En Sao Paulo, el 91% de las camas de cuidados intensivos en hospitales están ocupadas en momentos en que los casos de COVID-19 se disparan. La ciudad ha declarado un feriado público de cuatro días para reducir los viajes. En las partes más pobres de Brasil, como Fortaleza y Manaus, los hospitales están aún más repletos.
Lo mismo ocurre con Perú y México. En Chile, que parecía haber estado controlando el coronavirus, un súbito aumento de casos y muertes provocó que el gobierno confinara todo Santiago y dejara al ministro de salud “muy preocupado”. Ante un aumento récord de casos esta semana, Argentina extendió su cuarentena. A medida que la pandemia se desacelera en Europa, ésta sigue aumentando en las Américas.
Para América Latina, eso es decepcionante y preocupante. Advertidos de lo que pasaba al otro lado del mundo, muchos países se apresuraron a imponer confinamientos hace dos meses. En una región donde uno de cada dos trabajadores labora en la economía informal, estas medidas son difíciles de mantener. Muchos países también han lanzado bonos de emergencia para grandes segmentos de la población y han otorgado garantías de crédito a las empresas. Pero los gobiernos latinoamericanos carecen del arsenal fiscal, así como de instituciones efectivas, de sus contrapartes en Europa o Estados Unidos.
Como resultado, en lugar de tener una recuperación rápida, como algunos esperaban, la región corre el riesgo de ingresar a un valle oscuro en el que tanto la salud pública como los medios de sustento se verán afectados durante muchos meses. Los efectos ya están agravando la desigualdad en una región dispareja.
Comencemos con la salud pública. Los confinamientos redujeron la propagación del virus en abril, según Jarbas Barbosa, de la Organización Panamericana de la Salud (PAHO). Pero las presiones económicas, y los mensajes contradictorios de los presidentes en Brasil y México, han llevado a muchas personas a ignorar las cuarentenas.
La circulación de personas en los países más grandes de la región ha vuelto a casi la mitad de lo normal, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los mercados son una fuente de contagio: en un mercado mayorista de frutas en Lima, casi el 80% de los vendedores dieron positivo para el coronavirus. PAHO advierte que los grupos más vulnerables son los pueblos indígenas de la Amazonía, los migrantes, la población penitenciaria y los pobres en áreas urbanas, muchos de los cuales viven en zonas densamente pobladas.
Varios países más pequeños, como Paraguay, Costa Rica y Jamaica, tienen tasas bajas de infección, al igual que Colombia. Algunos otros gobiernos simplemente han declarado la victoria y están abriendo sus economías nuevamente; entre ellos México, cuyo presidente Andrés Manuel López Obrador afirma que su país ha “domado” al virus. Pero incluso los datos oficiales particularmente sospechosos de México muestran que los casos siguen aumentando.
“La mayoría de los países no pueden abrirse”, opina el Dr. Barbosa. “Sería una receta para el desastre”. Él piensa que si se adopta el distanciamiento social de forma adecuada, los casos podrían comenzar a caer en la región en la primera quincena de junio.
Aunque los confinamientos tienen (casi siempre) el respaldo de la población, estos conllevan un gran costo socioeconómico. Una encuesta del BID entre 17 países en abril reveló que el 57% de pequeñas empresas han cerrado temporalmente, mientras que casi el 45% de los encuestados dijo que al menos una persona en sus hogares había perdido el trabajo. Países como Brasil, Chile y Perú han implementado planes de bonos de emergencia de tres meses. Pero llevar el dinero a los trabajadores informales es difícil (y a veces ha provocado que fuera de los bancos se propague el virus entre las multitudes que van a cobrarlo).
Si se quiere contener el COVID-19, dichas políticas deberán continuar por más tiempo; así como las garantías crediticias y la liquidez de emergencia para empresas, con el fin de impulsar la recuperación económica. A los gobiernos les costará conseguir el dinero. “No vivimos en una región de ‘lo que sea necesario’”, dice Mauricio Cárdenas, un ex ministro de finanzas colombiano, refiriéndose a la postura del Banco Central Europeo. “Podemos hacer lo que podamos”, dijo en un seminario del Banco Mundial la semana pasada.
Solo los países financieramente más fuertes, como Perú y Chile, tienen ahorros públicos a los que recurrir. Muchos países latinoamericanos aún pueden recaudar dinero en los mercados financieros, pero ¿por cuánto tiempo? Intentar reprogramar las deudas, como lo está haciendo Argentina, lleva tiempo y conlleva costos. Y en lugar de limitar las salidas de capital a través de la condonación de deuda, América Latina necesita entradas adicionales. Desde marzo, una docena de países de América Latina y el Caribe han recibido un total de US$ 4,000 millones en financiamiento de emergencia del FMI. Pero la demanda de su dinero excederá la oferta.
Cárdenas sugiere que el FMI debería establecer un fondo que emita bonos para que los bancos centrales de los países ricos los compren, utilizando el dinero para ayudar a América Latina a capear la crisis. Eso puede ser un verdadero desafío político; pero la otra opción serían años de postración económica e inestabilidad política.