El escenario de “Las manzanas”, una novela policiaca de Agatha Christie, es, según ella, “un lugar común y corriente”. “Cacería en Venecia”, una adaptación cinematográfica muy poco rigurosa estrenada en setiembre, traslada la acción de un anodino pueblo inglés a un palacio del Gran Canal, con brujería y una sesión de espiritismo.
Sin embargo, entre la ostentación y los engendros añadidos, la película atenúa la magia de la historia de una forma importante y reveladora, típica de una época recelosa y desilusionada. Al igual que otras franquicias populares, socava a su propio héroe, Hércules Poirot.
“Tus misterios me dan fe en que los malvados se enfrentarán a la justicia”, le dicen a una escritora de novelas policiacas en la historia. “Lamentablemente”, responde ella, “la vida no se resuelve tan bien como la ficción detectivesca”. Un sospechoso se queja de que “los humanos están tan desesperados por dar forma al caos en historias ordenadas”. El mensaje es el siguiente: el mal no puede ser derrotado por las “pequeñas celdas grises” de un detective belga con bigote. Por si no te has dado cuenta, todo esto es una fantasía, incluso una broma.
Poirot es solo el protagonista más reciente que ha sufrido semejante autosabotaje. En “GoldenEye: El regreso del agente 007″ (1995), la espía M llama a James Bond “un dinosaurio sexista y misógino”. Su reeducación culmina en el final de “Sin tiempo para morir” (2021), un enfrentamiento para el cual se aferra sentimentalmente a un peluche.
En contraste con este 007 relativamente abstemio, al principio de la última aventura de Indiana Jones, el intrépido arqueólogo es un borrachín. “No necesito lecciones de moralidad de un viejo ladrón de tumbas”, le dice cortante su compañera.
Cabría esperar que los superhéroes del multiverso estuvieran exentos de semejante degradación. Pero no es así. En “Avengers: Endgame” (2019) Thor se va al suelo tras decapitar a un amo de la muerte. Reaparece, con varios kilos por encima de su peso ideal para volar, como un vago borracho y flatulento. Cuando se encuentra con su madre en una misión de viaje en el tiempo, ella le recomienda “comer ensalada”. Claro, Thor es un dios, pero es tan frágil y necesitado como cualquiera.
Hay buenas razones para dotar a tus héroes de pies de barro. Los personajes con defectos son más realistas y, en general, más interesantes que los idealizados, como Aristóteles señaló en su “Poética” en el siglo IV a. C. El protagonista de un drama, aconsejaba, debe ser noble pero imperfecto, “fiel a la vida y aún más bello”.
Desde el malhumorado Hamlet hasta el gruñón Rick de “Casablanca”, los narradores lo han cumplido. Para iconos como Bond y Poirot, la senectud también es un factor. Son demasiado lucrativos para jubilarse, pero demasiado familiares como para representarlos sin ironía. Los productores dividen la diferencia, pues a la vez los reviven y los ridiculizan.
Pero la política también se está poniendo al día con los héroes de antaño, cuyos hábitos y actitudes pueden irritar en la actualidad. Ahora parece un poco neandertal que, durante generaciones, la pericia en la violencia fuera su principal recomendación. Desde la perspectiva del siglo XXI, la actitud de Bond hacia las mujeres en el pasado oscilaba entre lo caduco y lo delictivo. Indiana Jones (en la foto) era a veces irrespetuoso con las culturas cuyos tesoros saqueaba. Poirot ha sido a menudo un sabelotodo insufrible.
La reforma del héroe de las películas taquilleras refleja la humillación de líderes y luminarias en la vida real. Delitos que antes pasaban desapercibidos para los poderosos se han convertido en descalificaciones para muchos. La deferencia está muriendo; se da por sentado que los políticos están inmiscuidos en todo. Hoy en día, las carreras de los héroes de carne y hueso parecen acabar tanto en desgracia como en apoteosis.
Y con justa razón, en muchos sentidos. El talento y la influencia se utilizaron como coraza contra la responsabilidad durante demasiado tiempo. Demasiados héroes, y alguna que otra heroína, se salieron con la suya, protegidos por discípulos y acobardando a sus críticos. Esta historia sugiere que, si te aferras a un héroe, este puede acabar teniendo un control enfermizo sobre ti.
Aun así, algo se pierde, dentro y fuera de la pantalla, cuando los héroes son despojados de su aura y la admiración se ve amargada por el cinismo. Los personajes que sienten y fracasan como tú son esenciales para la mayoría de las narraciones, pero sigue habiendo un lugar, incluso una necesidad, de héroes y heroínas más nobles e inteligentes que el resto de los mortales. No tienen por qué ser los más audaces, ni los más implacables, ni tener grandiosas frases. Solo tienen que hacerte soñar con que la gente puede ser mejor y el mundo más justo de lo que parece: cumplir un deseo sin admitirlo.
Nunca serás tan sabio como el personaje de Henry Fonda en “Doce hombres en pugna”, tan intrépido como el de Jodie Foster en “El silencio de los inocentes” o tan sofisticado como el de Cary Grant en “Intriga internacional”. Pero en 2024, como ha ocurrido siempre, estaría bien creer que alguien más lo es, al menos hasta que rueden los créditos. Los héroes presiden jerarquías, y se puede abusar de ellas. Pero un héroe también es la esperanza encarnada.