Profesor de la Universidad del Pacífico
Una de las características de los humanos es que nuestro instinto de supervivencia nos hace desconfiar de lo desconocido. Mientras menos comprendemos, más desconfiamos. Pero una cosa es una desconfianza razonable y otra es pasarse una película sobre todo lo que puede salir mal con la inteligencia artificial. Y, peor aún, ¡creérsela!
Eso es lo que parece estar sucediéndole a Yuval Noah Harari, el historiador israelí autor de bestsellers como “Sapiens” y “Homo Deus”, quien la semana pasada escribió para The Economist un artículo en el cual argumenta que si no la regulamos, la inteligencia artificial se va a apoderar de la cultura humana.
Si no lo han leído, háganlo. Se van a dar cuenta que la falacia de su argumento se basa en la suposición de que la inteligencia artificial –porque se llama “inteligencia” y es capaz de “aprender”– puede crear nuevas ideas y expresiones culturales por sí misma. ¡Nada que ver!
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La inteligencia artificial nos sorprende y muchas veces puede engañarnos porque es capaz de adquirir y combinar la base de datos más grande de la historia (todo lo que ha sido publicado por la humanidad) en formas que los humanos no podemos.
Pero eso no quiere decir que una vez que entendamos que una imagen o un texto puede haber sido producido por un software, vamos a seguir creyendo que todo lo que vemos o escuchamos ha sido creado por humanos. Sí, los humanos somos tontos, pero es un error suponer que somos tan tontos.
Fíjense en este párrafo: “No es de extrañar que Google esté aterrorizado. ¿Por qué molestarse en buscar, cuando solo puedo preguntarle al oráculo? Las industrias de noticias y publicidad también deberían estar aterrorizadas.
¿Por qué leer un periódico cuando puedo simplemente pedirle al oráculo que me diga las últimas noticias? ¿Y cuál es el propósito de los anuncios, cuando solo puedo pedirle al oráculo que me diga qué comprar?” Son frases que no tienen sentido.
Google está aterrorizado, sí, como lo estaría cualquier empresa cuyo modelo de negocios puede quedar obsoleto. Pero ese es un riesgo que siempre estuvo presente y que no necesita a la inteligencia artificial para materializarse.
La radio nos viene diciendo las noticias desde hace 100 años, pero no es eso lo que se está tumbando a la prensa escrita. Y creer que en vez de usar la tecnología para decidir qué comprar, vamos a dejar que decida por nosotros es francamente absurdo.
Si fuese así, mis hijos aún se vestirían de acuerdo con lo que decide su madre. ¿Acaso no es más fácil que decida ella?
En mi opinión, Harari no entiende de qué trata la inteligencia artificial y supone que funciona como en las distopias de los libros de Ray Bradbury, George Orwell o Aldous Huxley.
Y como Alonso Quijano, que se convirtió en Don Quijote cuando dejó de distinguir entre la realidad y la ficción, se ha dedicado a perseguir molinos de viento.
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