Con su vasta producción de soja, carne, algodón y ahora también maíz, Brasil se ha erigido en una potencia mundial del agronegocio, un sector pujante que al mismo tiempo cosecha críticas, especialmente por la deforestación en la Amazonía.
El Ministerio de Agricultura lo anunció recientemente: se espera que el valor de la producción agrícola brasileña alcance este año un récord histórico de 1,15 billones de reales ( US$ 234.000 millones, aproximadamente).
El agronegocio, que engloba la producción agrícola pero también otras actividades del sector como la venta de insumos y la industria alimentaria, es responsable por un cuarto del PBI de Brasil.
Asimismo, respondió por la mitad de las exportaciones del país en el primer semestre.
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¿Qué explica esta pujanza?
Quinto mayor país del mundo en superficie, Brasil se alzó al podio de las potencias agrícolas mundiales en los últimos 30 años.
El gigante sudamericano es actualmente el mayor productor y exportador mundial de soja, azúcar y café. Es el principal proveedor de carne bovina y de pollo, y segundo de algodón. Este año destronará además a Estados Unidos como primer exportador mundial de maíz.
Desde la época colonial, el desarrollo de Brasil ha girado en torno a la tierra: primero fue la caña de azúcar, luego el algodón, la fiebre del caucho y finalmente el ciclo del café, que duró más de un siglo.
Pero el punto de inflexión vino en las décadas de 1960-1970, cuando la dictadura militar en el poder puso en marcha una “revolución verde” que estimuló la expansión de la frontera agrícola hacia el norte amazónico y las sabanas del Cerrado (centro-oeste).
Fue en ese contexto y empujada por la demanda china que se expandió la soja, utilizada masivamente para alimentar animales de consumo en el mundo.
“Los trabajos de mejora genética, las técnicas de corrección de acidez del suelo, de fertilización” y el desarrollo de pesticidas permitieron que la soja, seguida del maíz y el algodón, se expandiera hacia las regiones tropicales del país, explica a la AFP la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa).
El desarrollo del cultivo sin tener que remover la tierra y la introducción, a principio de los 2000, de variedades transgénicas -que hoy ocupan entre 80% y 90% de las superficies dedicadas a la soja, maíz y algodón- permiten a Brasil encadenar dos y hasta tres cosechas por año. La producción de esos cultivos se triplicó en 20 años.
¿El éxito tiene un precio?
Pero el modelo que permitió esta expansión enfrenta muchas polémicas. Entre 2019 y 2022, el agronegocio mantuvo una relación de proximidad con el expresidente ultraderechista Jair Bolsonaro.
Cuando el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva regresó al poder, prometió mano dura contra la deforestación en la Amazonía (que se disparó durante el mandato de Bolsonaro) y la protección de las tierras indígenas, dos asuntos sensiblemente relacionados con la expansión del agronegocio.
El agro, los pesticidas y las consecuencias de su uso en la salud humana y el medio ambiente, y los transgénicos, también entraron en la mira en las negociaciones con la Unión Europea, que condiciona la conclusión del acuerdo de libre comercio alcanzado con el bloque regional Mercosur a garantías medioambientales.
¿Cuáles son las perspectivas?
Al tiempo que avanza en su promesa de erradicar la deforestación en 2030, Lula deberá transigir con el agronegocio, apoyado por un poderoso lobby en el Congreso.
El exlíder sindical, que precisa de la recaudación fiscal para financiar sus programas sociales, está intentando abrir nuevos mercados para los productores brasileños, negociando acuerdos comerciales, especialmente con China, su principal socio.
“Brasil podrá ser el mayor productor de soja, maíz, algodón, café, de todo lo que quiera (...) porque tiene tierra, sol, agua y sobre todo, tecnología”, dijo este martes Lula en su transmisión semanal por YouTube.
El sector agrícola, por su parte, procura mejorar sus credenciales para no ahuyentar a los consumidores internacionales, cada vez más preocupados por consumir productos ecológicos.
“Las empresas agropecuarias trabajan muy duro para la trazabilidad. Es algo fundamental para valorizar su carne en las exportaciones”, afirma Caio Carvalho, presidente de la Asociación Brasileña del Agronegocio (ABAG).
André Nassar, presidente de la Asociación Brasileña de las Industrias de Aceites Vegetales, destaca por su parte el acuerdo concluido este año con la Asociación Nacional de Exportadores de Cereales para conciliar el cultivo de soja y la protección del Cerrado.
Pero para los ambientalistas, esto no es suficiente: “La deforestación cero sería el paso más relevante”, afirma Cristiane Mazzetti, portavoz de Greenpeace Brasil.
“El monocultivo a gran escala perjudica la biodiversidad. Deben priorizarse otros modelos, como la agroecología”, agrega.
Y esto es algo urgente, puesto que los efectos del cambio climático ya afectan los rendimientos del agro.
“Hay que avanzar hacia un modelo sostenible”, afirma Britaldo Soares Filho, experto en modelado de sistemas ambientales de la Universidad Federal de Minas Gerais.
“Al impulsar la degradación ambiental, el agronegocio está perjudicándose” a sí mismo, añade.
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