Escribe: Enzo Defilippi, profesor de la Universidad del Pacífico
Como se desprende de las noticias de los últimos días, la empresa estatal Corpac, a pesar de haber sido reducida a su mínima expresión, aún tiene la capacidad de causar estragos en el transporte aéreo peruano. Es que si bien ya no opera los principales aeropuertos del país (que han sido concesionados a empresas privadas), aún mantiene el monopolio de los servicios de aproximación (sin los cuales los aviones no pueden despegar o aterrizar) y aeronavegación.
Si bien un cortocircuito como el que ocurrió el domingo en el Aeropuerto Jorge Chávez puede producirse en cualquier momento, lo que causó los retrasos y cancelación de vuelos no fue el cortocircuito sino la inexistencia de un plan de contingencia. Se apagaron las luces de la pista y no hubo nada que hacer. Los aviones no pueden despegar o aterrizar sin ellas.
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Eso es algo que solo puede ocurrir porque a la gerencia de Corpac le importan poco las consecuencias económicas de su ineptitud, lo que difícilmente ocurriría si la empresa fuese privada. De serlo, la mera perspectiva de tener que pagar compensaciones haría que el plan de contingencia existiese y estuviese actualizado. Y de no tenerlo, serían sus accionistas los que pagarían con su propio patrimonio las consecuencias de la ineptitud, no como tendrá que hacer la empresa estatal, con el que les pertenece a todos los peruanos.
Este grave incidente se le suma a los serios retrasos y múltiples cancelaciones de vuelos que causó Corpac en el verano, y que fueron generados por las limitaciones que imponen los controladores aéreos al licenciamiento de nuevos colegas con el fin de aumentar sus ingresos a costa de millones de pasajeros y de la imagen internacional del Perú. Es decir, a costa de los intereses de los accionistas de la empresa. Al igual que lo que hemos visto esta semana, eso sólo puede ocurrir porque se trata de una empresa estatal.
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En mi opinión, la causa de estos problemas es la insistencia de mantener empresas estatales en una sociedad tan institucionalmente débil como la nuestra. Eso conlleva a que, ante la inexistencia de los incentivos económicos que disciplinan a las empresas privadas, el personal (ya sean gerentes, empleados u obreros) carezca de los incentivos (o las calificaciones) para hacer bien su trabajo. En consecuencia, la incompetencia abunda. Lo mismo ocurre con Petroperú, Sedapal, o cualquier otra empresa estatal. No es casualidad que sean más ineficientes que la empresa privada promedio.
Fíjense que no se trata de ideología, sino de entender cuál es la verdadera causa del problema y, por lo tanto, cuál puede ser su solución. Y en el caso de Corpac, si queremos que el transporte aéreo funcione (lo que necesitamos para tener una industria turística de calidad), necesitamos que los servicios que hoy presta esta empresa sean prestados por quien lo haga bien (o pague las consecuencias con su patrimonio). Y ese solo puede ser una empresa privada.
Profesor de la Universidad del Pacífico. Exviceministro de Economía.
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