Luego de las Fiestas Patrias y del mensaje de 28 de julio nos quedamos con la sensación de que nada nuevo ha pasado y que seguimos en esta suerte de calma extraña y precaria que algunos quieren llamar estabilidad, pero que de estable tiene muy poco.
No hay una suerte de inminente caída del Gobierno, adelanto de elecciones o vacancia. No. Pero estamos en una situación en la cual la presidenta no conecta con la población y una gran parte de esa población la rechaza. Las acusaciones o sospechas están empezando a pesar más que las explicaciones o justificaciones. El Gobierno no encuentra la forma de cambiar la agenda y dejar atrás la pesada mochila que carga desde diciembre del año pasado. A pesar de los anuncios de algunas carteras, es muy poco lo que se ve como logros de este Gobierno. La recesión se asoma y el Gobierno prefiere hablar de metodologías antes que enfrentar el problema tal como es.
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Tal como siempre hemos sostenido aquí, lo que mantiene a Dina Boluarte en el Gobierno es que, en la comparación con Pedro Castillo y sus gabinetes, ella sale ganando por la valla tan baja y deplorable que dejó el de Chota. Pero eso es tan frágil que con el paso del tiempo puede empezar a olvidarse.
La presidenta y el Gobierno no supieron aprovechar la oportunidad del mensaje del 28 de julio. Parece que no se dieron cuenta de que lo que el país quería era saber hacia dónde vamos; qué tanto la presidenta ha tomado verdadera distancia de sus propios postulados y discursos radicales de campaña y de ministra de Pedro Castillo; y qué es lo que va a priorizar y enfrentar en el poco tiempo que le queda. Ella debió pedir perdón por haber participado, apoyado y defendido al Gobierno de Pedro Castillo y manifestar su rectificación, tanto en el fondo como en la forma, pero prefirió atacar a sus excompañeros como si ella no hubiera formado parte y tomado decisiones con ese grupo.
Adicionalmente, en el Congreso hay cambio de rostros pero no de estilos ni de problemas. La presidencia del Congreso es cuestionada y el reparto de comisiones nos muestra una negociación que es poco esperanzadora para los intereses del país. Más de lo mismo, que podría llegar a ser peor.
Con este escenario, y con lo que la economía muestra, no da para ser optimista, da para ser cauto.
El Gobierno gana un poco de tiempo, quizás uno o tres meses, hasta que se confirme cómo viene El Niño, y hasta ver los proyectos de ley que el Gobierno va a entregar en el marco de la delegación de facultades que ha solicitado. Si se demora o no trabaja bien en la prevención de desastres y El Niño causa severos estragos, o si los proyectos de ley que dice preparar no son lo efectivos que deben ser para enfrentar a la delincuencia que ha tomado varias ciudades del país; entonces, gran parte del crédito se le habrá acabado y tendrá que echar mano a otros recursos para defender eso que llaman estabilidad.
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Esto quiere decir que cada tres meses, aproximadamente, el Gobierno tendrá que luchar por su supervivencia, según avance o retroceda su aprobación.
Un momento como este, en el que la economía pasa por un difícil momento, es el indicado para salir con acciones y mensajes que eviten que las expectativas caigan más. Pero no se trata de solo discursos o anuncios de punches o impulsos que no alcanzan.
La promoción de la inversión privada no fue uno de los temas más importantes en el discurso del 28 de julio. Y debió serlo. Un país sin promoción de la inversión privada no puede generar empleo de calidad, no puede recaudar más impuestos para tener más recursos para aliviar la pobreza, atender la salud y mejorar la calidad de la educación, no puede atraer inversión extranjera, y no puede aprovechar los mecanismos como Obras por Impuestos, Asociaciones Público Privadas, por ejemplo, que permiten solucionar problemas nacionales, regionales y locales.
El tema de la lucha contra la inseguridad sí fue tratado, pero parece que no fue bien pensado. Planteado desordenadamente y con “soluciones” que al día siguiente tuvieron que ser ordenadas y hasta corregidas, merecía un mejor análisis y una estrategia mucho mejor trabajada y mejor planteada. Esperemos que eso ocurra al momento del tratamiento de los proyectos de ley que se presentarán.
Estos son los dos grandes problemas que en este momento enfrenta el país, a los que se añade el de El Niño. Si la inseguridad no se controla, si la economía ratifica la recesión, y si El Niño – a pesar del anuncio tan anticipado de su llegada– nos ataca sin piedad, entonces que el Gobierno no se queje ni siga echando la culpa a sus antecesores y mejor piense en cómo sobrevivir.
Un Gobierno como este no puede estar anunciando intenciones, acciones y lluvia de millones en todos los sectores y en todas las regiones. No va a poder cumplir. Tiene que concentrarse en lo más urgente y lo más importante para la población. Y eso es su seguridad y su economía.
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