Internacionalista
En un contexto de guerra y crisis económica, Occidente ha fortalecido su posición en las recientes cumbres del G7 y de la OTAN.
Mientras la alianza atlántica requería un nuevo concepto estratégico para una era marcada por la agresión rusa y una nueva expansión, el G7 debía haber coordinado políticas para confrontar la amenaza recesiva que se cierne sobre la economía global. La OTAN ha cumplido. El G7, en cambio, ha optado por una declaración normativa que desatiende las urgencias de la crisis.
La alianza atlántica ha definido dos frentes que reclaman una respuesta de poder: Rusia, considerada como principal amenaza en tanto agresor de un socio (no un aliado); y China, que ha sido definida como amenaza sistémica de la que emergen intereses divergentes vinculados a conductas expansionistas. Y también ha planteado una alerta de “360º” que reconoce que la amenaza en sus nuevas modalidades (ciberataques, desarrollo tecnológico y espacial ofensivos, guerras híbridas, asimétricas y de otro tipo) puede provenir de orígenes imprevistos.
En estos casos se recurrirá a la disuasión, prevención y ejercicio de seguridad cooperativa mientras que la amenaza rusa supondrá el fortalecimiento del flanco oriental de la alianza.
Este cambio y la rápida incorporación de Suecia y Finlandia supone el incremento de capacidades aliadas, el abandono de la neutralidad de países nórdicos, la extensión de la cobertura de la seguridad colectiva (el art. 5 de la Carta) y el cambio de balance de poder en la periferia europea en el que interactúan la expansión de la OTAN y la guerra de agresión rusa.
En el proceso, la OTAN ha reiterado que persistirá en la expansión de valores liberales y en la política de “puertas abiertas” que incluye a potenciales aliados y asociados. Entre estos últimos se encuentran Estados de diversas regiones.
De otro lado, el G7 ha procurado aproximarse a la solución de la problemática inmediata de seguridad alimentaria mediante el compromiso nominal de US$ 4.5 mil millones, la promoción de un esfuerzo global con la ONU para afrontarla, la futura consideración de la afectación de terceros en la imposición de sanciones (un requerimiento de muchos) y la presión sobre Rusia para que desbloquee la exportación de alimentos (en lugar de patrocinar un acuerdo ruso-ucraniano con la OTAN y la ONU para proceder).
El G7 tampoco ha coordinado políticas para prevenir una recesión global. En lugar de ello ha preferido referirse a problemas de medio ambiente, salud, estabilidad económica, relaciones internacionales y de seguridad. Como diagnóstico económico se ha limitado a reiterar que la agresión rusa ha impedido el proceso de recuperación de la postpandemia sancionando adicionalmente a ese país mientras su visión de la economía global se resume en el fortalecimiento del orden económico alejado de la emergencia actual.
En el caso de la OTAN, el Perú debe considerar el potencial de cooperación que ofrece la alianza mientras que el G7 deberá esmerarse en coordinar soluciones que el G20 podría patrocinar.