Redacción Gestión

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Inició el 2016 con alta volatilidad en los mercados financieros y generando mucho nerviosismo entre los ahorradores. Encabezados dedicados a China, el petróleo y la devaluación del peso acapararon los titulares de los medios de comunicación en estas primeras semanas del año.

Preguntas como: ¿hasta dónde puede llegar el dólar? ¿Cuánto van a subir las tasas de interés? Y, sobre todo: ¿qué hago con mi dinero?, han surgido como una constante últimamente.

La realidad es que no podemos predecir los indicadores económicos, pero sí adoptar estrategias defensivas ante entornos complicados e inciertos como el que vivimos. Para ello, es muy importante reconocer nuestras necesidades y objetivos.

¿Cuál es la relación riesgo-rendimiento que estoy dispuesto a asumir? Aquí se establece el cimiento más relevante de una estrategia: ¿qué es lo más importante: un rendimiento aceptable con un riesgo bajo y medido, o un rendimiento agresivo a costa de poner en juego mi capital?

El dilema entre soportar minusvalías temporales con la expectativa de obtener mayores ingresos en el largo plazo o la prioridad de preservar el capital y obtener el mejor rendimiento posible bajo esta condición.

Las alternativas de inversión que existen en medio de estos dos polos, uno sumamente agresivo y otro muy conservador, son muchas. Vale la pena tener un panorama general.

Si yo invierto en un Cete de 28 días, que es una de las inversiones más conservadoras y a un corto plazo, estaré recibiendo mis intereses mensualmente y no tendré mucho de qué preocuparme más que la inflación, que posiblemente será mayor a los intereses y, por lo tanto, habré perdido poder adquisitivo.

Si me voy al otro extremo e invierto todos mis ahorros en la Bolsa, podré generar rendimientos muy atractivos en periodos cortos superando a la inflación, pero también podría tener resultados negativos con pérdida de capital en algún momento.

Y entonces… ¿Qué hago con mi dinero?

Regresar a lo básico: la diversificación sigue siendo un concepto muy recomendable. Esto no se limita a mercados financieros: podemos diversificar en negocios, bienes raíces, seguros, en arte y en productos de inversión con diferentes objetivos, como fondos, divisas, acciones, estructurados, entre otros.

Algo que debemos recordar es que todas las inversiones tienen riesgos, y todas en un principio generan expectativas que pueden cumplirse, incumplirse o, incluso, superarse.

Un inmueble puede perder o ganar valor por modificaciones en la zona, cambios climáticos o demográficos y hasta por nuevas regulaciones. Una obra de arte puede subir de precio estrepitosamente o puede resultar falsa. Un restaurante puede quebrar antes de cumplir el primer año si las proyecciones y el plan de negocios no son adecuados, y finalmente, un instrumento financiero está a merced del mercado, de la macro y microeconomía, de resultados corporativos y de políticas monetarias que pueden beneficiar o afectar las cotizaciones de dicho activo. Cuando invertimos lo hacemos con expectativas favorables, independientemente del tipo de inversión que realizamos, y el resultado puede ser positivo o negativo.

La diversificación nos permite mitigar los tipos de riesgos que existen y tener distintas fuentes de rendimiento. Una mezcla adecuada nos llevará a un sesgo positivo, lo cual significa que cuando ganemos, ganemos más que cuando perdamos.

Al momento de invertir debemos realizar un exhaustivo análisis sobre nuestras necesidades y objetivos, horizonte de inversión y la relación riesgo –rendimiento que estamos dispuestos a asumir, acorde a nuestro perfil de inversión.

Diario El Economista de MéxicoRed Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)

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