Por Carlos A. Anderson, Presidente del Instituto del Futuro
¿Conoce a Josimar y su Yambú, a Daniela Darcourt, a Yahaira Plasencia, Amy Gutiérrez o a Son Tentación? O -de repente-ha escuchado hablar por allí de la Orquesta Bembé, de You Salsa o de Farik Grippa? Si no le suenan ninguno de estos nombres, entonces tiene usted un grave problema, estimado lector: está dejando pasar por alto un sector por ahora incipiente, emergente, pero que -con un poco de suerte, estímulo, profesionalismo y mucho talento– está llamado a convertirse en verdadero motor y motivo de la economía creativa del siglo XXI.
A nadie debería sorprender que intentemos en esta columna relacionar a la industria musical con el crecimiento económico. No solo porque la globalización nos habla constantemente de la existencia de una verdadera “realeza” musical donde el talento se mezcla casi de manera natural con los cientos de millones de dólares, sino porque los datos recabados año a año por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica así lo demuestran.
La industria musical norteamericana es de lejos la más importante —cerca de US$ 8,000 millones en el año 2017, US$ 2,000 millones más que en el 2015-. Este año se espera llegue a los US$ 10,000 millones, gracias al papel cada vez más importante de la distribución por medios digitales. En América Latina el modelo a imitar es Brasil, el único que juega en las grandes ligas.
Y es que la música genera valor económico no solo a través de la creación directa de empleos (músicos, organizadores de eventos, diseñadores de moda, personal técnico, equipos para la comercialización, etc.), sino que además puede generar flujos de turismo musical a ciudades que de alguna forma se convierten en iconos de algún tipo particular de música.
En el Perú, la aparición de casi un nuevo genero musical, una mezcla de salsa-pop-balada, conocido popularmente como “salsa perucha”, ha dejado de ser la forma peculiar de entender e interpretar la música tropical-salsa por un grupo particular u otro para ir conformando todo un movimiento que—acorde con los nuevos tiempos—apuesta por mayores decibeles de profesionalismo, grabando no solo en Lima, sino en Miami, Puerto Rico, Nueva York o Los Ángeles, con videos hechos por conocidos realizadores y distribuidos por Spotify, YouTube o Apple Music.
El resultado no podía ser más alentador, sobre todo si colocamos esta observación en el contexto de un cambio notable en la economía peruana: la apuesta de cada vez más sectores por desarrollarse en las industrias creativas. Siguiendo el buen ejemplo de la industria gastronómica, la naciente industria musical en el Perú apuesta, por un lado, a revalorizar viejas corrientes musicales nacidas en el Perú (la chicha, la cumbia y hasta el pop moderno interpretado en quechua). Y, por otro lado, a llevar esta revalorización de la mano de una apuesta por la gerencia un poco más profesional de los grupos musicales o artistas, protegidos en sus derechos de propiedad intelectual por una institución cada día más poderosa (la Apdayc), con plena conciencia de que su público objetivo no está ya tan solo en el Perú, sino en todo el mundo.
Así que celebre estas fiestas descubriendo a los actores de esta nueva “ola” musical. Con el tiempo serán celebrados como los Gastón Acurio, Mitsuharu Tsumura (Micha), Virgilio Martínez o Pedro Schiaffino de la “salsa perucha”, responsables del surgimiento de una industria musical que puede y debe ayudar a convertir las ciudades del Perú en verdaderos polos del entretenimiento en América Latina.