“Estamos muy satisfechos”, declaró el presidente de Argentina, Javier Milei, en una estación local de radio, después de que la inflación bajara en febrero más de lo previsto, hasta el 13%. Sin embargo, esa es la cifra mensual. En el último año, ha ascendido al 276%, la más alta del mundo.
Una inflación de solo el 8% anual ha sacudido la política de los países más ricos. Que Milei haya tenido motivos para celebrar una inflación mensual del 13% demuestra la magnitud del desastre económico que heredó y lo mucho que le queda por hacer para arreglarlo.
Milei, un personaje irascible que no pertenecía a la clase política y que se autodenomina “anarcocapitalista”, hizo campaña blandiendo una motosierra y prometiendo recortar el gasto. El 10 de diciembre, tomó las riendas de un Estado hinchado, con enormes déficits presupuestarios financiados mediante la impresión de dinero.
La inflación era rampante y el peso se hundía. El gobierno debía US$ 263,000 millones a acreedores extranjeros, incluidos 43,000 millones al FMI, pero no tenía dólares. Como muchos otros gobiernos argentinos, la gestión anterior gastó mucho más de lo que podía para comprar popularidad, mientras inventaba soluciones macroeconómicas temporales cada vez más absurdas (como fuertes controles de precios) para mantener la economía tambaleante.
Milei está tratando de encaminar al país por un sendero muy estrecho y peligroso y desecha esas soluciones dudosas a medida que avanza. Su problema político básico es que atacar con estridencia a la clase dominante y a los políticos normales, un grupo al que llama “la casta”, es crucial para su popularidad.
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Sin embargo, necesita su apoyo para llevar a cabo reformas profundas, ya que sus miembros dominan el Congreso. Pero si hace demasiados tratos, corre el riesgo de perder su condición de personaje ajeno a la clase política dominante y, por tanto, parte del respaldo popular, su único activo político sólido.
Después de 100 días puede presumir de verdaderos éxitos económicos. Su popularidad se mantiene, aunque carece de apoyo en el Congreso. Si consigue mantener al público de su lado hasta las elecciones de mitad de mandato del año que viene, podría reforzar su influencia y, por tanto, su capacidad para rehacer la economía. Pero los argentinos ya están sufriendo bastante. Podrían abandonarle mucho antes. Sería un duro golpe para los reformistas radicales de todo el mundo.
Comencemos por sus éxitos económicos. Para demostrar que no habrá más emisión de moneda, Milei está obsesionado con lograr un superávit presupuestario; es decir, que el gobierno cobre más impuestos de los que gasta. Dice que este año logrará un superávit (antes del pago de intereses) del 2% del PBI, un cambio enorme respecto al déficit del 3% del año pasado.
Tanto en enero como en febrero, el gobierno logró superávits mensuales, los primeros en más de una década. Lo consiguió en parte gracias a la motosierra de Milei, que recortó las subvenciones a la energía y al transporte, las transferencias a las provincias y los gastos de capital. También recurrió a otra herramienta: la licuadora.
Aumentar el gasto menos que la inflación es una reducción en términos reales, lo que en Argentina se conoce como licuación. El gasto en pensiones contributivas, la mayor partida presupuestaria, cayó casi un 40% en términos reales en comparación con los dos primeros meses del año pasado.
El gobierno tomó otras dos medidas importantes. En diciembre devaluó el peso más de un 50% para cerrar en parte el abismo entre el tipo de cambio oficial y el del mercado negro. Sin embargo, esto disparó la inflación. Lo mismo ocurrió con los recortes de las tasas de interés en diciembre.
Por lo general, los bancos centrales suben las tasas de interés para luchar contra la inflación. La justificación del banco era que recortar las tasas reduciría los pagos de intereses de sus propios bonos, lo cual reduciría la cantidad de dinero en circulación. Al principio, la inflación se disparó a una tasa mensual del 26% en diciembre. Eso perjudicó a los argentinos, pero sobrealimentó la licuadora de Milei.
El gobierno dice que sus resultados justifican sus duras decisiones. Además de los superávits fiscales mensuales y la caída de la inflación, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el del mercado negro es ahora de solo un 20%. Las reservas de divisas han aumentado en más de 7000 millones de dólares. Y el gobierno ha conseguido prorrogar el vencimiento de una gran cantidad de deuda en pesos, lo cual redujo la presión sobre el erario.
El FMI está satisfecho; los mercados empiezan a creer. El índice de riesgo país de Argentina, que mide la probabilidad de impago, descendió de manera tranquilizadora (véase el gráfico). En cuanto a la economía, Milei merece un ocho o un nueve en una escala de diez, afirma entusiasmado Andrés Borenstein, de Econviews, una consultora de Buenos Aires, la capital.
Los medios importan
Sin embargo, los costos son brutales. Golpeados por la inflación, alrededor del 50% de los argentinos están en la pobreza, porcentaje que aumentó del 38% en septiembre. Según Invecq, otra consultora, en términos reales, los salarios han retrocedido 20 años. La compra de medicamentos con receta disminuyó un 7%. Las ventas totales de las farmacias se han reducido un 46%. El volumen de ventas de las pequeñas y medianas empresas cayó casi un 30% en enero, en tasa interanual. Según el banco Barclays, la economía se contraerá un 4% este año.
Tales penurias pueden llegar a ser peligrosas para los presidentes, en sentido literal. En 2001, uno de ellos huyó de la Casa Rosada en helicóptero por miedo a manifestantes violentos. Sin embargo, los índices de aprobación de Milei siguen siendo muy altos, en torno al 50%, a pesar de los problemas económicos. Esto se debe sobre todo a que ha conseguido culpar a “la casta” de haber metido a Argentina en este lío.
Sin embargo, los primeros 100 días de Milei han revelado graves problemas. Más allá del dolor, el plan económico está plagado de incertidumbres. Uno de los riesgos es el tipo de cambio. Para frenar la inflación, el gobierno devalúa el peso un 2% mensual. Sin embargo, con una inflación mensual muy superior al 2%, quizá sea menos de lo necesario. Por desgracia, una devaluación más rápida o brusca causaría más inflación.
Inevitablemente, Argentina tendrá que cambiar pronto a un nuevo régimen monetario y cambiario. La cuestión es cuándo y a qué régimen. El plan de Milei es eliminar los controles de capital y unificar los tipos de cambio. Pero, ¿el gobierno introducirá un programa monetario ortodoxo en pesos o intentará dolarizar la economía? La promesa electoral de Milei de dolarizar se ha vuelto vaga desde que asumió el cargo.
El gobierno habla ahora más de “competencia monetaria” (permitir las transacciones en dólares o en pesos). Sin embargo, cuando se le pregunta si la dolarización está descartada, Pablo Quirno, secretario de Finanzas, se muestra ambiguo. La dolarización es “una forma de, en esencia, enterrar la máquina de imprimir [dinero]”, afirma.
Es “más una discusión moral”. La incertidumbre ya inquieta a los inversionistas. El gobierno también ha insinuado que buscará un nuevo programa del FMI, quizá por valor de US$ 15,000 millones, pero eso también puede ser difícil sin planes más claros.
Reducir la inflación al forzar una recesión causará otros problemas. “No es atractivo invertir en un país en el que la recesión es un ingrediente clave de su política monetaria”, afirma Eduardo Levy Yeyati, de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires. Añade que además, cuando vuelva el crecimiento, la inflación podría acelerarse.
Por último, estos superávits fiscales pueden resultar difíciles de mantener. El superávit de febrero ya fue inferior al de enero y la recesión está afectando de manera grave los ingresos fiscales. Uno de los grandes ahorros se produjo en las subvenciones a la energía, pero gran parte de ellas solo se aplazaron, no se cancelaron. Los gobernadores de provincia protestaron con furia, incluso en los tribunales, por los recortes de sus transferencias. Aunque la actual fórmula de las pensiones está ayudando al gobierno a reducir el gasto, a medida que baje la inflación acabará teniendo el efecto contrario.
La política ha sido difícil. Milei sigue siendo popular, pero su coalición no tiene gobernadores y solo cuenta con el 15% de los escaños en la Cámara Baja. Un gigantesco proyecto de ley ómnibus con 664 artículos que envió al Congreso a finales de diciembre fue destrozado. Al final lo retiró, lo que supuso una sorprendente derrota.
La falta de prioridades también lo perjudicó. La desregulación de los permisos de pesca y el cierre del Instituto Nacional del Teatro son irrelevantes al lado de la reforma de las pensiones. Sin embargo, todo esto y más se agrupó, lo que retrasó el proyecto de ley y proporcionó innumerables razones para votar en contra.
Un decreto presidencial anterior, muy extenso, tenía el mismo problema. Iba de lo importante (desregulación del mercado laboral) a lo secundario (permitir a los bancos cobrar más intereses por las tarjetas de crédito). El 14 de marzo, el Senado rechazó el decreto. Ello aumentó la preocupación por la vulnerabilidad política de Milei, aunque el decreto seguirá en vigor a menos que la Cámara Baja también vote en contra. Sus reformas laborales y sus intentos de acabar con los sindicatos también están en manos de los tribunales.
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Además, Milei ha cometido errores básicos. Este mes, la oposición destacó un decreto firmado por Milei que, entre otras cosas, le otorgaba un aumento salarial del 48%. Dijo que el aumento de salario era resultado de un decreto del anterior presidente, lo revocó de inmediato y despidió a su secretario de Trabajo.
En los próximos 100 días, la política y la economía se entrelazarán. El gobierno quiere que al menos un punto porcentual de consolidación fiscal proceda del restablecimiento del impuesto sobre la renta y otras reformas fiscales. También urge actualizar la fórmula de las pensiones. Todo ello requiere la aprobación del Congreso.
Milei también necesita éxitos en el Congreso para asegurar a los inversionistas que cuenta con suficientes aliados para dominar o al menos sobrevivir a futuras protestas y al caos político. No está ni mucho menos a prueba de juicios políticos. “Hay muchas bombas haciendo tictac”, afirmó Sebastián Mazzuca, de la Universidad Johns Hopkins.
Milei parece entender esto. El 1 de marzo abrió una ventana para negociar un “Pacto de Mayo”, un conjunto de principios de libre mercado. Su ministro del Interior se reunió entonces con los poderosos gobernadores de provincias, que influyen en el Congreso. Al parecer, muchos de ellos se sintieron aliviados. Un acuerdo podría implicar el restablecimiento de algunas transferencias a las provincias y de los impuestos sobre la renta (que ambas partes desean, pero de los que ninguna quiere ser responsable). A cambio, el presidente obtendría algunos poderes económicos de emergencia, la reforma de las pensiones y la desregulación de la minería y la energía. Mucho más quedará en suspenso.
Estética de la obstinación
Sin embargo, no está claro si eso será suficiente para Milei, quien sigue alardeando de que “no cederá ni un milímetro” en los planes fiscales y que llamó “enemigos de la sociedad” a los senadores que votaron en contra de su decreto. El gobierno alcanzará su objetivo fiscal “pase lo que pase”, afirmó Quirno. Si las reformas fiscales se bloquean en el Congreso, el gobierno podría seguir reteniendo las transferencias a las provincias para compensar la diferencia, amenaza. Eso sería explosivo.
La suerte de Milei depende de dos incógnitas. ¿Cuánto dolor económico pueden soportar los argentinos antes de darle la espalda? ¿Podrá conseguir el apoyo político necesario para lograr avances económicos con la rapidez suficiente para evitar que todo se derrumbe? Por ahora, las señales son medianamente positivas.
El éxito podría llevarlo a dominar las elecciones de mitad de mandato del año que viene. Sin embargo, si sus números en las encuestas caen primero, es muy probable que sus rivales blandan su propia motosierra contra sus planes. Entonces, intentarán que su presidencia sea la que acabe en la licuadora.
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