La reacción a la reciente rebaja de la calificación de la deuda soberana de Estados Unidos por parte de Fitch Ratings fue más reveladora que el anuncio en sí. Debido a preocupaciones sobre la posición fiscal a largo plazo de EE.UU. y el riesgo de que la disfunción política de Washington pueda empeorar las cosas, la compañía rebajó la deuda estadounidense de AAA a AA+.
La medida fue calificada rotundamente como “extraña” y “completamente absurda”. En una respuesta oficial, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, la calificó de “arbitraria” y “obsoleta”.
Es cierto que la información que ofrece cualquier evaluación de la deuda del Gobierno estadounidense es mínima. Los inversionistas y analistas tienen todos los datos que necesitan para juzgar por sí mismos los riesgos asociados a los activos más negociados del mundo.
La nueva calificación no tiene implicaciones regulatorias materiales y apenas tuvo repercusiones en los mercados de bonos. En efecto, Fitch les estaba diciendo a los inversionistas lo que ya sabían.
Sin embargo, si alguna vez hubo un caso en el que se protestara demasiado, ese es la reacción a la rebaja crediticia. Los comentarios de Yellen, que afirmaban que el Gobierno está “comprometido con la sostenibilidad fiscal”, se desviaron hacia la absoluta complacencia.
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Su tranquilidad debería causar más ansiedad, no menos, porque los problemas que señala Fitch son reales: para 2025, dice la compañía, el déficit presupuestario de EE.UU. alcanzará casi el 7% del producto interno bruto, incluso si no se aborda la mayoría de los desafíos fiscales del país (una creciente carga del servicio de la deuda, los crecientes costos de la atención médica, la disminución de los fondos del seguro social).
Los críticos de Fitch dicen que la perspectiva fiscal de EE.UU. ha mejorado últimamente, lo que los lleva a preguntarse por qué la rebaja se hace ahora. La inquietud tiene razón de ser: según el propio análisis de Fitch, debería haber sucedido antes.
Pero el problema de fondo no está resuelto de ninguna manera. La mejora reciente es temporal y surge principalmente del efecto de la alta inflación en el denominador de la relación entre deuda y PIB.
Con la política actual, esta relación todavía está en camino de alcanzar niveles sin precedentes. La Oficina de Presupuesto del Congreso espera que supere el 118% para 2033, y que continúe aumentando a partir de entonces si no hay un cambio de política importante.
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Y lo que es más grave, es que este deterioro está ocurriendo justo cuando la incapacidad de Washington para abordar el problema se agudiza cada vez más.
Nadie, y menos Fitch, piensa que EE.UU. podría verse obligado a incumplir sus obligaciones. Las malas perspectivas presagian una combinación de tasas de interés más altas, mayores impuestos y menor gasto público, pero esto en sí mismo no significa que EE.UU. se dirija hacia la insolvencia.
Ese peligro surge gracias a una combinación futura de crisis fiscal, política polarizada y la sorprendente voluntad de los líderes del país de coquetear ocasionalmente con un incumplimiento voluntario de la deuda con fines tácticos.
Yellen parece considerar que el reciente acuerdo del límite de deuda, que eliminó la amenaza inminente de un default autoinfligido, es una garantía suficiente en este sentido. Eso sería absurdo.
El acuerdo empeoró seriamente la perspectiva fiscal a largo plazo al sacar de la mesa la reforma esencial a los beneficios sociales (principalmente a la seguridad social y Medicare). Y no hizo nada para mejorar el proceso presupuestario.
Abordar ese desafío requerirá una ambiciosa cooperación bipartidista. En este momento, eso es difícil de imaginar y el problema podría empeorar antes de mejorar.
En resumen, Fitch tiene un punto. La reticencia generalizada a admitirlo solo le da la razón a la agencia calificadora.
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