Los abogados suelen ser vistos como los profesionales más tediosos. Y los más ridiculizados. Sin embargo, esa desfavorable reputación es inmerecida: en realidad, son modélicos. El razonamiento y la meticulosidad arraigados en el estilo de pensamiento legal tienen algo que enseñar a otros trabajadores del conocimiento y a sus gerentes.
En “One L” (1977), libro acerca de su primer año en la Escuela de Derecho de Harvard, Scott Turow compara el lento y arduo avance de su primer caso con “mezclar concreto con mis pestañas”. Pero la educación jurídica no consiste en casos o estatutos específicos sino, como el autor entendió más adelante, en procesar una montaña de información y aplicar el criterio. Además, enseña a inferir reglas a partir de tendencias, usar analogías, anticipar lo que podría ocurrir, aceptar la ambigüedad y estar listo para cuestionar todo.
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La manera simple de proceder es ceñirse a los hechos, pues lo que importa es lo que puede demostrarse. Esta columnista, cuando cursaba su último año en la escuela de Derecho, brindó consejo a su estilista de muchos años sobre si la conducta de otra clienta representaba incumplimiento de contrato. Resultó que no —la legislación no ofrecía una solución para ese problema—. La propietaria del salón de belleza quedó agradecida porque no tuvo que gastar dinero en una causa perdida, y me remuneró con un corte de cabello gratis.
En un mundo empresarial que está cada vez más dominado por mercados amorfos y cambiantes, la interacción podría sonar habitual para los gerentes y muchos de sus subordinados. Después de todo, los trabajadores de cuello blanco necesitan permanecer racionales ante situaciones inesperadas e impertérritos si, en un inicio, no entienden algún asunto. Ningún abogado tiene conocimiento de todas las leyes, pero para cuando su formación culmina, actúa con calma ante lo desconocido y sabe cómo y qué indagar.
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Del mismo modo, quienquiera que maneje una empresa nunca tendrá todas las respuestas, así que necesita poseer ecuanimidad y un método para llegar rápidamente a conclusiones que tengan mayor probabilidad de ser las apropiadas. Los gerentes también tienen algo que aprender del sistema legal adversarial, que es central en jurisdicciones de derecho común como las de Estados Unidos y Reino Unido, donde los abogados representan a las partes ante un árbitro imparcial (usualmente, un juez y un jurado).
En su preparación para el juicio, los abogados tratan de identificar y ensayar ambas partes de la litigación. Al ponerse en los zapatos de sus oponentes, se ven obligados a involucrarse en una línea de razonamiento con la cual podrían estar en desacuerdo. En vista que dirigir empleados es, al igual que argumentar un caso ante el juzgado, un asunto de persuasión, los gerentes serían sensatos si adoptasen algunas de las mismas tácticas.
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Eso significa evitar reacciones emocionales (los abogados pueden tratar de apelar a los sentimientos de los jurados, pero nunca dejan que los suyos interfieran). También significa tener en cuenta las más fuertes críticas a su propio razonamiento, lo que no solo hace que sus argumentos sean a prueba de balas, sino que posibilita que sea visto favorablemente por empleados y otros gerentes de la empresa. Además, una evaluación de desempeño amigable pero minuciosa es esencialmente una simulación de un contrainterrogatorio realizado a los testigos.
Al fin y al cabo, la ley es una manera de hacerle frente al estrés social. Si los abogados están formados para algo, es cómo mantener la concentración, la precisión y un claro plan estratégico en medio de una crisis. En la empresa, cuando un equipo siente que un error debe ser enmendado, un gerente debe investigar la regulación corporativa que rige ese caso, cómo fue aplicada en el pasado y actuar de un modo que parezca moralmente defendible.
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Si la crisis es externa, un gerente debe atenerse a eventos precedentes, que es la base del derecho común y mucho de lo que los abogados hacen en el juzgado. La persistencia y la férrea determinación que caracterizan a la mayoría de abogados son atributos que los ejecutivos también deberían cultivar. Cuando algo sale mal en la empresa, no hay espacio para la pasividad, sino únicamente para la acción.
Quizás la lección más valiosa de la gente de leyes sea, al mismo tiempo, la más obvia y la más desdeñada. El antídoto para la ansiedad laboral no es despejar la mente del trabajo con meditación ni con Netflix, sino la preparación disciplinada. Existen recompensas para quienes no escatiman esfuerzos. Al dedicar más horas a su labor, incluso si estas no son pagadas, los gerentes pueden asegurarse de que están lo más preparados posible para las incertidumbres que quedan por delante.
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Un beneficio añadido es que el trabajo duro les gana el respeto de colegas y subordinados. Esta columnista no siguió una carrera de abogacía, pero nunca se arrepintió de su formación en Derecho, y por más motivos que el corte de cabello gratis.
Traducida por Antonio Yonz Martínez.
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