Mientras el estancamiento y la incertidumbre definen el inicio del tercer año de la guerra en la puerta de Eurasia, similar situación se presenta en el Medio Oriente, marcado por el ejercicio del terrorismo y de la brutalidad bélica en Gaza. En efecto, las tácticas de tierra arrasada que enturbian la legítima defensa y el justificado esfuerzo israelí por acabar con Hamás tras el peor atentado terrorista contra ese Estado, han superado los límites razonables del uso de la fuerza.
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Ello se ha sumado a las desmesuradas demandas de Hamás para lograr, en Egipto, un temporal alto el fuego, la asistencia humanitaria a la población afectada y la liberación de rehenes mediante “negociaciones humanitarias”. El propósito posterior de las mismas es avanzar a una solución mediante la fórmula de “dos Estados”. Lo segundo depende de lo primero.
Si la participación en esas conversaciones del agresor terrorista era ya cuestionable al no haberse cuestionado su legitimidad, reclamado su desarme, demandado la desactivación de su sofisticada infraestructura o la entrega de su líder Yahya Sinwar, ahora el exceso armado israelí degrada más el contacto. Una vez complicada la negociación en El Cairo se entorpece también las pretensiones de una solución definitiva. Más aún cuando Israel pretende hacerse cargo de la seguridad en Gaza en la “posguerra” en lugar de su neutralización vigilada.
Si ese fuera el resultado de esa negociación, este concordaría con el objetivo de Hamás que, al margen de pretender el fin de Israel, desea impedir el establecimiento de relaciones de ese Estado con sus pares árabes al margen de los reclamos palestinos (los acuerdos Abrams del 2020). Como resultado, la situación podría revertirse al escenario anterior a 1993 (los acuerdos de Oslo sobre un Gobierno provisional palestino y una posterior solución final del problema). En consecuencia, el riesgo de un conflicto mayor se habría restaurado en el Medio Oriente.
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Ese resultado irracional es convergente con el reconocimiento de organismos terroristas como actores políticos determinantes en el manejo de la conflictividad en esa región: mientras los conflictos de “los seis días” (1967) y de Yom Kipur (1973) se libraron entre Estados, terminaron en poco tiempo y lograron resultados orientados a la paz (Res. 222, Camp David), los conflictos con Hezbollah (2006) y el actual con Hamás se libraron y se libran entre un Estado (Israel) y organizaciones terroristas en “conflictos asimétricos”, que solo degeneran la situación bélica, se prolongan y sienta las bases para futuros escalamientos.
Mientras los Estados responsables de esta situación (especialmente Irán, el gran mentor terrorista) no desactiven o moderen la manipulación de entidades paraestatales que facilitan su propensión confrontacional, la guerra continuará indefinidamente neutralizando la influencia de los intermediarios pacificadores.
A ello contribuye el descontrol en el uso de la fuerza estatal y las posiciones maximalistas que impiden negociar.
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