Escribe: Verónica Zavala Lombardi, directora independiente y miembro de WCD
La sostenibilidad en el mundo empresarial es un conjunto de acciones y decisiones –incorporadas en criterios que definen un marco conceptual– que tiene implicancias para el largo plazo de la empresa, para la sociedad en que la empresa opera y para el planeta. Este marco conceptual que engloba lo ambiental, social y de gobernanza se conoce por las siglas ASG en castellano y ESG en inglés. Tener políticas y compromisos con la agenda ASG es ejercer una ciudadanía corporativa responsable con respecto a clientes, trabajadores, la sociedad (comunidad) y el planeta, pero también es una decisión empresarial inteligente (e inevitable) desde la perspectiva de la salud financiera y comercial de la empresa y de sus accionistas.
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En un mundo cada vez mejor informado, el escrutinio social sobre las empresas no dejan sin castigo la gestión irresponsable respecto de la sociedad en que operan, de sus trabajadores, del medio ambiente, entre otras obligaciones. El premio o el castigo se decide a nivel de inversores, financiadores, proveedores, clientes y potenciales empleados. Hasta el siglo pasado, el escrutinio y valor de la empresa se determinaban casi exclusivamente por los ratios comerciales y financieros. Las empresas estaban –y siguen estando– preparadas para entregar dicha información de manera consistente a inversores, reguladores y al mercado en general.
No ocurre lo mismo con la información respecto de los criterios ASG, pero no debemos confundir la debilidad de los reguladores o la falta de métricas aceptadas, homogéneas y conocidas con que estos criterios tengan un impacto menor. Pensemos sino en algunos casos emblemáticos: el “Dieselgate” de Volkswagen –que busco hacer trampa en las mediciones de emisiones– y que costó a VW decenas de miles de millones en multas y compensaciones; los fraudes para manipular el precio de la acción de Enron a inicio del milenio que llevaron a la empresa, que fuera la más grande en el mercado de gas natural de Estados Unidos, a la bancarrota; las coimas de Siemens que costaron más de 2,500 millones euros; o el derrame de Repsol y la saga Odebrecht a nivel local.
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También es importante anotar que hoy vivimos un debate muy polarizado respecto del contenido ASG que surge de los sectores conservadores, principalmente en Estados Unidos, y que considera que la agenda climática está sesgada y basada en pseudociencia y/o que los costos de dicha agenda restan competitividad a las empresas en Norteamérica y Europa en beneficio de China o India y/o que las empresas vienen haciendo amagos en materia de ASG que maquillan la realidad (el famoso ‘greenwashing’).
Habiendo dicho lo anterior, y al margen de las siglas con que se denomina este marco de acción de gobernanza y de relacionamiento con el planeta y la sociedad, las empresas debemos ser conscientes que las buenas y malas acciones –ya no solo en materia financiera y de gestión operativa sino en todos los criterios ASG relevantes al contexto en que operamos– serán conocidas y ponderadas no solo por los reguladores sino por todos los actores del mercado.
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