León Romero apuesta por Javier Milei, el candidato a la presidencia argentina que nadie esperaba y cuyas propuestas radicales para reactivar la economía lo han convertido en el favorito de cara a las elecciones de este fin de semana.
“Quiero apostar por algo nuevo”, dijo recientemente Romero, un asistente contable de 23 años de edad que trabaja en una cadena de panaderías local, en un multitudinario acto de campaña.
Pero cuando se le pregunta por los detalles del plan de Milei para eliminar el peso y reemplazarlo por el dólar, Romero admite que no sabe exactamente cómo funcionaría: cuánto recibiría por sus pesos, cuándo se convertiría su sueldo, cómo cambiarían los precios o si será seguro guardar dinero en el banco.
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Ese es el problema para muchos argentinos, ansiosos por aceptar las promesas de Milei para revivir lo que una vez fue una de las naciones más ricas del mundo, pero que no están completamente seguros de cómo se llevarán a cabo.
Según Milei, la dolarización obligaría al Gobierno a frenar su despilfarro, controlar la inflación y liberar unos US$ 250,000 millones de inversión latente. Pero una transformación tan riesgosa de la segunda economía más grande de Sudamérica sería una labor increíblemente compleja.
El hecho de que los argentinos estén considerando seriamente la posibilidad de eliminar su moneda nacional —una medida extrema que pocos países han intentado— es un testimonio de los estragos que ha causado la inflación en todo el mundo tras la pandemia.
Si la inflación anual subió hasta en 10% o más en gran parte del mundo desarrollado, conmocionando a las generaciones más jóvenes que nunca habían experimentado una espiral de precios, en Argentina se ha disparado por encima del 130%, quebrando incluso a un pueblo que ha forjado sus tácticas de supervivencia financiera durante décadas de crisis.
“No me da miedo ir a algo nuevo. Sí me da miedo lo que sí sé que no funciona, que es lo que venimos viviendo hace años”, dijo Romero, cuyo salario mensual de 150,000 pesos se ha visto mermado por la inflación desde su último aumento hace tres meses. En julio, su sueldo equivalía a unos US$ 300 al mes; hoy es la mitad. “En dólares, mi sueldo va a estar resguardado”.
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Los votantes elegirán el domingo entre Milei, un diputado libertario que ha prometido “quemar” el banco central; Patricia Bullrich, de una coalición proempresa; y el actual ministro de Economía, Sergio Massa.
Aunque las encuestas son muy poco confiables en Argentina, Milei se impuso en las primarias de agosto con un respaldo cercano al 30% y sus contrincantes a solo unos puntos porcentuales de distancia. Si nadie obtiene el porcentaje necesario para ganar este domingo, los dos candidatos más votados se enfrentarán en una segunda vuelta el 19 de noviembre.
Aunque no lo entiendan del todo, los partidarios de Milei dicen que su plan de dolarización a ultranza —que implica congelar el tipo de cambio, levantar los controles de capital, permitir que pesos y dólares circulen libremente durante un tiempo y transferir la deuda del banco central a un fondo extraterritorial— es la mejor opción para normalizar la economía.
Consideran que reducirá la espiral de subidas de precios que se producen tan rápidamente que nadie sabe con certeza cuánto cuestan las cosas, pondrá un tope a las tasas de interés que superan el 100% y acabará con la necesidad de llevar fajos de billetes para pagar las transacciones cotidianas.
Los detractores de Milei dicen que el plan es demasiado arriesgado, y que si lo lleva a cabo el país habrá cedido el control de la política monetaria a la Reserva Federal, ya que no podrá ajustar las tasas de interés, devaluar la moneda o imprimir dinero en respuesta a impactos externos. Por supuesto, Milei dice que ese es exactamente el objetivo: quiere que estas decisiones dejen de estar en manos de los políticos argentinos, que, según él, tienen un pésimo historial en materia de gestión económica.
Los adversarios políticos de Milei dicen que sus ideas van demasiado lejos. Bullrich propone un conjunto de reformas ortodoxas que, dice, apuntalarán la economía sin necesidad de dolarizarla, mientras que Massa, miembro del actual Gobierno de izquierda, promete estabilizar la situación preservando la generosidad del Gobierno.
Dólares ocultos
El mayor reto a la hora de reemplazar la moneda nacional es convencer a los argentinos de que trasladen los miles de millones de dólares que tienen en efectivo a cuentas bancarias tradicionales, un componente necesario para realizar el cambio. Cualquier contratiempo, causado quizás por el intento de dolarizar la economía sin suficientes dólares, podría desencadenar una espiral hiperinflacionaria, e incluso una corrida bancaria que recuerde el colapso económico de 2001, que llevó a millones de argentinos a desconfiar del sistema financiero.
Otros países de la región se dolarizaron tras sufrir sus propias crisis. Desde que Ecuador y El Salvador eliminaron sus monedas locales hace unos 20 años, ambas naciones han tenido una inflación moderada y sistemas financieros estables, y las decisiones siguen siendo extremadamente populares incluso cuando sus Gobiernos oscilaron entre líderes conservadores y progresistas.
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No obstante, el cambio no ha sido una panacea para ninguno de los dos países, que siguen sufriendo un lento crecimiento económico. Ecuador acumula varios defaults sobre su deuda en las últimas dos décadas, y El Salvador puso nerviosos a los inversores en bonos al incorporar el bitcóin como moneda oficial de curso legal.
Lo más cerca que estuvo Argentina de adoptar el dólar fue cuando fijó el peso en la década de 1990 a un tipo de cambio de 1 a 1 y se comprometió a respaldar cada peso que imprimiera con un dólar en sus reservas. Esto controló la inflación durante un tiempo, pero al final acabó desencadenando la crisis de 2001.
Dado que los dólares de los argentinos se encuentran en gran medida fuera del sistema financiero formal, se calcula que el banco central tiene más deuda en dólares que dólares, ya que su balance se compone principalmente de líneas de crédito de prestamistas internacionales como China y el Fondo Monetario Internacional.
Según los economistas, el Gobierno de Milei necesitaría disponer de unos US$ 40,000 millones para iniciar el proceso de dolarización de la economía. No está claro de dónde podría sacar esa cantidad, ya que los mercados de capitales están cerrados para el país mientras los inversores incorporan en los precios el riesgo de default de los bonos extranjeros.
Es una gran ironía que, mientras el Gobierno carece de dólares, el país esté inundado de ellos.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos de Argentina calcula que sus ciudadanos mantienen unos US$ 250,000 millones en divisas fuera del sistema bancario, “bajo el colchón” y en cajas fuertes dentro del país. Esta cifra representa más del 10% de los billetes en circulación en todo el mundo. Los argentinos también poseen otros US$ 250,000 millones en activos líquidos en cuentas en el extranjero, según datos del Instituto de Finanzas Internacionales.
Quizás nadie tenga una mejor visión de los dólares ocultos que existen en el país que Juan Piantoni, fundador de INGOT, una empresa que vende espacios para guardar los valores que atesoran los ahorristas fuera de los bancos.
En un edificio anodino de Buenos Aires, bajando cuatro pisos hasta un búnker subterráneo, pasando por un detector de metales, un escáner biométrico ocular y unas puertas blindadas, Piantoni muestra una sala llena de cajas de seguridad. En su mayoría están llenas de dinero en efectivo: la cantidad total que resguarda es de al menos US$ 225 millones para los clientes de las sucursales de INGOT en Argentina y Uruguay.
“El dinero debería estar en el banco. La lógica es que esté generando intereses en un país razonable”, afirma Piantoni. “Lamentablemente, nos falta un tiempito largo para ser un país normal”.
Los niveles de pobreza superan el 40% en Argentina, con un aumento de 5 puntos porcentuales en cuatro años. Tras años de déficits presupuestarios financiados mediante la impresión de dinero, la confianza en el Gobierno y en el sistema bancario está por el suelo. El peso ha perdido más del 92% de su valor desde 2019.
La caída exacta depende de qué tipo de cambio se use para medir el colapso. Aunque el Gobierno mantiene el tipo oficial en 350 pesos por dólar, los controles cambiarios hacen casi imposible acceder a esa tasa. Así que han surgido otros métodos para realizar transacciones, creando más de una docena de tipos paralelos.
Algunos aspectos de la vida cotidiana ya funcionan en dólares. Los bienes raíces, los restaurantes de lujo y la mayoría de las importaciones ya se cotizan en la moneda estadounidense. Como las transacciones se realizan en efectivo —los argentinos cuentan historias de cómo caminan por las calles con mochilas cargadas con cientos de miles de dólares—, los ladrones están a la caza de cualquiera que pueda transportar fajos de billetes.
“El noventa por ciento de las transacciones se hacen exclusivamente en efectivo”, afirma Maximiliano Gotz, agente inmobiliario. “Me refiero literalmente a bolsas de dinero con signos de dólar”.
La caída del peso en los mercados paralelos se aceleró desde la victoria de Milei en las primarias, y cuanto más baje, más fácil será la dolarización porque se necesitarán menos billetes verdes, una dinámica que Milei reconoce que es ventajosa para su plan, aunque perjudique a los argentinos sin dólares.
Pero también existe el riesgo de que el peso caiga bruscamente, se mantenga bajo y la dolarización nunca llegue a producirse. Esto casi con toda seguridad conducirá a una hiperinflación, definida como un aumento mensual de los precios de al menos el 50%. La tasa más reciente en Argentina fue del 12.7%.
La dolarización exige actuar con rapidez, según Claudio Porcel, fundador del broker local Balanz Capital.
Evitar la hiperinflación “es como si estuvieras en medio de la sabana africana y un león viniera hacia vos, y solo tuvieras una bala”, afirma Porcel. “Será mejor que la pongas entre los ojos, porque si no te va a comer”.
Noelia Zúñiga solo quiere dólares.
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Desde hace años, Zúñiga, una inmigrante peruana de 27 años, convierte en dólares casi todos los pesos que le sobran vendiendo café en las calles de Buenos Aires y los guarda en un escondite de su pequeño apartamento sin ventanas. Un día, un ladrón le robó una parte, lo que la hizo perder más de un año de ahorros para un pequeño Fiat sedán que finalmente compró en julio del año pasado.
Así que Zúñiga, al igual que Romero, el contador, no se inmuta cuando oye hablar de los riesgos asociados a la dolarización. También es arriesgado, además de ser un dolor de cabeza, no poder simplemente poner dinero en un banco y confiar en que mantendrá su valor.
En un momento de la conversación, Zúñiga empieza a hablar efusivamente de Lionel Messi y del modo en que llevó a Argentina a ganar el año pasado su primer Mundial en tres décadas. Al igual que mucha gente en el país, está obsesionada con el fútbol y con Messi. Y ahora ve a Milei (y su plan económico) de la misma manera: el salvador que resolverá mágicamente los problemas de Argentina.
“Es lo mismo que Messi con la pelota”, dice. “Yo sabía que se iba a dar”.
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