Escribe: Enrique Castillo, periodista.
Muy pocos o casi nadie esperaba que el paro del miércoles pasado fuese un éxito. Quizás porque la mayoría creyó que los gremios de transportistas “oficiales” –¿u oficialistas?– y los “piratas” iban a quebrar el paro. Quizás porque muchos pensaron que una tercera paralización ya era demasiado, y que la que población ya no se iba a sumar. Quizás porque se asumió que los potenciales participantes se iban a asustar con el duro y amenazante discurso de la presidenta Dina Boluarte y del Gobierno. O quizás porque algunos creyeron que iba a ser un paro violento y politizado.
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Pero fue un éxito. Porque para sorpresa de muchos no fue un paro de transportistas solamente –sector que participó mayoritariamente–, sino que se convirtió en una protesta de comerciantes, bodegueros, emprendedores, universitarios y ciudadanos de todos los sectores de los distritos más populosos de la capital, que sufren las consecuencias del avance de la delincuencia en general, y de la extorsión y el sicariato en particular.
Fue un éxito porque a pesar de ser una tercera convocatoria, sigue vigente y más encendida que nunca la frustración, desesperación y la impotencia de la ciudadanía por el avance de la delincuencia y por la incapacidad del Estado –y del Gobierno en particular– para hacer retroceder a las organizaciones criminales y a los delincuentes de todo tipo.
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Logró éxito porque fue un paro pacífico, con participación en varias regiones y, dentro de todo, ordenado. No hubo un desborde violentista, ni el protagonismo o manejo de organizaciones políticas radicales, ni consignas oportunistas o desubicadas. La única consigna fue la defensa de la vida, del derecho al trabajo, a la libertad. Un paro como no había hace muchos años y que obligó al primer ministro Gustavo Adrianzén a reconocer que los había obligado a reflexionar, a reconocer que fue un paro pacífico y a escuchar la plataforma de reclamos.
No sabemos si estas palabras del premier han sido de la boca para afuera, pero fueron una sorpresa horas después que la presidenta había tenido palabras, gestos y actitudes innecesariamente duras y confrontacionales con los periodistas y con los convocantes a la paralización.
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Ese discurso oficial de las horas previas quedó absolutamente desubicado frente a la actitud, demandas y exclamaciones de los participantes en el paro y en las movilizaciones.
El paro ha sido una buena advertencia para varios, empezando por el Gobierno y la Policía. Pero que tomen nota también el Congreso, la Fiscalía y el Poder Judicial.
No se puede subestimar la desesperación de la población, ni su capacidad para hacerse sentir y escuchar, cuando de por medio está su vida y la de los suyos, o sus medios de supervivencia o de superación.
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Y no se trata de meter en un mismo saco a la población desesperada y a los violentistas o partidos y seudo-líderes o lideresas que aparecen solo en ocasiones tratando de llevar agua para su molino, o que tratan de incendiar la pradera. Si el Gobierno no sabe hacer esta distinción, o por error, mala intención o estrategia equivocada, trata de vincularlos, estaría cometiendo un grave error que le va a reventar en las manos.
La presidenta y el Gobierno tienen hoy una oportunidad de oro para lograr un punto de inflexión en su relación con la población y el país. Si ya reflexionaron, ahora hay que actuar. Admitir equivocaciones y rectificar, no es perder. Por el contrario, se puede ganar mucho.
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Hoy más que nunca cobra vigencia aquello de que el gabinete está siempre en evaluación, pues es momento de evaluar bien y para mejor. Hay que convocar a los mejores especialistas y dejar las peleas y rencillas entre instituciones. Si no hay un verdadero plan de lucha contra la criminalidad, todo será en vano. La presidenta tiene que cambiar su actitud, si los ministros dicen que se porta como una madre preocupada, ¿por qué se muestra como una persona tan dura, autoritaria, distante, e intemperante?. No podemos gastar miles de millones de dólares en lo que no es urgente y descuidar lo que genera desesperación.
Muchos hablan de defensa de la estabilidad al defender a la presidenta al Gobierno o –increíblemente– al Congreso. Pero a la inestabilidad política se ha sumado ahora claramente la inestabilidad y desesperación social. Y, por si fuera poco, la inestabilidad jurídica porque, ¿confiarían ustedes hoy en la Fiscalía, en el Poder Judicial o en el Tribunal Constitucional, que esta semana ha salido a gritar públicamente sus enfrentamientos y han puesto de manifiesto sus diferencias personales y políticas?
Si la presidenta, el Gobierno, la Policía, la Fiscalía, el Poder Judicial, y –aunque con muy pocas esperanzas– el Congreso, no sacan hoy verdaderas lecciones aprendidas de este paro, esa famosa “estabilidad” será el mejor caldo de cultivo para un futuro cercano de impredecibles consecuencias.
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