Escribe: Enrique Castillo, periodista.
¿Qué le aconsejaría usted a la Presidenta, o al Ejecutivo en este momento para enmendar rumbos, para hacer mejor las cosas o para tratar de elevar el nivel de aprobación en las encuestas? ¿Qué cosas positivas se podría decir de este Gobierno o de lo que este Gobierno hace? ¿Con qué reemplazar las críticas que se le hacen al Ejecutivo, y, directamente, a la Presidenta?
Es muy difícil dejar de criticar a una administración cuya cabeza, y gran parte del cuerpo, no dejan de producir constantemente material para la crítica. Y es muy difícil no darse cuenta que ese material para la crítica nace de los mismos errores u horrores del mismo Gobierno, que sin oposición política alguna, y con un Congreso mayoritariamente complaciente o bastante tolerante, tiene muchas posibilidades y oportunidades de hacer las cosas bien.
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En el manejo diario, esa sucesión de errores le da una ventaja involuntaria al Gobierno, porque al aparecer otros temas cada día, se van dejando de lado los anteriores y pasamos rápidamente de los Rolex, a las pulseras, a las transferencias inusuales, a las versiones contradictorias, al alejamiento de la prensa, a los presuntos 12 días lejos del Gobierno para retoques estéticos, a la orden para no difundir un informe sobre la pobreza, y así sucesivamente. Pero en el consolidado, en el acumulado, y en la percepción de la población, ya no hay ventaja, solo magros y negativos resultados.
El gobierno de Dina Boluarte, desde sus inicios, no pudo ni supo darse cuenta que podía, políticamente hablando, tener la sartén por el mango. Una carta de renuncia en el bolsillo y un proyecto listo para una convocatoria a elecciones, era (y es) suficiente para tener sometido o bien tranquilito a un Congreso que no quiere irse, y que necesita de la presidenta para cumplir su sueño de seguir cobrando hasta el 2026.
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La ambición de los congresistas es la suficiente garantía de que no habrá vacancia. Pero a la vez es la fuerza que la presidenta necesita para gobernar apretando el acelerador, y hasta pechando al Parlamento. Eso lo sabía Aníbal Torres, y por eso hacía y decía lo que quería como primer ministro, sin que el Congreso lo pudiera censurar para no quemar la famosa bala de plata. Los congresistas son los que le tienen más miedo a esa bala, pero ni Dina Boluarte, ni sus ministros o asesores, se ha dado cuenta de ello.
Dina Boluarte tuvo, y todavía tiene, por lo destructivo que fue el gobierno de Pedro Castillo, el apoyo de las FF.AA. y de la PNP; del empresariado (que tolera cada vez menos); de la derecha (que empieza a marcar distancia); de varios líderes políticos que hoy influyen; de algunos medios de comunicación (aunque ahora cada vez menos); de varios gobiernos influyentes; y pudo, y puede (aunque ahora con menos posibilidades) armar gabinetes bastante mejores que los que tuvo y tiene.
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Este Gobierno tuvo y tiene las arcas bastante más llenas que otros gobiernos, transfiere cientos de millones a los gobiernos regionales, y cuenta con muchos recursos en los ministerios, y pudo y puede todavía, hacer bastantes más y mejores obras que las que se harán, por ejemplo, para los próximos Panamericanos.
Dina Boluarte y su gobierno, por su carácter de provisional o de transición, solo tuvo y tiene que dedicarse a dos cosas como prioritarias y urgentes, y tiene dinero para hacerlo: la lucha contra la delincuencia y la reactivación económica. Con seguridad en las calles, y crecimiento económico que genera recursos y empleos, todo lo demás llega por añadidura.
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El entorno en América Latina favorecía y aún favorece a este Gobierno. La caída y los fracasos de los gobiernos de izquierda, así como los cambios hacia la derecha, le daban, y le dan, todavía mejores posibilidades. Las tendencias le ayudan, aunque no lo quieran vez, tanto en lo que a lucha contra la delincuencia como en lo que a economía se refiere.
Pero con todo esto a su favor, el Gobierno prefiere someterse al Congreso sin liderazgo ni autoridad; atomizar los esfuerzos y caminar con pies de plomo; retroceder y aislarse; meterse en líos menudos y vivir en medio de escándalos e investigaciones; pelearse con la prensa; flotar y sobrevivir en medio de una inestabilidad permanente; y tratar de llegar al 2026, literalmente, como sea.
¿Qué debería hacer el Gobierno si quiere hacerle un bien al país? Liderar y decidir; definir su línea política; tratar de recuperar presencia y credibilidad; poner la agenda, una de corto plazo, pero enfrentando los temas urgentes con realismo y con los pies en la tierra; imponer temas de Estado y dejar de lado las frivolidades; reformular su relación con el Congreso y recuperar autoridad; generar un verdadero, real y franco diálogo político; ampliar su base política y buscar a los mejores para mejores gabinetes; actuar y responder con rapidez y oportunidad a las denuncias de corrupción e irregularidades.
¿Es mucho pedir? No, es lo que cualquier Gobierno debería hacer como mínimo. No hay nada extraordinario ni un esfuerzo descomunal, y menos con las ventajas y el dinero que todavía pueden acompañar a este gobierno, y que, lamentablemente, poco a poco está desaprovechándolas.
Si piensa en el país, el Gobierno debería hacerlo. Si solo quiere flotar y sobrevivir hasta el 2026, sin importar las consecuencias, incluso para ellos mismos, entonces que siga como hasta ahora, y que siga dejando al Congreso que haga lo que quiera.
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