Ya en más de una ocasión hemos sido críticos del mal criterio con el que se deciden gastar los recursos del Legislativo (ver Editoriales del 21/02/2023, 27/02/2023 y 07/05/2024). No necesariamente por los montos, pues el presupuesto del Congreso es menos del 1% del presupuesto público nacional. El verdadero problema es la falta de conexión con la realidad que este tipo de gastos innecesarios o excesivos revelan, así como las marcas que estos actos dejan en la memoria colectiva.
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Recientemente hemos sabido de al menos tres parlamentarios –Ernesto Bustamante (Fuerza Popular), Patricia Chirinos (Avanza País) y Esdras Medina (Renovación Popular)– que gastaron el doble de viáticos que otros congresistas que participaron en los mismos viajes oficiales. También salieron a la luz otros casos, como los de las congresistas Rosselli Amuruz (Avanza País) y María del Carmen Alva (no agrupada), que también habrían hecho gastos cuestionables y/o llamativamente altos en viajes oficiales.
Paralelamente, el Congreso ha venido elevando además sus gastos fijos. Solo la partida correspondiente a los gastos de personal y obligaciones sociales, creció en un 47% en los últimos dos años, pese a que nuestro Legislativo ya nos cuesta más que los Chile y Colombia, aun cuando estos países tienen Congresos bicamerales con más integrantes.
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Por supuesto, como decíamos al inicio, lo que indigna de todo esto no son los montos totales, que no son relativamente tan altos, sino comprobar con cada caso que va revelando la prensa la completa falta de noción que de varios congresistas de lo que están logrando con estas acciones.
Lamentablemente, muchos legisladores parecen haber asumido una actitud cínica frente a su impopularidad: si ya somos impopulares, piensan, podemos seguir aprobando leyes en nuestro beneficio sin importar las consecuencias. Esta idea, sin embargo, no solo es dañina para el país por las consecuencias de largo plazo de todas las leyes improvisadas o que han favorecido intereses indebidos que se han aprobado recientemente, sino que también es una idea equivocada.
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No es cierto que sea inocuo que el Congreso siga aprobando leyes que por distintas razones generan una evidente indignación en distintos sectores. Que no haya marchas hoy ni mañana no significa que esa frustración y esa amargura con el sistema que nos gobierna no se esté acumulando. Ni que tarde o temprano esta no se vaya a expresar, como podría ser con la elección de un candidato antisistema.
Al cierre de la que podría ser catalogada una de las peores presidencias del Congreso de la historia, la de Alejandro Soto –no solo porque no ha logrado nada relevante, sino por la cantidad de normas dañinas que se han aprobado–, el Legislativo ha seguido empeorando su imagen pública con gestos como estos. Esperemos que la próxima Mesa Directiva tenga un poco más de visión.