
Escribe: Alejandro Deustua, internacionalista
El fin de año se aproxima con la incierta perspectiva del fin de la dictadura en Venezuela y de la guerra en Ucrania. Esos procesos llevan consigo probabilidades de establecimiento de un nuevo orden regional en América y otro de proyección global en Europa.
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Ese horizonte podría oscurecerse si el nuevo orden americano termina siendo neohegemónico, y si el que se establezca en Europa resulta peligrosamente inestable.

En el primer caso, el despliegue del poder naval norteamericano en el Caribe es desproporcionado en relación con el objetivo de combatir el narcotráfico en Venezuela y abrumador frente a la decisión de cambio de régimen en ese país.
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Para clarificar el escenario y evitar excesos, los Estados implicados debieran reclamar una reunión de consulta de cancilleres americanos, especialmente si, en relación con el narcotráfico, el área de cobertura de la operación “Lanza del Sur” pudiera incluir al conjunto latinoamericano.
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Y si, en relación con el cambio de régimen venezolano, ello no fuera posible por divisiones regionales, por lo menos los países democráticos del área deberían intentar una convocatoria parcial. Habiendo estos sido sistemáticamente burlados por Maduro en el intento de lograr una solución pacífica, esos países deberían tener especial interés en ser consultados. El régimen de seguridad colectiva regional está en cuestión y un emergente sentimiento antinorteamericano podría ser una resultante.
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Especialmente si el poderío del despliegue naval en el Caribe sugiere que su objetivo estratégico es consolidar una zona de influencia norteamericana que implica cuestiones de soberanía (el dominio del Golfo de México y del canal de Panamá), el término de las dictaduras cubana y nicaragüense, la imposición del orden en Haití, el cercenamiento de la influencia rusa y china en el área y una nueva proyección de poder sobre Suramérica.
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De otro lado, nuevas negociaciones ruso-norteamericanas han abierto un nuevo y accidentado proceso diplomático orientado a poner fin a la guerra en Ucrania. El documento emergente, de fuerte inclinación pro-rusa (entrega de territorios ocupados, garantías de seguridad no específicas, reducción de la fuerza armada ucraniana, prohibición de incorporación ucraniana a la OTAN), evidenció la ausencia de consulta a los aliados. Frente al “shock” producido, el registro debió reformularse con iniciativas ucranianas y europeas en condiciones subordinadas. La posición maximalista rusa, escasamente flexible, se consulta en estos días.
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El proceso, lastrado por las realidades del campo de batalla y por la falta de información oportuna a los interesados (además de Ucrania, Europa tiene intereses “existenciales” en juego), arroja hoy más esperanzas sobre un cese de fuego que sobre un fin de conflicto “justo y sostenible”. Un orden inestable en la puerta occidental de Eurasia sería el resultado.








