Para Rafael López Aliaga es un tremendo reto, tanto en lo político como en lo personal, haber alcanzado el ajustado triunfo. Foto: GEC
Para Rafael López Aliaga es un tremendo reto, tanto en lo político como en lo personal, haber alcanzado el ajustado triunfo. Foto: GEC

Periodista

Las elecciones del domingo pasado dejan algunos temas para provocar la conversación.

¿Quiénes ganaron, quiénes perdieron?

Ganó el personalismo encarnado en personas conocidas o populares, que asumieron el papel de locomotoras de organizaciones y partidos que, de no haberlos incorporado como candidatos sin ser militantes, quizás no hubieran logrado el triunfo.

Ganó, políticamente hablando, y con bajo registro, un sector de la derecha en Lima (que no es la derecha del Congreso, que ayer acumuló una nueva derrota en el caso Digna Calle), el más confrontacional con el Gobierno, con triunfos electorales en distritos que sirven para pararse frente al Gobierno.

Ganaron los movimientos regionales, una vez más, en una clara y reiterada demostración que Lima (el Ejecutivo, el Congreso, los partidos políticos “nacionales”, y hasta algunos de los medios de comunicación nacionales) no saben escuchar ni leer la realidad más allá de Lima Metropolitana.

Perdió la institucionalidad política y partidaria, por: a) el elevado ausentismo que deja registrado el poco interés que una gran parte de la población tuvo por este proceso; b) la poca identificación que el elector ha tenido con los partidos, organizaciones, y hasta con los símbolos, interesándole solo las personas que candidateaban, y c) la “deslealtad” de varios candidatos distritales para con la agrupación que los cobijó, porque fueron ellos mismos quienes promovieron el voto cruzado al ver los cuestionamientos que generaron sus aliados en las listas.

Perdió Perú Libre, que fue castigado en Junín, y sufrió una dramática caída del caudal del año pasado, lo que ha obligado a su secretario general a tratar de deslindar tajantemente con el Gobierno y el presidente, llamando a su partido y bancada a quitarles todo su apoyo, aunque no aclara si esto implica un eventual apoyo a la vacancia, a las acusaciones constitucionales o a un adelanto de elecciones. A pesar de la caída gana en algunos distritos “estratégicos” “mineros”, lo que genera temores e interrogantes, y seguro promoverá una “activa participación” del etnocacerismo en esas zonas con el beneplácito del “cerronismo”.

Perdió el sector llamado “progresista” o “caviar”, que aunque mantiene una fuerte influencia en el escenario político y social, no ha logrado nada electoralmente, y, por el contrario, ve como toma fuerza hoy una corriente “anticaviar”, que, en los últimos meses pareciera, en la percepción, algo más fuerte que el “antifujimorismo”, sea por la reacción de la derecha y de un sector de la población contra ellos, o por la debilidad política de Fuerza Popular.

Perdió el fujimorismo, que aunque es verdad que nunca tuvo triunfos relevantes en los cómputos generales de las contiendas municipales y regionales, sí mantuvo un cierto nivel de presencia con candidatos que generaban expectativas y peleaban los primeros puestos en el norte, oriente, Lima y el sur chico.

Perdió Acción Popular, que siempre en las elecciones regionales y municipales se sentía como pez en el agua, y ahora sufre una grave crisis hasta en ese nivel.

¿Perdió el Gobierno?, es difícil saber ahora mismo cuánto golpea al presidente la caída de Perú Libre. Los efectos los vamos a ver un poco más adelante, cuando veamos cuán cierto es el distanciamiento con la bancada de Perú Libre, qué posición van a tomar los gobernadores regionales y alcaldes respecto del Gobierno, qué acciones va a tomar el Gobierno para no tener un nuevo flanco abierto con los gobiernos subnacionales, o qué impacto tendrá la posición del virtual alcalde electo de Lima de ignorar al presidente. Esta es la consecuencia más concreta de la elección, que el presidente tendrá un vecino que lo va a incomodar permanentemente.

Para el nuevo burgomaestre de la capital, es un tremendo reto, tanto en lo municipal, lo político y lo personal, haber alcanzado el ajustado triunfo.

No es novedad que él va a usar su cargo en la municipalidad como una plataforma política para tentar la presidencia el 2026. Quizás por eso busca desde ahora mismo convertirse en el líder más importante -y sonoro- de la oposición al Gobierno, y eso incluye seguir confrontando y “golpeando” al inquilino de Palacio. Pero, como en la medicina, la dosis es muy importante, así como el resto del tratamiento.

Insistir en no reconocer al presidente y lograr muy poco para Lima en el primer año de gestión, mientras los alcaldes dialogantes sacan del lobo un pelo, va a ser malo para el nuevo alcalde. Si su oposición mantiene decibeles muy altos, puede ayudar a la “victimización” del presidente, que seguro aprovechará que no le dieron permiso para ver al Papa para victimizarse ante todos los asistentes a la Asamblea General de la OEA en Lima.

Para liderar la oposición con opción al 2026, el nuevo alcalde debe hacer una buena gestión en Lima, de lo contrario se queda sin carta de presentación, y el electorado habrá olvidado este sonoro, pero temporal triunfo.