AUTORIDAD. Nos referimos a ellos como “héroes”, pero por la forma en que son tratados por su propia institución, a los y las policías deberíamos llamarles “mártires”. Hasta la semana pasada, según el Ministerio del Interior (Mininter), más de 3,800 agentes habían dado positivo al covid-19 y 46 habían fallecido. Mientras la mayoría aprueba su labor y le demuestra su gratitud, no solo con aplausos, la crisis ha hecho evidente la situación de orfandad en que vive la Policía Nacional del Perú (PNP).

Primero fueron los medios de prensa y, luego, la Contraloría, los que a lo largo de la emergencia sanitaria han sacado a la luz el pésimo manejo de la institución, que se refleja en la penosa atención que recibían los agentes en su propio hospital, el hacinamiento en las comisarías y las irregularidades en la contratación de servicios –como la fumigación adjudicada a una empresa sin autorización o la compra de ranchos sobrevalorados– y en la adquisición de materiales de protección de mala calidad y con sobreprecio.

Hay indicios de la existencia de mafias enquistadas en mandos altos y medios de la PNP. Si las investigaciones constatan que es así, a la indignación que producirá el hecho de que la desprotección y maltrato de los agentes fue causada por quienes tenían la responsabilidad de velar por su bienestar, le tendrán que seguir castigos ejemplares. Posiblemente las pesquisas demanden tiempo, pero lo que no puede demorar es la reestructuración completa de la PNP.

Entre los pilares de esa necesaria reforma debe figurar la recuperación de la eficacia y autoridad policial, que lleva muchos años en entredicho, y que se revierta la imagen de deshonestidad, que se ha exacerbado con la crisis. Los celos y rencillas internos –que datan desde los años 80, cuando se fusionaron las tres ramas policiales–, así como la discriminación, que afecta sobre todo a los suboficiales, son debilidades estructurales que también tienen que eliminarse de raíz.

Los recientes cambios en el Mininter, desde ministro hasta asesores y altos mandos, incluido un comandante general que apenas duró diez días, y nombramientos cuestionables, muestran que la recuperación de la institucionalidad ya no puede esperar más. Si quienes dirigen no cambian, no se puede pedir mucho de los subalternos. Y aunque la tirante relación con las Fuerzas Armadas ha podido ser contenida en la crisis –salvo escaramuzas aisladas–, es otro problema que tiene que abordarse. Por ahora, lamentablemente, la reestructuración de la PNP no está en la agenda.