Bloomberg.- Si uno habla en estos momentos con los expertos en China, recibirá una de dos opiniones contrapuestas sobre sus perspectivas.

La visión predominante es que un sector industrial estatal no reformado y el aumento de la deuda significan que el país está en una trayectoria insostenible, con una crisis financiera en un horizonte no muy lejano.

Los optimistas reconocen que la deuda es demasiado alta pero tienen la esperanza de que el crecimiento del sector de los servicios impulse un consumo más vigoroso, reduciendo la necesidad de inversiones basadas en créditos y colocando a la economía en una trayectoria sostenible en el mediano plazo.

¿Y si ambos estuvieran equivocados?Ésa es la posibilidad que sugiere la rápida automatización de las fábricas chinas. En 2016, China instaló 87,000 robots industriales, 27% más que el año anterior y un récord para cualquier país.

El crecimiento anual podría seguir a un ritmo del 20% hasta 2020, según la Federación Internacional de Robótica.

Y eso probablemente sea sólo el comienzo: el presidente Xi Jinping instó a que haya una "revolución de los robots", en tanto China supera la capacidad de manufactura de otros países.

"Produciremos robots hasta que no haya más personas en las fábricas", dice Max Chu, gerente general de E-Deodar, una startup de robótica.

¿Qué podría significar eso para la economía?Para el país, la noticia presenta aspectos variados. Un beneficio es que la automatización debería aumentar la productividad.

En Corea del Sur, que tiene la densidad de robots más alta de todas las grandes economías, la ganancia por trabajador en las automotrices fue de US$ 152,000 en 2016. En China, fue de sólo US$ 48,000.

Junto con los esfuerzos agresivos para difundir la tecnología en otros campos, la automatización tiene el potencial para aumentar la competitividad de China y sostener un rápido crecimiento.

Conforme la fuerza de trabajo envejezca y comience a reducirse, las fábricas equipadas con robots no sentirán el impacto.

Pero para los trabajadores, la noticia podría no ser tan buena. En China, como en cualquier otra parte, la automatización probablemente debilite los ingresos de quienes están menos calificados.

China ya se clasifica a la misma altura que algunos países africanos y latinoamericanos en lo que se refiere a desigualdad.

Sobre la base de los datos de la Encuesta sobre Finanzas de los Hogares de China, el 10% más rico de los hogares da cuenta del 50% de los ingresos, a expensas de un porcentaje más pequeño para todos los demás.

A su vez, la mayor desigualdad podría impedir la transición de China a una economía basada en el consumo. Los ricos de China son responsables de casi todo el ahorro del país, mientras que los hogares pobres y de clase media ahorran poco o nada.

Al sesgar aún más la distribución del ingreso hacia los ricos, la automatización podría elevar más la muy alta tasa de ahorro de China y debilitar su muy bajo consumo.

Si eso ocurre, las dos grandes fuentes de demanda –la inversión y las exportaciones- se volverán mucho más importantes.

Para China, esto podría funcionar bien. En el campo de las exportaciones, al aumentar la competitividad, la automatización podría permitir a las fábricas chinas mantener el control de partes de bajo valor agregado de la cadena de producción y al mismo tiempo avanzar hacia áreas de alto valor agregado ahora dominadas por Japón, Corea del Sur y Taiwán.

En cuanto a la inversión, la alta tasa de ahorro de los hogares ricos significará que los bancos seguirán teniendo abundancia de fondos.

La debilidad del consumo mantendrá a raya la inflación, permitiendo que el banco central mantenga bajas las tasas de interés y sostenga el flujo de crédito.

Pero para el resto del mundo, el panorama parece menos positivo. La estrategia industrial de China irá minando las ventajas competitivas que les quedan a las compañías estadounidenses, alemanas, japonesas y coreanas, poniendo en peligro los trabajos de alta cualificación.

Conforme la desigualdad debilite el poder adquisitivo de la clase media china, el aumento previsto de la demanda china de bienes extranjeros, y por lo tanto de mano de obra extranjera, quizá nunca se produzca.

Según una hipótesis pesimista, los robots sostendrían el crecimiento de China pero asestarían un golpe más fuerte al empleo en Occidente que el que hasta ahora ha tenido el trabajo en condiciones de explotación.

Después de todo, uno de los principales productos de exportación de Estados Unidos a China son los alimentos. Si Max Chu se sale con la suya, no quedarán más trabajadores que los compren.

De todos modos, es posible que los beneficios (y los costes) de la automatización sean exagerados y que los robots tengan muchas menos probabilidades de reemplazar a los seres humanos de lo que suponen los tecno-visionarios.

También es posible que el Gobierno chino restrinja las desventajas de la automatización a través de políticas con visión de futuro – como una garantía de ingreso universal – para apuntalar los salarios y el consumo.

La temprana experiencia de Japón con la automatización ofrece un ejemplo esperanzador: el aumento de la productividad y los salarios de los trabajadores de baja cualificación en realidad redujo la desigualdad en las décadas de 1960 y 1970.

A falta de un Arnold Schwarzenegger chino (¿Chow Yun-fat?) que se teletransporte del futuro para decirnos qué está pasando, tendremos que esperar a ver qué ocurre.

No obstante, el ascenso de los robots bien podría significar que tanto los optimistas como los pesimistas estén equivocados… y que el futuro de China sea muy distinto de lo que cualquiera imaginó.

Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la junta editorial ni la de Bloomberg LP y sus dueños.

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