Para Liliana Alvarado, su mamá fue la que delineó su personalidad. “Ella era maestra y su disciplina era la ley”, recuerda la directora general de la Escuela de Posgrado de la UTP. La consigna era hacer las cosas al 100% para vivir tranquilo. Si había que estudiar, jugar o limpiar, debía enfocarse solo en eso. Pero si bien Alvarado aprendió de esfuerzo y dedicación junto a su madre, reconoce que la paciencia no estaba en el syllabus.
¿Diría entonces que en eso no es tan buena?
No me la inculcaron, pero estoy mejorando. Me falta controlar mi reptil, ese comportamiento instintivo que tenemos. Todavía tengo que respirar antes de hablar asertivamente, porque uno puede construir o destruir con las palabras.
¿Cuándo decidió mejorar ese aspecto?
Antes el resultado era lo más importante. Soy una persona que quiere las cosas para ayer.
En la UPC, mi primer jefe fue David Fischmann y él me enseñó que las personas son tan importantes como el resultado. Eso hizo un gran cambio en mi manera de trabajar. Ahora, me reúno con mi equipo y cada uno pone sus objetivos y fechas.
Estudió en la UNI. ¿Cómo fue su experiencia?
Fue un reto supergrande desde el desafío para ingresar. Sufrí también unos problemas de discriminación. Mi jefe decía que como era mujer no podía cargar el teodolito, entonces una persona bastante menor, por ser hombre, debía hacer las medidas y yo solo anotar en un papel.
¿Notó en ese momento el prejuicio o ya con los años?
Venía de estudiar en un colegio parroquial mixto y crecí creyendo que el hombre y la mujer eran lo mismo. Y mi mamá siempre me exigió superarme a mí misma, veía que el esfuerzo tenía que ser continuo para tener éxito. Así que si no lograba algo, no pensaba que era por ser mujer, sino que debía seguir esforzándome. Cuando ves las cosas en retrospectiva, te das cuenta de que tal vez sí había diferencias.
¿En qué momento se volvió más consciente de esas brechas?
Cuando quise aplicar a una beca para estudiar una especialización hidráulica y la persona que me entrevistó me dijo: “Ni siquiera te presentes, no van a mandar nunca a una mujer”. Pero siempre he sentido que cada uno llega a dónde quiere y no se trata de los obstáculos que te ponen, sino de las oportunidades que quieres tomar.
¿Los estereotipos los cargamos también las mujeres?
Cuando trabajé en una empresa grande de mujeres, en el área de marketing éramos 200, en el área de recursos humanos unas 30 y en finanzas no había ninguna. Siempre existía la idea de que las mujeres son buenas para la interacción social, para la creatividad pero no para los números.
¿Las cuotas de género o la meritocracia impulsarían la presencia femenina en estos campos?
Es relativo. Hay estereotipos que estamos rompiendo un poco y debemos tener las mismas oportunidades. Y demostrar que nosotras podemos romper nuestro propio techo de cristal. En la carrera de marketing, por ejemplo, un 60% son mujeres y 40% hombres. Pero en las maestrías solo un 20% son mujeres. Entonces hay que reforzar autoestima y habilidades.
¿Prefirió alguna vez cambiarse de trabajo antes que aceptar las diferencias?
Cuando hacía prácticas, mi par se acababa de casar y como necesitaba solventar un hogar, a mí no me iban a aumentar lo mismo que a él, a pesar de que los dos hacíamos el mismo trabajo. Entonces le dije a mi jefe: “muchas gracias por todas las oportunidades que me diste, pero te aviso que hoy empiezo a buscar trabajo”. A la semana, me fui.