“Bailar tango en Buenos Aires puede ser muy intimidante. Algunos no lo consiguen”, admite David Tolosa, bailarín profesional y ‘taxi dancer’ en esta meca tanguera, donde trabaja como acompañante para novatos.
La mayoría de sus clientes son extranjeros ávidos de experimentar la auténtica noche que ofrece Buenos Aires en cientos de ‘milongas’ cuyo brillo reluce cada agosto por el Mundial de Tango, un imán para turistas.
Aunque las nuevas generaciones trajeron aire fresco a los salones de tango, los códigos persisten y pueden acobardar al más valiente tanguero.
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La mayoría de los bailarines ofrece su servicio en forma individual, pero también hay un puñado de agencias en un mercado pequeño y ‘gourmet’.
Algunas, como el caso de TangoTaxiDancers con 17 años de trayectoria, aconsejan leer bien las condiciones: “No somos agencia de ‘Latin Lovers’”, avisan.
“Es para evitar situaciones incómodas”, aclara a la AFP Anna Fiore, directora de la agencia.
También ofrecen un menú con el abecé ‘milonguero’ que incluye clases, vestuario y el arte del “cabeceo”, la manera tradicional de invitar a bailar a distancia mediante un discreto cruce de miradas a resguardo de fiascos.
“¿Desea que el bailarín o bailarina se siente en una mesa cercana para practicar el cabeceo?”, es una de las preguntas del formulario de contratación.
“Hay códigos, la mirada, ver con quién bailás, si te gusta, cómo baila, si la persona te acepta”. “Es bastante fuerte en ese sentido”, explica a la AFP Tolosa, de 37 años, con 20 como bailarín y siete de taxi dancer.
Todos sus clientes son extranjeros, “la mayoría mujeres, sobre todo asiáticas, japonesas, chinas, pero también francesas e inglesas” que pagan unos 50 dólares la hora.
Tango cruel
El ambiente es “un poquito cruel”, definió Tolosa. “La pista es una vidriera donde estás constantemente. Hay bailarines conocidos que están sentados viendo la pista, cómo fluye, si hay choques. Hay una presión de dar lo máximo”, dijo.
Aunque, como canta un viejo tango: “un tropezón, cualquiera da en la vida”, en el exigente ambiente tanguero eso puede arruinar la noche.
Los ‘taxi dancers’ salvan a los desafortunados de la frustración de ‘planchar’, en la jerga, quedarse sin bailar por sucesivos rechazos o falta de invitación.
“Las mujeres prefieren contratarme y no tener que pasar por ser invitadas, porque por lo general no sucede y pasan horas sentadas”, explica Tolosa.
La demanda sube con el Mundial de Tango, aunque mantiene cierto nivel el resto del año.
“Es una veta laboral para vivir del baile, del arte”, dice Martín Gabriel Cardoso, que a sus 40 años construyó una trayectoria en el tango.
Hay diferentes tipos de taxi dancers, “los asistentes que acompañan a los extranjeros que vienen a hacer su ‘tango tour’ a Buenos Aires, los contratados como parejas para competir en el Mundial y los que dan clases, el panorama es amplio”, precisa Cardoso, taxi dancer desde 2010 y bailarín en espectáculos porteños.
“El argentino no contrata mucho por el costo y porque sabe cómo es la milonga, pero el extranjero no conoce el ambiente”, relata.
Además de ser buen bailarín, un taxi dancer “debe tener buena presencia, manejo de pista -porque la pista tiene un código- y hablar inglés”, enumera.
Las contrataciones llegan por redes sociales, pero “más frecuentemente por recomendación de gente del ambiente”, explica.
“Además del taxi dancer, está la ropa de tango, los zapatos de tango... todo un mundo que se mueve alrededor”, dice.
Tango pasión
Saber los primeros pasos no es garantía de bailar en la milonga. Los ‘habitués’ observan y eligen según lo que se demuestre en la pista. Ninguno quiere recibir pisotones de novatos.
“Nunca me pasó que me pise un cliente”, ríe Laura Florencia Guardia, una taxi dancer de 28 años, en una pausa de la clase que brinda a un cliente en Marabú, un tradicional salón a metros del Obelisco.
Maneja con habilidad la distancia de los pies de Salvador Bolaños, un entusiasta mexicano cuyas botas con suela de goma revelan su inexperiencia.
“Es la primera milonga a la que vengo y me encanta”, confiesa este ingeniero en sistemas, de 37 años, atraído por “la melancolía y la fuerza que tiene el tango y que se baile con tanta pasión”.
La profesión de acompañante es mayoritariamente masculina, pero cada vez es más habitual ver mujeres, algo que Guardia atribuye a las corrientes juveniles que rompieron estereotipos.
Lo que no cambia es la avidez de los clientes que “buscan sumergirse en el mundo del tango, ver una orquesta, la tradición”.
¿Y aprender a bailar?
“Al principio vienen con vergüenza, luego se animan”, dice Guardia. Al fin y al cabo “se aprende practicando”.
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