Una misa celebrada recientemente un sábado por la tarde en la Basílica de la Sagrada Familia tuvo todas las características de un servicio religioso vecinal, desde oraciones por los miembros enfermos y fallecidos hasta felicitaciones por el onomástico de dos feligreses en las bancas. Era el día de San Juan.
Pero también había controles de seguridad para ingresar y turistas curiosos que tomaban fotos de los fieles desde arriba. La misa regular se realizó en la cripta del templo, una obra maestra del arquitecto modernista Antoni Gaudí y uno de los monumentos más visitados de Europa.
Los lugares sagrados más emblemáticos de Europa han estado luchando este verano con un turismo que ya alcanzó o incluso superó los niveles récord previos a la pandemia.
Tratan de hallar formas de acomodar tanto a los fieles que vienen regularmente a orar como a los millones de visitantes que a menudo pagan por ver el arte y la arquitectura de los sitios.
“Trabajamos para anticiparnos, para no llegar a este colapso”, explica el padre Josep Maria Turull, rector de la Sagrada Familia y director de turismo, peregrinaciones y santuarios de la arquidiócesis de Barcelona.
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Una estrategia cada vez más popular es hacer que los visitantes y los fieles vayan por caminos separados: los servicios se llevan a cabo en lugares discretos, las visitas están prohibidas en los momentos de adoración o las filas de entrada son completamente diferentes.
Esta primavera, por ejemplo, el Vaticano abrió un “percurso” (camino) separado para quienes quieran entrar a rezar o asistir a misa, para que no se desanimen por las filas de varias horas para el promedio de 55.000 visitantes diarios, afirma la portavoz de la Basílica, Roberta Leone. El “percurso” comienza fuera de la Basílica de San Pedro.
Sin embargo, el desafío persiste para las iglesias: cómo equilibrar el aumento del turismo sin sacrificar su propósito espiritual.
“Es realmente difícil porque también quieres que la gente (externa) experimente tu fe”, explica Daniel Olsen, un profesor de la Universidad Brigham Young que investiga el turismo religioso. Es uno de los segmentos más grandes del mercado turístico, con unos 330 millones de visitantes a sitios religiosos cada año en todo el mundo.
Los fieles, que a menudo prefieren asistir a las iglesias más famosas porque regularmente tienen más servicios que las parroquias normales, esperan tener acceso gratuito mientras los turistas suelen pagar tarifas que son cruciales para el mantenimiento de los sitios.
“El templo debe ser lugar de celebraciones y no un parque temático”, opina Joan Albaiges después de la misa en la cripta de la Sagrada Familia, a la que asiste regularmente desde hace seis décadas.
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Albaiges elogió la decisión tomada hace unos años de celebrar una misa dominical multilingüe en el altar principal de la altísima basílica llena de color.
Sin embargo, hay tanta demanda de las 800 entradas gratuitas que varios cientos de personas que hacen cola habitualmente no entran, afirma el padre Turull.
Los líderes religiosos y laicos coinciden en que los visitantes deben conocer las historias de los lugares sagrados. Muchos de esos visitantes están cada vez menos familiarizados con las tradiciones religiosas en países que se secularizan rápidamente, donde las iglesias menos conocidas se están vaciando o se están reutilizando para otros fines.
“Alguna gente va a la catedral y no se entera que está en una iglesia”, señala José Fernández Lago, rector de la Catedral de Santiago de Compostela. “Es una situación que se ha ido creando en naciones que eran de mayoría cristiana y en las que ahora se ha sido enfriando la fe”, agrega.
La catedral de Santiago —repleta de obras maestras, desde escultura románica hasta la lujosa decoración barroca— atrae a cientos de miles de turistas y peregrinos que desde la Edad Media recorren las rutas del Camino de Santiago para llegar a la tumba del apóstol.
A fin de preservar su papel como una iglesia para peregrinos, dice Lago, la catedral no cobra tarifas de entrada, limita el aforo de visitantes y tampoco requiere un código de vestimenta.
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En una calurosa mañana de principios de verano, un flujo constante de peregrinos esquivaba los palos para selfies de los demás frente a la estatua de Santiago, con incrustaciones de joyas. Algunos vestían ajustados pantalones cortos de ciclista o camisetas de senderismo manchadas de sudor.
Pero las visitas no están permitidas durante las cuatro misas diarias que se celebran en el altar mayor. Los sacerdotes y los guardias de seguridad piden constantemente a los visitantes que bajen la voz para permitir que los fieles regulares recen.
“Cada vez cuesta más… cambia la actitud de la gente, lo que era la educación de la presencia, se fue perdiendo. Hay que lidiar con ello”, explica Juan Sexto, quien en 10 años como trabajador de seguridad en la catedral ha notado un cambio en el comportamiento de muchos visitantes.
Mientras la multitud se agolpaba antes de la misa de peregrinos del mediodía, siempre repleta, él usaba el micrófono principal para pedir silencio insistentemente.
El silencio duró aproximadamente un minuto, antes de que los visitantes entusiastas reanudaran su charla.
En el segundo banco hay alguien que piensa igual que Sexto, el peregrino Miguel Ángel Ariño. Mientras esperaba que comenzara la misa, dijo que la iglesia hizo bien en permitir solo la entrada de los fieles durante los momentos de adoración, dejando la catedral abierta durante muchas horas para las visitas culturales.
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“Las personas tenemos necesidad de lo transcendente… El ocio, el descanso y el tiempo con Dios no son incompatibles”, agrega Ariño.
Sin embargo, pueden llegar a serlo sin alguna estrategia. La coexistencia entre fieles y turistas ha sido controvertida en la ahora mezquita Hagia Sophia de Estambul.
Construida como una catedral emblemática en la era bizantina, convertida en mezquita tras la conquista del imperio otomano en el siglo XV y abierta como museo durante el siglo pasado, fue convertida nuevamente en mezquita en 2020 por el gobierno de Turquía, de orientación islámica.
Ahora los visitantes pueden recorrer la estructura de forma gratuita fuera de las horas de oración. En la sección principal de Hagia Sophia, donde se realizan las oraciones, los grandes mosaicos que representan figuras cristianas están ocultos detrás de cortinas y la mayor parte del piso de mármol está cubierto con alfombras.
“Nosotros como familia quisiéramos que volviera a ser museo”, opina Ricardo Bravo, un turista de México que visitó el monumento con algunos parientes. “Quisiéramos… ver más cosas para aprender más, apreciar más la cultura turca”, añade.
En muchas de las iglesias más visitadas de España, el desequilibrio va en dirección opuesta. Había tantos visitantes en la enorme Basílica del Pilar en Zaragoza un sábado de mediados de junio que la abarrotaron y fue casi imposible escuchar la misa del mediodía celebrada en la pequeña capilla donde se venera una estatua de Nuestra Señora del Pilar.
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Con unos 2,5 millones de visitantes anuales, la Catedral de Barcelona también estuvo cerca del límite antes de que su cabildo reestructurara el equilibrio entre adoración y visitas guiadas en los últimos años.
“Era como estar en el mercado”, recuerda Anna Vilanova, responsable de turismo de la catedral. “Hemos tenido que poner orden”.
La catedral instituyó un número máximo de visitantes, requirió que los grupos de turistas usaran guías de audio inalámbricas para reducir el ruido y agregó personal para explicar las nuevas políticas a los visitantes y a los que venían a misa o confesión diaria, que se efectúa en una capilla lateral con puertas de cristal para preservar el silencio.
“Llega el momento que el turismo es tan masivo que ocupa el espacio de culto”, manifiesta dijo Xavier Monjo, quien es el responsable de difusión y turismo de la catedral. “La catedral está viva, no es museo”, agrega.
Las guías para visitantes incluidas en la tarifa de entrada buscan priorizar el papel de la iglesia como un lugar activo para la adoración.
Por ejemplo, la descripción de la nave en la lista de “imprescindibles” comienza afirmando que “desde sus inicios hasta hoy, esta catedral ha sido y es un espacio dedicado a la oración”, antes de describir su impresionante arquitectura gótica catalana.
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La entrada a las terrazas de la azotea explica que aquí es desde donde se hace la bendición de la ciudad cada mes de mayo en la fiesta de la Santa Cruz.
“A medida que el turismo ha ido creciendo es una oportunidad, no de proselitismo, sino descubrir el sentido profundo de lo que pueden ver”, afirma Turull. Se trata de que “todo el que entra como turista pueda salir como peregrino, pueda hacer experiencia espiritual”, añade.
Mientras que 3.7 millones de turistas exploraron la deslumbrante arquitectura y las fascinantes vidrieras de la Sagrada Familia el año pasado, Fénelon Méndez sigue centrado en la actividad parroquial que ocurre literalmente debajo de la basílica.
Originario de Venezuela, Méndez ha vivido en el barrio con su familia desde hace una década y, a menudo, se desempeña como sacristán y monaguillo. Hay programas ministeriales para madres solteras y para migrantes, así como distribuciones regulares de alimentos, afirma.
La basílica brinda una experiencia única, por lo que los fieles deben continuar teniendo acceso total a ella, subraya Méndez. Pero la cripta donde se reúnen los fieles regulares es el verdadero núcleo donde muchos como él se sienten como en casa.
“Te llevan la basílica a Nueva York, pero nosotros estamos aquí”, subraya en la sacristía, mucho después de que los turistas del día han dejado de deambular por arriba.
Fuente: AP
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