En 1858, bajo la consigna “religión y privilegios (eclesiásticos) tradicionales”, conservadores mexicanos se alzaron en armas contra una Constitución liberal que declaró la libertad de culto y derogó una norma que impedía que las propiedades de la Iglesia católica fuesen transferidas a otros. Luego de tres años de guerra, triunfaron los principios liberales de tolerancia religiosa y separación Iglesia-Estado. Y se expandieron por toda América Latina en las décadas siguientes.
Parece que ese choque político del siglo XIX tendrá que repetirse. La nueva difuminación de la división entre las esferas espiritual y temporal le debe mucho al ascenso del protestantismo evangélico. En el 2014, 69% de latinoamericanos era católico y 19%, protestante —en Brasil, 26%, y más de 40% en tres países de América Central—, según el Pew Research Center. Es probable que el número de protestantes haya aumentado desde entonces; la mayoría es pentecostal.
Esta confesión enfatiza la interpretación literal de la Biblia y una relación personal directa con Dios vía el bautismo. Muchos de sus fieles quieren que sus creencias modelen la política pública. Su mayor prioridad es oponerse a los derechos de la comunidad gay y al aborto. En ciertos casos, rechazan la ciencia y han intervenido en política exterior. Algunos cuestionan la separación Iglesia-Estado.
Jair Bolsonaro, el presidente populista de Brasil, dice que es católico pero fue rebautizado en el río Jordán por un pastor pentecostal. “El Estado es secular pero nosotros somos cristianos”, ha declarado, lo que según algunos indicaría que lo debilitará. Tras el derrocamiento de Evo Morales, su sucesora en la presidencia de Bolivia, Jeanine Áñez, declaró que “la Biblia vuelve a Palacio”. Luis Fernando Camacho, líder del alzamiento contra Morales, ahora es candidato presidencial y quiere poner fin al Estado secular consagrado en la Constitución del 2009.
Capitol Ministries, organización estadounidense que busca establecer centros de estudios bíblicos en las legislaturas de casi todos los países sobre la Tierra, ya cuenta con ocho en América Latina. Según su sitio web, se tiene programado abrir más.
El principal campo de batalla del nuevo conservadurismo religioso es el comportamiento personal. Bolsonaro ridiculiza a los gais, y Damares Alves, pastora evangélica y actual ministra brasileña de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, promueve la abstinencia —en lugar de los métodos anticonceptivos— para prevenir el embarazo adolescente. Los evangélicos se opusieron al matrimonio gay hasta en la comunista Cuba.
No obstante, los temas de política gubernamental que inquietan a estos grupos son amplios. Bolsonaro nombró a un escéptico de la evolución para jefaturar la agencia que supervisa la educación superior, y a un exmisionero evangélico para manejar la entidad que se ocupa de las tribus indígenas aisladas. Algunos pastores se opusieron al acuerdo de paz del 2016 entre el Gobierno colombiano y las FARC.
Capitol Ministries ha realizado lobby en gobiernos latinoamericanos para que repliquen la decisión de Estados Unidos de trasladar su embajada en Israel a Jerusalén. Guatemala ya lo ha hecho.
La Iglesia católica tampoco es ajena a la política. Solía promover a los partidos demócrata cristianos en América Latina y también ha luchado en contra del aborto y los derechos gais, así como para preservar la educación religiosa. El papa Francisco no oculta su simpatía por el peronismo, el movimiento populista que gobierna en Argentina.
Sin embargo, el lado evangélico tiende a mostrar más vigor y organización. En Brasil, 195 de los 513 miembros de la Cámara de Diputados son integrantes de un bloque evangélico que incluye al partido Republicano, conformado por la Iglesia Universal de Edir Macedo, un adinerado “megapastor”. Los pastores evangélicos tienen mayor probabilidad que los obispos católicos de decirle a su grey por quién votar.
Pero no todos los evangélicos son conservadores. En las elecciones brasileñas del 2018, Bolsonaro obtuvo 22 millones de votos evangélicos, pero su rival izquierdista recibió 10 millones, según estima la encuestadora Datafolha.
Tampoco ocurre que el conservadurismo religioso esté obteniendo todo lo que quiere. El año pasado, la Corte Suprema de Brasil dictaminó que los actos homofóbicos son crímenes. El nuevo presidente argentino, Alberto Fernández, ha propuesto un proyecto de ley para legalizar el aborto.
La religiosidad popular en América Latina tiene fuertes raíces, pues es un consuelo ante un mundo injusto. Pero el secularismo ha sido útil para la región, que ha estado libre de conflictos religiosos desde los años 20, y que clama por más ciencia. Muchos de sus ciudadanos creen que sus democracias les deben el derecho de vivir como ellos deseen. La separación entre religión y política necesita ser defendida.