
Escribe: José Deustua, especialista en innovación y startups
El 2025 cierra, nuevamente, como un año difícil para el ecosistema de startups peruano. No por falta de talento emprendedor ni de ideas, sino por una combinación de factores estructurales que se arrastran desde hace varios años y que aún no encuentran una corrección clara. La data de venture capital es el primer indicador de esta realidad: el monto de inversión anual se mantiene prácticamente estancado desde 2023, sin señales contundentes de recuperación. No hubo un rebote significativo, ni operaciones que cambien el ánimo del mercado.

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Mirando hacia adelante, el panorama no parece sustancialmente mejor. La crisis política que afecta al país desde hace varios años ha tenido un impacto directo en la confianza de inversionistas locales. Y con el 2026 como año electoral, es razonable anticipar que la incertidumbre se mantendrá elevada, al menos durante la primera mitad del próximo año. Para un sector que depende de expectativas de crecimiento, este contexto termina siendo un freno evidente.
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En estos años tampoco se han observado cambios estructurales relevantes en el soporte al ecosistema. El Estado continúa siendo el principal sostén del emprendimiento innovador, a través de programas como StartUp Perú y otros instrumentos de financiamiento público. Sin embargo, más allá de ajustes incrementales, el modelo se mantiene similar al de años anteriores. Esto ha permitido sostener una base mínima de actividad, pero no ha sido suficiente para detonar una nueva etapa de crecimiento o sofisticación del ecosistema.
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Tal vez la noticia más relevante de este 2025 —y una de las pocas con verdadero potencial transformador hacia 2026— sea el impulso al sandbox regulatorio promovido por la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP. Si se implementa de manera efectiva, este instrumento podría acelerar el crecimiento de fintechs locales y extranjeras. A ello se suma el avance del Banco Central de Reserva del Perú en la construcción de una plataforma nacional de pagos instantáneos, una infraestructura clave para ampliar competencia, reducir fricciones y habilitar nuevos modelos de negocio digitales.
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Fuera de estos avances, el rol del sector privado sigue siendo tímido. Son pocas las nuevas iniciativas corporativas de incubación, inversión o innovación abierta que hayan generado impacto real este año. En un contexto donde el capital es escaso, la ausencia de un involucramiento más decidido de grandes empresas limita las posibilidades de escalamiento y validación comercial para muchas startups.
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El 2026 se perfila, entonces, con un primer semestre particularmente complejo. La incertidumbre política volverá a pesar sobre decisiones de inversión y expansión. En este escenario, más que nunca, los emprendedores peruanos deberán pensar en construir compañías con visión internacional desde el día uno. Buscar clientes, aliados e incluso capital fuera del país dejará de ser una aspiración y se convertirá en una necesidad estratégica. El desempeño del ecosistema en la segunda mitad del año estará inevitablemente ligado al resultado electoral y a las señales de estabilidad que el nuevo contexto político pueda ofrecer.
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No obstante, existen oportunidades interesantes por aprovechar a nivel local. El sector fintech seguirá creciendo; impulsado, esperemos, por el sandbox regulatorio, la infraestructura de pagos y la llegada de actores internacionales. Este crecimiento podría acelerarse significativamente si el sector privado asume un rol más activo como venture client, inversionista o socio estratégico. La minería, por su parte, se encamina a otro año de precios récord de minerales. Allí se abren oportunidades relevantes en biotecnología, inteligencia artificial, IoT y automatización. Un mayor compromiso de las empresas mineras en inversión temprana y espacios de pilotaje podría marcar una diferencia sustancial. Finalmente, la gastronomía continúa posicionando al Perú en el mapa global; pero aún no hemos logrado traducir ese reconocimiento en la creación sistemática de empresas innovadoras, financieramente atractivas y con verdadero alcance internacional.
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Pensando en el mediano plazo, las empresas de base científica representan un territorio aún poco explorado en el país, pero con alto potencial. Es un camino incipiente en América Latina, y el Perú podría dar saltos importantes si logra articular ciencia, capital y mercado de manera más efectiva.
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En cualquier caso, todo vuelve al mismo punto: la política importa. El emprendimiento tecnológico es, por definición, una actividad de alto riesgo. Cuando a ese riesgo se le suma una incertidumbre política persistente, el impacto es significativo. El desafío para el ecosistema el próximo año será aprender a operar – y crecer – en ese contexto y entender que solo una conexión más profunda con el ecosistema internacional podrá traccionar su desarrollo.









