Al cumplirse el tercer aniversario de la pandemia de COVID-19, el coronavirus se sigue propagando y el número de muertos se acerca a 7 millones en todo el mundo. No obstante, la mayoría de la gente ha reanudado su vida normal, gracias a un muro de inmunidad construido a partir de infecciones y vacunas.
Parece que el virus llegó para quedarse, junto con la amenaza de una versión más peligrosa que se extienda por el planeta.
“Las nuevas variantes que surgen en cualquier parte nos amenazan en todas partes”, dijo Thomas Friedrich, investigador del virus en la Universidad de Wisconsin, campus Madison. “Quizás eso le ayudará a la gente a entender lo conectados que estamos”
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A medida que las fuentes de información se van agotando, se ha vuelto más difícil monitorear la pandemia. La Universidad Johns Hopkins cerró el viernes su confiable rastreador, el cual lanzó al poco tiempo de que el virus surgiera en China y se propagara por todo el mundo.
El sábado pasado se cumplieron tres años desde que la Organización Mundial de la Salud declaró por primera vez que el brote era una pandemia el 11 de marzo de 2020. Dicha organización perteneciente a las Naciones Unidas dice no estar lista para declarar que la emergencia ha concluido.
Este es un vistazo a la situación actual:
El virus perdura
En vista de que la pandemia sigue provocando la muerte de entre 900 y 1,000 personas al día en todo el planeta, el sigiloso virus responsable del COVID-19 no ha perdido su empuje. Se transmite con facilidad entre personas, desplazándose en gotículas respiratorias en el aire. En algunos casos causa la muerte, pero la mayoría de los contagiados se recuperan sin sufrir daños graves.
“Sea lo que sea que esté haciendo el virus hoy en día, sigue trabajando para hallar otra ruta ganadora”, aseguró el doctor Eric Topol, director del Scripps Research Translational Institute en California.
Nos hemos vuelto insensibles ante la cifra diaria de muertos, señala Topol, pero deberíamos considerarla demasiado alta. Hay que tomar en cuenta que en Estados Unidos las hospitalizaciones y las muertes diarias, si bien son menores que en los peores picos, no han descendido a los niveles bajos que se alcanzaron durante el verano de 2021 antes de que llegara la ola de la variante delta.
En cualquier momento, el virus podría mutar para volverse más transmisible, más capaz de eludir al sistema inmunitario, o más letal. Topol dijo que no estamos listos para eso. Se ha deteriorado la confianza en los organismos de salud pública, lo cual ha provocado un éxodo de funcionarios de salud pública. La resistencia a las órdenes de quedarse en casa y a los mandatos de vacunarse podrían ser el legado de la pandemia.
“Desearía que nos uniéramos contra el enemigo —el virus— en lugar de combatirnos unos a otros”, declaró Topol.
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Contraatacando
Hay otra manera de verlo. Los seres humanos descifraron el código genético del virus y rápidamente desarrollaron vacunas que funcionan notablemente bien. Construimos modelos matemáticos con el fin de prepararnos para los peores escenarios posibles. Seguimos monitoreando cómo está cambiando el virus al examinarlo en aguas residuales.
“La pandemia realmente catalizó algo de ciencia asombrosa”, dijo Friedrich.
Los logros se suman a una nueva normalidad en la que el COVID-19 “no necesariamente tiene que estar en primer plano en la mente de las personas”, dijo Natalie Dean, profesora adjunta de bioestadística en la Universidad Emory. “Eso, al menos, es una victoria”.
El doctor Stuart Campbell Ray, experto en enfermedades infecciosas de Johns Hopkins, dijo que las variantes actuales de ómicron tienen aproximadamente 100 diferencias genéticas en comparación con la variante original del coronavirus. Eso significa que cerca de 1% del genoma del virus es diferente al que tenía cuando surgió. Muchos de esos cambios lo han hecho más contagioso, pero es probable que lo peor haya pasado ya debido a la inmunidad de la población.
Matthew Binnicker, experto en infecciones virales de la Clínica Mayo, en Rochester, Minnesota, dijo que el mundo se encuentra “en una situación muy distinta hoy que hace tres años, cuando en esencia había cero inmunidad frente al virus original”
Esa vulnerabilidad extrema obligó a que se adoptaran medidas cuyo fin era “aplanar la curva”. Comercios y escuelas cerraron, se pospusieron bodas y funerales. Más adelante, las mascarillas y el “distanciamiento social” pasaron a segundo plano hasta cierto punto, y más bien se volvió necesario mostrar comprobantes de que uno estaba vacunado. Ahora esas precauciones ya son inusuales.
“Es improbable que volvamos a donde estábamos porque nuestros sistemas inmunitarios pueden reconocer mucho del virus”, dijo Ray. Nuestra inmunidad debería protegernos “de lo peor que vimos en el pasado”.
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Falta de información en tiempo real
El viernes pasado, Johns Hopkins actualizó por última vez su panel de control y mapa de puntos álgidos gratuito sobre el coronavirus, el cual muestra que el número de muertes sigue siendo de más de 6.8 millones en todo el mundo. Sus fuentes gubernamentales para conteos en tiempo real han disminuido drásticamente. En Estados Unidos, sólo Nueva York, Arkansas y Puerto Rico siguen publicando cifras de casos y muertes a diario.
“Dependemos mucho de información pública y simplemente ya no está”, dijo Beth Blauer, líder de datos para el proyecto.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) siguen reuniendo diversa información de estados, hospitales y laboratorios de pruebas, incluyendo casos, hospitalizaciones, muertes y qué cepas del coronavirus se están detectando. Pero para muchos recuentos, ahora hay menos información disponible y es menos oportuna.
“El público ha esperado recibir información de nosotros que ya no podremos producir”, dijo la directora de los CDC, la doctora Rochelle Walensky.
En el plano internacional, el rastreo que hace la OMS del COVID-19 depende del reporte de los países individuales. Funcionarios sanitarios de todo el mundo han expresado su preocupación porque sus cifras subestiman fuertemente lo que está sucediendo y no tienen un panorama real del brote.
Durante más de un año, los CDC han dejado de contar los casos y los resultados de las pruebas diagnósticas, en parte debido al incremento en las pruebas caseras que no se reportan. La agencia se centra en hospitalizaciones, que se siguen reportando todos los días, aunque eso podría cambiar. Se siguen reportando las muertes, aunque los CDC dependen menos de reportes diarios y más de certificados de defunción, que pueden tardar días o semanas en llegar.
Funcionarios federales dicen que se están adaptando a las circunstancias e intentando adoptar un sistema de rastreo semejante en cierta forma al monitoreo que hacen los CDC de la influenza.
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Entonces y ahora
“Me gustaría que pudiésemos volver a la época previa al COVID”, señala Kelly Forrester, de 52 años, originaria de Shakopee, Minnesota, que perdió a su padre a causa de la enfermedad en mayo de 2020. Ella sobrevivió a su propio contagio en diciembre, y culpa a la desinformación de haber arruinado una añeja amistad. “La odio. De verdad la odio”.
La enfermedad le parece azarosa. “No sabes quién va a sobrevivir, quién tendrá COVID de largo plazo o un resfriado leve. Y luego otras personas acabarán en el hospital, muriéndose”, manifestó.
El padre de Forrester, Virgil Michlitsch, de 80 años, un empacador de carne, repartidor y vigilante de escuela primaria jubilado, murió en un asilo mientras su esposa, hijas y nietas hacían vigilia afuera del edificio en sillas de jardín.
El no estar junto a su cama “fue lo más difícil”, asegura Forrester.
Luego de haber visto el número de víctimas de la pandemia, su hija de 24 años decidió estudiar una maestría en salud pública.
“Mi papá hubiera estado muy orgulloso de ella”, dijo Forrester. “Me alegra mucho que ella creyó en ello, que quería hacer eso y mejorar la situación de la gente”.
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