(Foto: El Comercio)
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Por Piero Ghezzi

Hacer Perú

El milagro económico peruano está llegando a su fin. Esa es la hipótesis que lanzó el destacado economista Elmer Cuba hace unos días. ¿Es verdad?

Acordemos primero que el Perú no ha tenido en los últimos 30 años un “milagro económico”. Hemos tenido un periodo de alto crecimiento, producto de políticas públicas acertadas en lo macroeconómico y lo financiero, pero también de mucho viento a favor entre el 2003 y el 2011 como consecuencia del boom de precios de materias primas.

Más allá de etiquetas, vale la pena discutir la explicación que da Cuba sobre la caída del crecimiento: “Me preguntan por qué solo crecemos 3%. No es por la política fiscal o la política monetaria. Es algo más profundo que tiene que ver con el capital humano y la política educativa”.

Menciona también la debilidad institucional, la sobrerregulación y la informalidad. Cuba está en lo correcto al preocuparse por nuestra capacidad de volver a crecer a tasas altas. Pero no lo está al afirmar que estaríamos condenados a un crecimiento mediocre de 3% porque “ya dimos todo lo que podíamos dar” con la institucionalidad, el capital humano y la infraestructura que tenemos.

Si realmente necesitásemos instituciones sólidas y un fuerte capital humano para crecer a más de 3%, tendríamos que esperar sentados.

La relevancia de estos factores transversales como determinantes del desarrollo de largo plazo está fuera de discusión. Todos los países desarrollados tienen un alto capital humano y una fuerte institucionalidad.

También es verdad que nuestro crecimiento no ha estado acompañado del fortalecimiento paralelo de estos determinantes del desarrollo. No se han generado círculos virtuosos en los que el crecimiento generaba los recursos que permitían financiar el fortalecimiento de dichos determinantes.

Y a su vez, la consolidación de estos ayudaba a sostener el crecimiento. Estos círculos virtuosos nunca iban a ser automáticos. Se requería otro tipo de políticas públicas. Invertimos en educación, pero estamos ahora pagándoles más a los profesores para que hagan lo mismo que antes. Invertimos en infraestructura, pero de manera subóptima. Si hubiésemos hecho bien las cosas, nunca hubiéramos priorizado la Interoceánica.

En ese sentido, nuestro alto crecimiento no era sostenible. Esto no es ser general después de la guerra: algunos análisis desapasionados llegaron a esa conclusión hace algunos años. Sin cambios no menores en el modelo de desarrollo, el fin del periodo de alto crecimiento era inevitable (véase, por ejemplo, Ghezzi y Gallardo, 2013).

Pero no necesitamos la institucionalidad alemana o el capital humano finlandés para volver a crecer a tasas altas. Nuestras limitaciones en estas variables no constituyen barreras infranqueables. ¿O realmente creemos que no podríamos crecer, por ejemplo, a 5% por un tiempo? Con tantos peruanos empleados en actividades poco productivas e informales, ¿creemos que estamos usando eficientemente nuestros recursos humanos y no podemos crecer más?

Si no crecemos a mayores tasas no es por nuestros déficits en capital humano o institucionalidad. Es fundamentalmente por nuestras mediocres políticas públicas; en particular, de desarrollo productivo. Con políticas adecuadas, podríamos utilizar mejor los recursos naturales, humanos, institucionales y de capital que tenemos hoy.

Y con el tiempo, las capacidades que hoy faltan se podrían adquirir, y los déficits que hoy tenemos se podrían cerrar, endógenamente, con el crecimiento. Ello, incluida la institucionalidad y el capital humano. Ya lo hicimos antes. Tomemos la agroexportación, un fenómeno que no hemos apreciado aún en su real dimensión.

Previo al boom del sector, teníamos amplias extensiones desérticas, y los sectores público y privado tenían limitados conocimientos de agricultura moderna. A la vez, teníamos a muchos peruanos no calificados ocupados en actividades informales o de subsistencia.

Como consecuencia de buenas políticas públicas –proyectos de irrigación, fortalecimiento del Senasa, Ley de Promoción Agraria–, y de un sector privado que estuvo a la altura, hoy tenemos US$ 7,000 millones en agroexportaciones y empleo para 400,000 personas. Hemos generado mucho conocimiento local y una mejora continua de habilidades de nuestra mano de obra.

Hace ocho años, ni siquiera sabíamos que podíamos hacer crecer arándanos, ¡y ahora somos el segundo exportador del mundo! Naturalmente, hay mucho más que hacer para que sea más inclusiva. La lista de pendientes sigue siendo larga. Pero la agroexportación es un ejemplo, donde, con buenas políticas públicas, hemos utilizado mejor lo que ya teníamos.

En lenguaje de economista, con una mejor asignación de recursos hemos mejorado la productividad total de factores. Y la acumulación de dichos factores se ha acelerado con el crecimiento y las políticas adecuadas. La debilidad institucional del país o nuestros bajos puntajes en las pruebas PISA no fueron barreras. Algo parecido podría ocurrir en otros sectores con potencial.

Es verdad: en las condiciones actuales, difícilmente creceremos a más del 3%. Pero la razón no es nuestro déficit en los determinantes fundamentales del desarrollo, sino la falta de visión y de liderazgo, y la ausencia de políticas públicas adecuadas para utilizar mejor lo que tenemos hoy.