La computadora nació en la guerra y debido a la guerra. La máquina Colossus fue construida en 1944 para descifrar códigos nazis. En la década de 1950, las computadoras organizaban las defensas aéreas de Estados Unidos. En las décadas siguientes, la inteligencia artificial jugó un pequeño papel en la guerra. Ahora está a punto de volverse crucial.
Así como el mundo civil está siendo testigo de un rápido avance en la potencia y la difusión de la inteligencia artificial (IA), el mundo militar también debe prepararse para una avalancha de innovación. Por mucho que transforme el carácter de la guerra, también podría resultar desestabilizadora.
El veloz cambio actual tiene varias causas. Una es el crisol de la guerra misma, sobre todo en Ucrania. Chips pequeños y económicos guían de manera habitual a los drones rusos y ucranianos hacia sus objetivos, ampliando una tecnología que antes se limitaba a los misiles de una superpotencia.
Otra causa es el reciente avance exponencial de la IA, que permite hazañas asombrosas de reconocimiento de objetos y resolución de problemas de orden superior. Una tercera causa es la rivalidad entre Estados Unidos y China, en la que ambos ven a la IA como la clave de la superioridad militar.
Los resultados son más visibles en el avance de las máquinas letales inteligentes. Los drones aéreos y navales han sido vitales para ambos bandos en Ucrania en cuanto a la detección y el ataque de objetivos. El papel de la IA es el de solventar las interferencias, ya que permite que un dron se dirija a los objetivos, incluso si se suspenden las señales GPS o el enlace con el piloto. Romper la conexión entre el piloto y el avión pronto debería permitir a los ejércitos desplegar cantidades mucho mayores de municiones de bajo costo. Con el tiempo, se diseñarán enjambres autodirigidos para abrumar a las defensas.
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Pero lo más visible de la IA militar no es lo más importante. Como explica nuestro informe, la tecnología también está revolucionando el mando y control que los oficiales militares utilizan para orquestar las guerras.
En el frente de guerra, los drones representan solo el último y más dramático eslabón de la cadena de muerte, la serie de pasos que comienza con la búsqueda de un objetivo y culmina en un ataque. La importancia más profunda de la IA es lo que puede hacer antes de que ataque el dron. Debido a que clasifica y procesa datos a una velocidad sobrehumana, puede identificar cada tanque entre miles de imágenes satelitales o interpretar la luz, el calor, el sonido y las ondas de radio para distinguir los señuelos de los posibles objetivos reales.
Lejos del frente de batalla, la IA puede resolver problemas mucho mayores que los que enfrenta un solo dron. Hoy eso significa tareas simples, como determinar qué arma es la más adecuada para destruir una amenaza. En su debido momento, los “sistemas de apoyo a las decisiones” podrán comprender rápidamente la desconcertante complejidad de la guerra y en una zona amplia, tal vez incluso en un campo de batalla completo.
Las consecuencias de esto apenas se empiezan a dilucidar. Es probable que los sistemas de inteligencia artificial, junto con robots autónomos en tierra, mar y aire, puedan encontrar y destruir objetivos a una velocidad sin precedentes y a gran escala.
La velocidad de este tipo de guerra cambiará el equilibrio entre soldado y software. Hoy en día, los ejércitos mantienen a un hombre “informado”, el cual aprueba cada decisión letal. A medida que encontrar y alcanzar objetivos se comprima en minutos o segundos, el ser humano podría simplemente estar “presente en la información”, como parte de un equipo humano-máquina. La gente supervisaría el sistema sin intervenir en cada acción.
La paradoja es que, incluso cuando la IA dé una idea más clara del campo de batalla, la guerra corre el riesgo de volverse más subrepticia para las personas que la combaten. Habrá menos tiempo para detenerse a pensar. A medida que los modelos generen juicios cada vez más proféticos, su producción será cada vez más difícil de examinar sin ceder al enemigo una ventaja letal.
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Los ejércitos temerán que el no darles más control a sus asesores de IA se traduzca en una derrota a manos de un adversario que sí lo haga. Un combate más rápido con menos pausas hará que sea más difícil negociar treguas o detener la escalada. Esto podría favorecer a quienes estén en la defensiva, quienes podrían resguardarse mientras los atacantes revelan su presencia a medida que avanzan. O podría tentar a quienes están a la ofensiva a atacar preventivamente y con gran fuerza, para derribar los sensores y las redes de las que dependerán los ejércitos habilitados por la IA.
La escala de la guerra basada en la IA significa que el peso industrial y de las masas probablemente se vuelva aún más importante de lo que es hoy. Se podría pensar que las nuevas tecnologías permitirán que los ejércitos se vuelvan más ágiles. Pero si el software puede seleccionar decenas de miles de objetivos, los ejércitos necesitarán decenas de miles de armas para atacarlos. Y si el defensor tiene la ventaja, los atacantes necesitarán más armas para abrirse paso.
Esa no es la única razón por la que la guerra con IA favorece a los países grandes. Los drones podrían volverse más baratos, pero los sistemas digitales que interconectan el campo de batalla serán infernalmente costosos. Construir ejércitos impulsados por IA requerirá enormes inversiones en servidores en la nube capaces de manejar datos secretos. Habrá que integrar ejércitos, armadas y fuerzas aéreas que hoy existen en sus propios silos de datos. Entrenar los modelos requerirá acceso a enormes cantidades de datos.
¿A qué país grande favorece más la IA? Se solía pensar que China tenía una ventaja, gracias a su conjunto de datos, su control sobre la industria privada y sus restricciones éticas más laxas. Sin embargo, ahora Estados Unidos parece estar al frente en los modelos de vanguardia que podrían dar forma a la próxima generación de IA militar. Además, la ideología importa: no se sabe con certeza si los ejércitos de los Estados autoritarios, que valoran el control centralizado, podrán explotar las ventajas de una tecnología que empuja a la inteligencia y el conocimiento a los niveles tácticos más bajos.
Si, por desgracia, estalla la primera guerra impulsada por la IA, es probable que el derecho internacional quede marginado. Esta es una razón más para pensar hoy en cómo limitar la destrucción. China debería prestar atención al llamado de Estados Unidos de descartar el control de la IA sobre las armas nucleares, por ejemplo. Y una vez que comience una guerra, las líneas directas de persona a persona serán más importantes que nunca.
Los sistemas de inteligencia artificial destinados a maximizar la ventaja militar deberán codificarse con valores y restricciones que los comandantes humanos dan por sentado. Estos incluyen otorgar un valor implícito a la vida humana —¿cuántos civiles es aceptable matar en la persecución de un objetivo de alto valor?— y evitar ciertos ataques desestabilizadores, como alguno dirigido a los satélites de alerta nuclear temprana.
Las incertidumbres son profundas. Lo único seguro es que el cambio impulsado por la IA se acerca. Los ejércitos que anticipen y dominen los avances tecnológicos con mayor rapidez y eficacia probablemente prevalecerán. Es muy probable que todos los demás sean víctimas.
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