(G de Gestión) Aún recuerdo a aquel joven dueño de una consultora que me decía con contundencia que para él los premios eran irrelevantes. Los veía como una validación absurda hecha para satisfacer egos. Tiempo después lo volví a ver, en LinkedIn, celebrando algún galardón que había ganado su compañía.
No lo juzgo. Asumo que entendió que un premio es relevante para el equipo porque es un reconocimiento a su trabajo y una inyección a la vena del orgullo de pertenencia. Igualmente para el mercado, porque, si es un premio reconocido, será un imán de atención para potenciales clientes. Y los actuales experimentarán también ese orgullo de pertenencia. Y, sin duda, es importante para uno mismo, porque el ego no tiene que ser malo si se administra para alimentar la autoconfianza y no la soberbia.
Pero los premios cuestan, y mucho. No son como comprar un ticket de lotería y ver qué pasa. Cuesta la inscripción, claro, pero diría que lo más costoso es la inversión de tiempo y esfuerzo, así como las enormes expectativas que se depositan en ello, dejando de hacer otras cosas que también son valiosas.
Es aquí donde me vienen algunas inquietudes. Cuando nos toca ser jurado, ¿estamos asumiendo el rol con la misma responsabilidad, dedicación y cuidado del que se presenta? ¿Cómo administrar los componentes racionales y emocionales en una evaluación? ¿Los premios pueden ser un impulsor hacia la verdadera búsqueda por lo extraordinario en todo sentido?
Hace poco me convocaron para ser jurado del primer festival de videoclips en el Perú, así como de los premios Effie. En el primer caso, debía juzgar videos, cosa en la que no soy experta. Tengo que reconocer que estaba muy nerviosa porque, mientras veía cada clip, que seguramente representaba horas, cariño e ilusión de todo el equipo, me preguntaba cómo ser justa ante un material en el que podría haber mucha subjetividad. Mi manera de calmarme fue releer las bases una y otra vez para lograr ser lo más importante que debe ser un jurado, aunque suene higiénico: ser justo.
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Y, para ser justos, debemos ser responsables con el compromiso que estamos asumiendo. Entonces, ya teniendo claros los criterios que se van a juzgar, sí que podía escuchar también a mis vísceras y hacer un maridaje más preciso entre lo objetivo y lo subjetivo para, ojalá, premiar lo mejor.
En el caso de los Effie, junto con mi mesa de jurados finales, fue fundamental setear las bases de nuestro criterio: ¿vamos a premiar lo que higiénicamente debería estar haciendo una marca o vamos a seleccionar lo verdaderamente extraordinario? Afortunadamente, hubo consenso rápido. Y sirvió de mucho una reflexión que compartí con mis colegas mientras revisábamos a uno de los finalistas: Si estuviéramos frente a un grupo de alumnos de marketing, ¿nos sentiríamos orgullosos de mostrar a nuestros ganadores seleccionados como un ejemplo de trabajo sobresaliente? Créeme que ese filtro fue clave para guiar nuestras decisiones.
Volviendo a mis inquietudes, voy con la última: soy una convencida de que los premios sí pueden empujar y gatillar lo sobresaliente como profesionales y como sociedad, pero, si no invertimos concienzudamente en tener rigurosidad en destilar lo valioso, y no tenemos respeto y responsabilidad por el trabajo ajeno invertido, nos perderemos de lo que no solo merece aplauso, sino que merece que lo hagamos de pie.
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CEO de Boost y directora de Women CEO. Una de los 100 líderes con mayor reputación del país, según Merco. Autora de cinco libros de marketing.
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