Comenzó la pandemia y Walter Velásquez se hizo la misma pregunta que muchos otros profesores: “¿Y ahora qué?”. Desde su esquina personal, en el municipio peruano de Colcabamba, a casi 3.000 metros de altura, su respuesta fue crear a Kipi, una niña robot que permitió que las comunidades aisladas tuvieran acceso a la educación y que ahora cobra una segunda vida.
Kipi (que significa cargar en quechua) se ha multiplicado y hoy no es una, sino que son siete. La aceptación de las comunidades que visita Velásquez en el temido Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), resguardo del último reducto de Sendero Luminoso y epicentro cocalero de Perú, ha hecho que esta niña robot se convierta en una herramienta educativa fundamental en un sistema que no está dotado de mucho apoyo.
“Yo también pensaba que iba a durar solo durante la pandemia, pero ha sido tanta la aceptación de estudiantes en la comunidad que más niños empezaron a volver a las escuelas (y lo reclamaban)”, explica Velásquez.
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En el camino hacia el éxito, el docente se encontró “con una empresa, que se llama Kallpa (Generación, proveedora de energía)”, que le hizo una pregunta directa: “¿Qué necesita para que haya más kipis?”
“Necesito más materiales”, respondió Velásquez, para quien “fue algo bonito sumar esfuerzos”.
A partir de ese momento, le llegaron los insumos suficientes para construir siete niñas robot más “y mandarla a siete comunidades, las más alejadas del Vraem”.
Si con la primera Kipi, elaborada con el material reciclado que tenía a su alcance, consiguió llevar la educación a 30 niños, hoy son 500 alumnos en siete escuelas los que se han beneficiado de esta iniciativa.
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Una robot en pro de la educación de las niñas
No es casualidad que Kipi sea una niña. Velásquez explica que hubo “un tiempo en que si mirabas los salones de las escuelas por la comunidad, había gran porcentaje de niños y no de niñas”.
El hecho de ver a una robot niña y maestra estimula a las menores a mantenerse en el sendero escolar y derribar todas las barreras a su paso.
“Quería que mis alumnas, mirando a Kipi, dijeran que es una robot que sabe y va a la escuela, entonces todas debemos ir a la escuela”, subraya.
Su historia llegó a Lima, donde Sonaly Tuesta, comunicadora y directora audiovisual, consideró que una iniciativa como la de Velásquez y la niña robot debía trascender mucho más allá de Colcabamba.
“A mí me impactó totalmente (...) sobre todo, que esta robot era una niña, estaba inspirada en una niña. Ahí decido acercarme mucho más al proyecto y luego, ya conversando con el protagonista, el profesor, él tenía ganas de que se cuente esa historia que ha ido avanzando”, explica Tuesta sobre un documental, “Misión Kipi”, que cuenta la historia del proyecto original, nacido en abril de 2020.
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Actualmente, el documental está en su última fase de producción y avanza gracias al apoyo del Ministerio de Cultura, la Embajada de Suiza en Perú, la empresa Kallpa Generación y la asociación Somos Das Perú.
En su realización, Tuesta ha recorrido las comunidades en las que Kipi ya es una estrella y ha constatado que es “una herramienta educativa muy valiosa que ha llevado la escuela a la comunidad”.
“No eran las clases virtuales, él (Velásquez) iba a buscar a los niños, porque de los 60 estudiantes que tenía antes de la pandemia, 30 podían conectarse, pero los otros 30 se fueron a las comunidades y no volvieron más”, recuerda.
A partir de ahí, añade Tuesta, Kipi, un robot quechuahablante, ha ido creciendo y ahora “recoge no solamente las clases como te las manda el currículo educativo, sino que recoge la sabiduría de la gente también”.
El fruto de ese éxito es una familia de niñas robot que recorren las alturas andinas de Perú haciendo honor a su nombre, cargando a sus espaldas un panel solar que las alimenta entre los cerros, fomentando la inquietud educativa de las comunidades y recogiendo su sabiduría, sus mitos y sus leyendas.
Fuente: EFE
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