Periodista
Los últimos acontecimientos ocurridos en el Ejecutivo son una demostración de que cada uno hace lo que quiere, lo que puede, o lo que le conviene.
Estamos seguros de que las decisiones tomadas por la premier sobre el sector minero, que incluyen el primer anuncio del cierre de cuatro minas, su posterior rectificación, y las últimas acciones -que incluyen el nombramiento de un viceministro y un proyecto de ley-, que van en sentido contrario a todo lo anterior, deben haber sabido a trago amargo en el MEF, y lo más probable es que no hayan sido ni informadas y menos coordinadas. Quizás el ministro de Energía y Minas tampoco sabía nada. Y seguro que ni el presidente estaba informado.
Con el caso del ex secretario general de Palacio también pasa lo mismo. Se descubren una serie de hechos que van desde presiones de todo tipo, hasta el hallazgo de una fuerte cantidad de dinero en un curioso ambiente, y a nadie parece importarle en el Gabinete. Nadie quiere pronunciarse, a nadie parece importarle, sienten que ese no es su problema o no les toca ni les roza.
Así fue también hace muy pocos días con la crisis del transporte, con las pruebas a los docentes, con los ascensos y un largo etcétera.
Lo más grave es que parece que el presidente piensa, cree y siente lo mismo, es decir, que esos son problemas de los ministros, de los funcionarios, pero no de él. Que él no tiene que dar explicaciones, ni tiene por qué resolver problemas que él no generó ni causó.
No se ha pronunciado con claridad sobre ninguno de ellos, sobre los ministros, ni sobre los problemas. Solo ha lanzado frases muy breves y ambiguas, que a algunos les parecen una desautorización a los ministros cuestionados, y a otros, una frase para quedar bien con Dios y con el diablo.
Lo cierto es que, desautorización o no, los ministros con problemas, o que generan problemas, siguen ahí, sin dar marcha atrás en sus acciones, o intentando una salida que les permita seguir en el Gabinete.
No sabemos si el presidente no cambia de ministros porque está de acuerdo con ellos, porque no es consciente de la gravedad del problema, porque se toma su tiempo para decidir o para escoger a los reemplazos. Pero lo cierto es que, ante las diferentes facciones de oposición, y ante la opinión pública, sigue acumulando pasivos que van escalando en gravedad, y que podrían darle fuerza, de a pocos, a la moción de vacancia.
Lo de la premier, que ha generado la percepción de que ha sido más radical y más decidida que su antecesor en materia económica y contra las empresas de actividades extractivas; y lo del hallazgo en un baño de Palacio, que abre un flanco en la siempre peligrosa percepción de corrupción en el poder, no es poca cosa.
Y aunque no tengan un efecto práctico demoledor en este mismo momento, puede ser el inicio de situaciones muy difíciles (mucho más de las ya vividas) para el Ejecutivo y, sobre todo, para el presidente, si él no se da cuenta de la gravedad del momento que vive, y de que si no toma decisiones serias, bien encaminadas y rápidas, puede ofrecer a sus enemigos políticos los argumentos para lo que hoy parece improbable por falta de votos.