Todos los días al amanecer, Manoel Rebouças remolca su pequeño barco a motor desde la arena hacia el mar de Copacabana: este rincón de la playa más famosa de Rio de Janeiro alberga una colonia de pescadores centenaria que lucha por mantenerse viva.
En pocos minutos, su barco se aleja de la costa, dejando atrás a los nadadores y otros deportistas que ocupan este sector de aguas tranquilas de la playa, junto al Fuerte de Copacabana, antes de que lleguen los turistas.
Tras navegar algunos kilómetros escrutando el horizonte, Rebouças apaga el motor y empieza a recoger la red que ha colocado el día anterior, donde han quedado atrapadas varias corvinas y anchoas.
“Disminuyeron mucho los cardúmenes, ya no se aproximan como antes”, lamenta Rebouças, de 63 años, presidente desde 2020 de la colonia de pescadores Z13 de Copacabana, fundada en 1923.
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La pesca predatoria (industrial o artesanal), “que no es sustentable”, junto con la falta de interés de las nuevas generaciones, amenaza la continuidad de la profesión, sostiene.
Ese no es el caso de su hijo Manasi Rebouças, de 34 años, que dice llevar el oficio “en la sangre”.
“Aunque la pesca sea escasa, la sensación de estar aquí adentro renueva las energías”, afirma.
Desde allí, un punto de pesca entre el archipiélago de las islas Cagarras y el histórico Fuerte, el ruido de la ‘Ciudad Maravillosa’ es apenas un murmullo lejano dentro de una postal panorámica que incluye a los turísticos cerros Corcovado (que aloja a la estatua del Cristo Redentor) y Pan de Azúcar.
Pero Manoel y Manasi no están allí para apreciar la deslumbrante vista.
“Tenemos que llevar rápidamente el pescado a la tierra para los clientes, que lo compran para el almuerzo”, explica Manoel.
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La historia de un barrio
De regreso a la playa, descargan un cajón con varios kilos de pescado fresco, que venderán en la sede de la Z13, donde trabajan unos 50 pescadores.
“Somos clientes asiduos. Conocemos a esta gente, sabemos que salen temprano y vuelven con la mercadería fresca, certeza de buena calidad”, dice Mauricio Thompson, un instructor de remo que trabaja en la playa.
Atún, tilapia, pulpo, mejillones... el menú es variado y se vende también por la web de la pescadería, que se jacta de proveer a “los mejores restaurantes” de la ciudad.
Los pescadores agrupados en la Z13, unos 500 en total, trabajan a lo ancho de 36 km de costa.
Su historia se funde con la de Copacabana, barrio icónico carioca fundado hace más de 130 años.
“Cuando le pusieron el nombre Copacabana (en referencia a Nuestra Señora de Copacabana, del boliviano lago Titicaca), los pescadores ya estaban aquí”, cuenta Rebouças.
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Jóvenes aprendices
Además de la presencia de grandes barcos de pesca industrial, la pesca artesanal se ve perjudicada por la contaminación de desechos y la actividad petrolera en la región, sostiene la socióloga Lara Mattos, de la ONG Núcleo Canoas.
Junto con la colonia, esta organización coordina un curso de formación para jóvenes pescadores, proyecto que forma parte de un acuerdo de compensación firmado entre el Ministerio Público Federal (fiscalía) de Rio de Janeiro y la petrolera estadounidense Chevron (cuya parte fue luego adquirida por PRIO, la antigua empresa PetroRio) tras un derrame de más de 3.000 barriles de crudo en un campo mar adentro frente a las costas del estado de Rio, en 2011 y 2012.
El objetivo es mantener vivo un oficio que contribuye para la preservación ambiental.
Los pescadores “tienen en cuenta los ciclos de la vida marina, la manutención de la biodiversidad y la garantía de recursos para las próximas generaciones”, explica Mattos.
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Los primeros 20 estudiantes del proyecto se graduarán este mes. Entre ellos, Izabely Albuquerque, de 19 años, que cose con pericia una red de pesca, sin dejar que se enrede en sus largas uñas esculpidas.
“Si está descosida, el pez se escapa”, explica.
Gilmar Ferreira, de 39 años, busca oficializar un trabajo que ha hecho desde siempre.
“Mi padre es pescador, con mi hermano pescamos desde niños. Con el curso tenemos la oportunidad de obtener un carné de pescador”, cuenta.
Fuente: AFP
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