Las hábiles manos de un grupo de antiguos carteristas, falsificadores, sicarios y traficantes de drogas presos en la cárcel más populosa de Perú ahora se dedican a cortar, remallar y sellar con extremo cuidado las prendas de fino algodón que se venden por internet y que han sido adquiridas por cantantes como el estadounidense Pharrell Williams o el colombiano Maluma.
La característica de la marca Pietà -”piedad” en italiano y cuyo logo consiste en cuatro rayas verticales y una horizontal como las que dibujan algunos presos para contar sus días de reclusión- radica en que está confeccionada por reclusos y reclusas en Perú. Su creador, el diseñador y empresario francés Thomas Jacob -un rubio delgado de 32 años- está interesado en las habilidades manuales de los presos, no en su pasado.
“Es gente que está animada a trabajar, de allí el crimen por el cual están moralmente no me importa”, dijo a The Associated Press en la oficina donde administra su firma y dedica horas a pensar sus nuevas e irónicas frases inspiradas en sus conversaciones con los presos: “Notre dame de la haine” -en francés “Nuestra señora del odio”-, “Mana imatapas manchakuq warmi” -en quechua, “Mujer que no se asusta con nada”- o “Vive como si vas a morir, porque vas a morir”.
Hasta el 2012 Jacob trabajaba desde Perú enviando telas para los talleres de la casa de modas Chanel cuando por casualidad asistió a una obra de teatro basada en la novela “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo en una cárcel limeña. Varios reos le contaron que en la prisión había máquinas de coser, que poseían nociones de costura y que no tenían trabajo. Así surgió la idea de crear la empresa que ahora lleva vendidas unas 200,000 prendas y produce 1,000 por semana.
La labor no es sencilla. Varios de los 30 presos costureros abandonan el grupo cada semestre porque salen en libertad, son trasladados a otras prisiones o por voluntad propia dejan el oficio al que a veces dedican hasta 11 horas diarias. Otro desafío es la casi nula experiencia en el rubro de las confecciones o su escasa preocupación por los acabados de las prendas, una obsesión de Jacob. Salvo eso, la relación con los obreros presos es igual que en cualquier otro taller de la ciudad.
Los presos también se benefician porque ganan dinero por su labor y reducen un día de cárcel por cada cinco trabajados, de acuerdo con la ley peruana. Estar ocupados también los ayuda a evitar que la mente acumule preocupaciones o pensamientos fatalistas.
Cuando quede libre “quiero salir adelante y formar mi empresa”, dijo durante un descanso Luis Casimiro, un joven de 22 años preso por robo agravado que cose en el taller de la cárcel San Pedro, la más populosa de Perú.
El proyecto de Jacob no es el único en las prisiones de Perú. Pese a tener altos índices de hacinamiento, como la mayoría de las prisiones del tercer mundo, las cárceles peruanas han desarrollado durante la última década programas parecidos al de Jacob. La agencia carcelaria calculó hasta el 2018 que 117 empresarios, la mayoría del rubro textil, han firmado convenios con las prisiones para dar trabajo remunerado a los presos.
Jacob dijo que su proyecto está basado en la empatía que le despiertan los hombres y mujeres encerrados en un país con extremas desigualdades, pero no olvida que al fin de cuentas Pietà es un negocio. Tiene que pagar telas, personal, transporte, logística, agua, luz, alquiler de tiendas y una larga lista de asuntos que sólo se resuelven con dinero. “Si no fuera rentable, no seguiríamos... la idea es seguir desarrollando nuestro mercado en Europa y Estados Unidos”, dijo.