Rosmary Lozano
Asociada Senior de ESG en Credicorp Captital Asset Management
El 22 de abril de 1970, más de 20 millones de personas se manifestaban en EE.UU. en contra de la falta de acción política ante el deterioro ambiental. Desde entonces, la fecha se celebra cada año como el Día de la Tierra. Es una ocasión para que los niños más pequeños en las escueles dibujen y pinten globos terráqueos, paisajes y animales. Debe ser también una ocasión para que los adultos nos cuestionemos qué estamos haciendo para dejarle un planeta habitable, por no decir mejor, a esos niños, nuestros hijos y nuestros nietos.
En los últimos años, otra fecha relacionada al planeta ha empezado a llamar más la atención: el Earth overshoot day, conocido en español como el dia del sobregiro de la Tierra. Esta fecha señala el dia del año en que consumimos todos los recursos y servicios que el planeta puede generar en dicho año. Por ejemplo, en 2020, nos acabamos los recursos del año el 22 de agosto. Desde ese dia y hasta el 31 de diciembre, estuvimos sobregirados. ¿Quién financió este exceso de demanda global? A diferencia de las cuentas macroeconomicas, no fueron otros países a través de préstamos o inversiones. La línea de crédito vino del planeta en el futuro y de las futuras generaciones. Nos consumimos los recursos del mañana, y venimos haciéndolo desde 1970 según Global Footprint Network, con un déficit que aumenta año a año. Si estuviéramos hablando de déficit fiscales o externos, ya tendríamos a todos los economistas discutiendo reformas estructurales para este deudor insostenible.
Pero ¿en qué deberían consistir esas reformas? Miremos la oferta y la demanda. La oferta estaría constituida por el planeta que nos proporciona recursos y servicios - renovables o no renovables - que son el soporte para la vida en la Tierra y además son insumos para nuestras actividades productivas (agua, aire, minerales, etc.). Simplificando un poco, podemos identificar dos motivos por los que la sostenibilidad de nuestro planeta -y la de nuestra especie- se ve amenazada: por un lado, usamos y consumimos recursos a un ritmo mayor al que se requiere para regenerarlos; por otro, hemos basado nuestro modelo de producción y consumo en prácticas que dañan la capacidad de regeneración del planeta y que tienen impactos nocivos, como el cambio climático. Todo esto está llevando ya a un agotamiento de recursos, a la extinción de especies, pérdida de biodiversidad, y a la aparición de enfermedades como la pandemia actual, entre otros.
En cuanto a la demanda, la buena noticia es que cada vez más personas a nivel global viven más años y gozan de mayor poder adquisitivo en promedio, si bien aún hay mucho por trabajar en cuanto a mejoras en las condiciones materiales de vida en varias partes del mundo. La mala noticia es que el crecimiento poblacional se traduce en un mayor consumo de bienes y servicios, lo que implica mayor uso de recursos del planeta. En los próximos años vamos a necesitar producir más alimentos, pues la eliminación del hambre debería ser uno de los principales indicadores de desarrollo en los que nos enfoquemos como humanidad. Pero necesitamos encontrar formas de hacerlo sin terminar con los bosques, es decir, sin comernos a la gallina de los huevos de oro: el planeta. La producción de alimentos es solo un ejemplo. En efecto, necesitamos cuestionar todos nuestros procesos de producción y nuestros patrones de consumo y empezar a cambiarlos.
Todos los habitantes del planeta tenemos un papel en esta reforma estructural, y nos necesitamos unos a otros. Sabemos que tenemos la capacidad de desarrollar la tecnología necesaria y de mejorar la forma en la que combinamos los recursos naturales, humanos y tecnológicos, para repensar los sistemas que consideramos usuales desde la revolución industrial. Como muestra de que esto es posible, están los avances en energía renovable o la adopción de sistemas de producción y consumo basados en economía circular, en los que el ahorro de recursos y la eliminación de residuos es parte clave del diseño de productos y procesos. Como consumidores también estamos empezando a revisar nuestro comportamiento y la huella que este genera. Cambios en las preferencias de consumo hacia productos o servicios con menor intensidad en el uso de recursos o menor generación de residuos afectarán las proyecciones de demanda de las empresas productoras, beneficiando a aquellas que proactivamente orienten sus negocios a atender estos nuevos intereses.
Los inversionistas que financian a las empresas son también conscientes de estos cambios y de los efectos que pueden representar para el desempeño financiero de los activos de las compañías. Esto se evidencia en el creciente interés en la inversión responsable y sostenible, enfoque que incorpora temas ambientales y sociales como los descritos en el proceso de análisis y decisión de inversión. Así, los consumidores y los inversionistas - además de los gobiernos y reguladores- tienen el potencial de influenciar a las empresas a adaptarse para responder ante estos desafíos globales.
Incluso antes de 1970, en el prólogo de La Condición Humana, Hannah Arendt se refería a los esfuerzos de científicos y políticos de la época por conquistar el espacio y modificar la naturaleza en el planeta diciendo: “No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para poner en duda nuestra actual capacidad de destruir toda la vida orgánica de la Tierra.” Hoy comparto el optimismo en nuestra capacidad de adaptarnos desde nuestros diferentes roles como consumidores, empresarios, inversionistas y gobernantes para cuidar nuestro hogar y la vida en él.