Un directivo tiene la responsabilidad de conducir una organización, o una parte de ella, según su ámbito: esa es su misión. Debe realizarlo procurando mejorar la eficacia, cuidando que no se lesionen la atractividad y la unidad de la organización.
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Esta responsabilidad queda bien definida con el verbo “servir”, ya que implica alcanzar ambos aspectos. Por un lado, decimos que algo sirve, o que sirve para algo, en el sentido de que es apropiado, útil, que resuelve de manera satisfactoria un problema o enfrenta una dificultad con éxito; lo hace de forma práctica, económica, rápida. Así, el directivo tiene que servir, hacer las cosas bien en pro de la organización, mejorando los rendimientos, contribuyendo a su desarrollo, expansión y fortalecimiento. Para esto, requiere ser competente: tener los conocimientos convenientes y, por lo tanto, debe capacitarse adecuadamente. Si, además, tiene habilidades, es ingenioso, oportuno, sagaz, será especialmente útil y beneficioso: servirá más y mejor. Concluimos diciendo que si esa persona sirve, servirá. De lo contrario, cabrá pensar: si no sirve, ¿para qué sirve? No pocos procesos de desvinculación laboral se tratan de esto: una apreciación de que ese ejecutivo no ha alcanzado los resultados esperados.
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Por otro lado, por estar el directivo al frente de la organización, dirige a un grupo humano; está en vinculación con muchas personas: clientes, proveedores, colegas. Ha de tener, por tanto, una actitud de colaboración, de ayuda a estos y a sus subordinados. Su trabajo es un servicio, palabra un poco maltratada, asimilada a algo de poca jerarquía… Si realmente desea servir a los demás, deberá conocer a las personas, identificar y comprender sus necesidades, distinguir el bien particular del bien común. Esto implica tener una actitud generosa de su tiempo y cualidades, de tal forma que esté abierto a conversar, escuchar y atender a las personas con ánimo positivo, conciliador, solidario, comprensivo. Un importante requisito es saber sus propias limitaciones, no sentirse superior: reconocer la valía que cada ser humano tiene. En definitiva, servir es, en este caso, ayudar. Si un directivo no sirve a las personas con las que se relaciona, es ajeno a sus necesidades o padecimientos, podríamos decir: ¿a quién sirve? O más duramente: ¿para qué sirve?
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Leonardo Polo decía que “un directivo no debe estropear a los hombres que dirige; si la dirección comporta el estropicio de los dirigidos, tiene un sentido entrópico, y ello contradice su esencia”.
En definitiva, servir es ser eficaz, pero si solo es en mi servicio, no es servicio. Si lo es para terceros, sí sirve. Parece un trabalenguas, pero es importante darse cuenta de que gobernar es servir, no servirse: ¿de qué sirve un directivo si no es para servir?
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