Escribe: Fernando Eguiluz, CEO de BBVA Perú.
Cada vez que puedo me gusta ver las noticias acompañado de mis hijos y este año, en particular, hemos visto mucha información sobre la ola de calor en Perú, los incendios en Chile, los fríos intensos en Estados Unidos, el fenómeno de El Niño y una serie de eventos meteorológicos que no solo han causado graves daños personales y económicos alrededor del mundo, sino que suelen generar muchas preguntas entre los más jóvenes.
Todo esto siempre lleva a la reflexión en torno al impacto de nuestras acciones sobre el medio ambiente y sobre la sociedad en general. En mi caso, en el último lustro, conceptos como sostenibilidad, desarrollo sostenible, empresa sostenible o negocio responsable han pasado a formar parte de las conversaciones diarias con ejecutivos de compañías de todo tamaño y de diferentes sectores económicos.
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No obstante, en estas pláticas, es fácil comprobar que aún existen diferentes opiniones o puntos de vista sobre el significado de estos conceptos. Incluso, algunas personas me han dicho abiertamente que los consideran una moda pasajera o una tendencia sin un norte claro.
Al revisar algunas cifras, esa posición no parece tan sólida. Según el Banco Mundial, casi el 60% de los hogares peruanos carecen de uno o más servicios básicos como agua potable, saneamiento, electricidad e internet y más de 13 millones de peruanos no tienen acceso a agua o desagüe.
El ministerio de Economía y Finanzas calcula que tenemos una brecha de infraestructura de acceso básico (transporte, agua, saneamiento, salud y comunicaciones) que asciende a más de US$ 100,000 millones y el ministerio del Ambiente estima que el país requiere proyectos de inversión en acción climática superiores a los US$2,000 millones solo en el 2025.
En el ámbito de la inclusión financiera, existen todavía grandes espacios por atender. Solo en el grupo de personas mayores de 45 años la oportunidad de bancarización llega al 50%.
Esta realidad y mi experiencia laboral en la banca, me llevan a asociar la sostenibilidad a lo que ocurrió hace más de diez años con la transformación digital de las empresas.
En un principio, hubo mucha resistencia a la digitalización porque era necesario cambiar radicalmente los canales de distribución, adaptar los procesos internos, implementar nuevas formas de trabajar, evolucionar la cultura corporativa y diseñar una nueva oferta de productos y servicios digitales que permitan ofrecer la mejor experiencia a los clientes.
En ese tránsito, la mayoría de empresas creó inicialmente áreas digitales especializadas para liderar la transformación, pero la idea de fondo era que esas áreas solo sean la semilla que produzca el cambio total de toda la organización.
A medida que la digitalización fue avanzando, se fue extendiendo al conjunto entero de las empresas, impregnando todas y cada una de sus áreas y procedimientos. Se establecieron objetivos concretos y cuantificables, midiendo de manera permanente los avances y los bloqueos, adoptando medidas correctivas rápidas y fijando un rumbo que hoy no tiene marcha atrás.
En la actualidad no existen áreas digitales especializadas en las empresas. La digitalización ya es parte inherente de la actividad empresarial. Imagino un futuro similar para las áreas de sostenibilidad que hoy emergen en las compañías del país. Es verdad que muchas han nacido con un sesgo muy marcado hacia la responsabilidad social, pero la verdadera revolución será cuando la visión sostenible se traslade radicalmente hacia el gobierno corporativo, la estrategia, los sistemas de gestión y las oportunidades de negocio.
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Se trata de generar no solo valor económico en el largo plazo, sino también valor vinculado a aspectos ambientales y sociales, tratando de lograr, de manera equilibrada, el desarrollo económico, el desarrollo social y la protección del medio ambiente.
Para algunos puede parecer una posición utópica, pero el cambio climático es una problemática que se debe abordar sin cortapisas porque sus consecuencias económicas serán enormes, con impacto en gobiernos, reguladores, empresas, consumidores y la sociedad en general.
Del mismo modo, tiene implicaciones en las cadenas de valor de la mayoría de los sectores productivos y requerirá inversiones significativas en diversas industrias relacionadas, por ejemplo, a la agricultura, las energías renovables, la eficiencia energética, la movilidad eficiente o la economía circular.
Integrar la sostenibilidad en todas sus actividades será el nuevo reto de las empresas en el corto plazo y las llevará a evaluar su propio impacto estratégico, así como a potenciar las iniciativas de transformación que mejor respondan a los retos sociales y ambientales que plantea el cambio climático a sus clientes.
¿Cómo imagino el futuro de la sostenibilidad en las empresas? Por mi experiencia, creo que los modelos de negocio serán más sostenibles y será necesario acompañar a las personas en la transición verde; habrá que incorporar paulatinamente las oportunidades y riesgos relativos a la sostenibilidad en la estrategia, negocio, proceso y gestión de la organización; será necesario velar por el impacto medioambiental y social directo e indirecto de cada una de nuestras actividades; será imperativo desarrollar programas sociales de inversión en la comunidad y, finalmente, será necesario dedicar competencias, capacidades y recursos de las empresas para dejar claro que el mundo y sus recursos no son infinitos.
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