Blanca González, que trabaja cerca al lugar, recuerda que el rescate fue “más feo” que la toma de los rehenes porque hubo muchas explosiones. FOTO: INES MENACHO / EL COMERCIO
Blanca González, que trabaja cerca al lugar, recuerda que el rescate fue “más feo” que la toma de los rehenes porque hubo muchas explosiones. FOTO: INES MENACHO / EL COMERCIO

Aunque han pasado 25 años, los peruanos recuerdan el impacto político y la conmoción de la operación que puso fin al largo secuestro de 72 personas en la residencia del embajador japonés en Lima, una acción por sorpresa en la que fueron abatidos los 14 integrantes del grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y sobre la que todavía hay muchos interrogantes abiertos.

El operativo supuso también el fin del MRTA, que, siempre a la sombra del grupo terrorista Sendero Luminoso, introdujo a Perú en una espiral de terror que oscureció la vida de los ciudadanos y que, en buena medida, tuvo una suerte de punto final con la toma de la residencia del embajador japonés.

Fue en la tarde del 22 de abril de 1997, cuando un comando militar ingresó por túneles subterráneos a la casona del entonces embajador japonés en el acomodado distrito limeño de San Isidro para rescatar a los 72 rehenes secuestrados por el MRTA cuatro meses antes.

Los militares hicieron estallar los cimientos de la casa e ingresaron por diversos puntos en cuestión de segundos para lograr que el efecto sorpresa les permitiera rescatar con vida a los rehenes, entre los que había diplomáticos, políticos y empresarios, aunque uno de ellos, el juez de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Giusti Acuña, fue asesinado por los terroristas.

Lo que recuerdo es que fue una operación sorpresiva, exitosa, nadie se esperaba ese tipo de operativo”, rememoró Enrique Ferrer, a escasos metros del lugar donde se produjo el rescate, que hoy es un terreno descampado, sin ningún indicio de lo que ocurrió allí.

Uno se imaginaba que eso iba a tardar mucho más, que iba a ser muy difícil y fue una operación realmente relámpago”, añadió Ferrer, pues el operativo llamado “Chavín de Huántar” se preparó en forma secreta y en paralelo a las negociaciones que encabezaba el Comité Internacional de la Cruz Roja para rescatar a los cautivos.

Como él, son muchos los vecinos de la zona y los peruanos de todo el país que recuerdan con precisión dónde se encontraban o qué estaban haciendo cuando los militares asaltaron la embajada.

Blanca González, que trabaja cerca al lugar, recuerda que el rescate fue “más feo” que la toma de los rehenes porque hubo muchas explosiones.

Nadie sabía lo que pasaba adentro, fue una parte de la historia del Perú muy lamentable”, expresó.

Chavín de Huántar, nombre del operativo, es también un centro arqueológico con una estructura de pasadizos subterráneos que fue tomado como modelo para construir, en tiempo récord, un circuito de túneles para ingresar a la residencia japonesa.

Acabó con el MRTA

El operativo también reportó bajas, pues en el enfrentamiento con los subversivos murieron los militares Juan Valer y Raúl Jiménez, pero supuso el final del MRTA, uno de los grupos terroristas que, junto a Sendero Luminoso, aterrorizó a la población peruana y se instaló en sus peores pesadillas.

Los 14 “emerretistas” que tomaron la residencia japonesa, liderados por su cabecilla Néstor Cerpa, murieron en el operativo militar y, con ellos, desapareció ese grupo subversivo. Un hito que, junto al arresto del líder senderista, Abimael Guzmán, en 1992, marcó el declive del terrorismo en Perú y permitió respirar a los ciudadanos.

No obstante, el testimonio de un exrehén japonés del MRTA de que algunos de los secuestradores fueron ejecutados en el lugar abrió una investigación judicial contra los comandos militares que no llegó a responsabilizar a nadie.

Pero la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró al Estado responsable por la violación del derecho a la vida de uno de los subversivos y abrió muchas interrogantes que todavía siguen sin cerrar sobre los minutos finales del operativo militar y las posibles ejecuciones extrajudiciales de los secuestradores.

Ausente en la cita

Los 195 militares del Ejército y de la Marina de Guerra que participaron en el rescate prepararon el asalto prácticamente desde que empezó la toma del lugar, el día del onomástico del entonces emperador japonés Akihito, el 17 de diciembre de 1996.

Entre los invitados a esa recepción estuvo el entonces mandatario Alberto Fujimori, descendiente de japoneses. De hecho, su madre estaba en el lugar cuando ingresaron los secuestradores, pero el jefe de Estado no llegó.

Estuvo invitado (Fujimori), pero hubiera sido catastrófico si hubiera estado presente en la recepción”, anotó el portavoz del Museo Contemporáneo Chavín de Huántar, el suboficial de tercera Patricio Aguinaga.

Los comandos entrenaron en una réplica de la residencia construida en las instalaciones del Ejército y 48 horas antes del operativo ingresaron a los túneles para esperar la voz de inicio.

En este ambiente es donde el comando infante de Marina Carlos Tello estuvo a cargo de hacer las explosiones el 22 de abril de 1997 para que se ejecute la operación Chavín de Huántar”, relató Aguinaga.

El militar recuerda que los militares debían realizar “todo tipo de infiltración” en la casa, y que, para eso, alquilaron las residencias vecinas para poder ingresar a los túneles, construidos por mineros.

Veinticinco años después del operativo militar, no queda rastro de la residencia, pues fue demolida por los daños en su estructura, y otras construcciones han reemplazado a las casas vecinas.

Alrededor de una decena de los militares que participaron en el asalto sigue en actividad, mientras que otros ascendieron al máximo de su carrera militar y algunos eligieron la vida política, desde la que recuerdan a los peruanos el momento que marcó parte de sus vidas y simboliza el declinar del terrorismo en el país.