Para millones de habitantes del corazón de América del Sur, la infusión de yerba mate, con su sabor amargo, es un amado elemento básico de las reuniones sociales y de la rutina matutina. Pero aquí, en los húmedos pastizales de la provincia de Misiones, en el noreste de Argentina, el mate es, literalmente, una forma de vida.
Durante generaciones, jornaleros mal pagados, conocidos como “tareferos”, han trabajado duro en los bosques de Misiones, la capital mundial del mate. Se les paga según el peso de lo recolectado, por lo que cada mañana, la carrera empieza. Desde el amanecer hasta el crepúsculo, cortan una aparentemente interminable cosecha de las resistentes hojas y las introducen en bolsas blancas hasta casi reventar las costuras.
Después de secarla, empaquetarla y enviarla en camiones, la yerba está presente en prácticamente todos los hogares, oficinas y escuelas de Argentina, así como de los vecinos Brasil, Paraguay, Uruguay y más allá.
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Para los tareferos, el mate es principalmente una mercancía que se vende en 22 dólares la tonelada. Pero los jornaleros también beben la infusión durante sus descansos en los campos, y su cafeína les ayuda a mantener la energía. El extenuante trabajo en el noreste de Argentina se remonta a la llegada de los españoles, cuando las tribus indígenas trabajaban en plantaciones jesuitas en lo que ahora es Paraguay.
“La yerba mate nos da armonía y fortaleza”, señaló Isabelino Méndez, jefe de un poblado indígena de Misiones. “Es parte de nuestra cultura”.
Desde hace mucho tiempo, el gobierno argentino ha apoyado la industria del mate con controles de precios y subsidios, haciendo que los ingresos de los agricultores sean mayores que si estuvieran sujetos a la competencia del libre mercado.
Sin embargo, este año, las draconianas medidas financieras del presidente libertario Javier Milei para recomponer la economía han hecho surgir la incertidumbre ente los productores de mate y los tareferos. Para adelgazar el Estado, Milei busca eliminar los controles de precios y otras regulaciones que afectan a diversos mercados, incluido el de la yerba mate.
Los pequeños productores temen que las grandes empresas establezcan precios que ellos no podrían igualar y que los expulsen del mercado.
Julio Petterson, productor de mate del poblado norteño de Andresito, teme que se repita lo que ocurrió en la década de 1990, cuando políticas liberales similares desataron el caos entre los pequeños productores. “Apenas logramos sobrevivir”, dijo. “Miles de productores fueron a la quiebra”.
Los jornaleros dicen que se preparan para sufrir despidos en masa.
“Si el gobierno desregula los precios, ello perjudicará a los productores que son dueños de la tierra y, finalmente, perderemos nuestro empleo”, dice Antonio Pereyra, de 40 años y supervisor de 18 trabajadores. “La crisis económica nos golpea duro”.
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