas de mi texto ya sabes que no vamos a hablar de compras convencionales, sino de decisiones. ¿Listo?

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1. Silencio.
Del verdadero. Del que incomoda. Del que no se rellena con Netflix de fondo, playlists eternas o grupos de WhatsApp. El silencio se ha vuelto un lujo porque implica apagar estímulos y escucharte. Y sin silencio no hay claridad, solo ruido disfrazado de productividad o de relaciones de relleno.
2. Hambre voraz (no puedo evitar la publicidad subliminal).
Hambre por vivir, así de simple. Porque cuando vivimos para aparentar, para acumular likes o validaciones, nos quitamos tiempo preciado. No regales ni un solo segundo buscando aprobación ajena: siempre sale carísima.
3. Un límite claro.
Con el trabajo, con las personas y con la hiperdisponibilidad. No todo es urgente. No todo merece respuesta inmediata. No tienes que estar en todo ni con todos. Poner límites no te hace menos comprometido; te vuelve más estratégico.
4. Un propósito menos grandilocuente.
No necesitas salvar al mundo este año. El propósito no siempre es épico; muchas veces es silencioso y cotidiano.
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5. Tiempo sin WiFi.
Sí, incluso en el avión. Especialmente en el avión. La obsesión por estar siempre conectados nos está desconectando de lo esencial: pensar, observar, aburrirnos un poco. Y el aburrimiento —aunque no lo parezca— es profundamente fértil.
6. Una conversación incómoda pendiente.
Con tu equipo, con tu socio, con tu jefe o contigo mismo. Las conversaciones incómodas no desaparecen cuando se postergan; solo se encarecen.
7. Menos kilos.
No en el cuerpo, sino en la mente. Aunque bien sabemos que los temas emocionales también traen las peores contracturas. Regálate ligereza. Prométeme hacer una purga honesta de situaciones, clientes, relaciones y compromisos que solo drenan tu energía.
8. Sustancia.
De la que devuelve el alma al cuerpo. Más relevancia. Más profundidad. Menos pose. Más verdad.
9. Una renuncia consciente.
A un proyecto que ya no viene al caso. A una relación tibia. A una expectativa ajena que cargas por inercia. No todo lo que empieza debe continuar. Saber soltar también es madurez profesional.
10. Una silla extra.
De esas plegables, simples, sin diseño, para tener siempre un lugar para alguien más. Para escuchar, invitar, compartir sin agenda. La generosidad no siempre es dar cosas; a veces es hacer espacio.
No sé cuál de estos regalos vas a elegir. Solo recuerda que, al final, lo que no eliges, te elige. Y en tiempos de inflación emocional, elegir bien es una inversión inteligente.









