En los últimos 40 años, México ha transformado su economía; ha pasado de economía dominada por el petróleo y otras materias primas a gran potencia manufacturera.
En los últimos 40 años, México ha transformado su economía; ha pasado de economía dominada por el petróleo y otras materias primas a gran potencia manufacturera.

Después de dos años de entre Estados Unidos y China, las multinacionales que fabrican en China se impacientan cada vez más. La escalada de los aranceles estadounidenses, además del aumento de los costos laborales, el endurecimiento de las normas ambientales y la mano pesada y a menudo caprichosa del Estado chino obligan a fabricantes a repensar su presencia global.

Dell Technologies Inc., , Nintendo Co., Crocs Inc., IRobot Corp. y GoPro Inc. han anunciado cambios sobre el lugar donde van a fabricar. Muchas más compañías seguirán.

Sin embargo, mientras ejecutivos senior y juntas directivas del mundo reflexionan sobre dónde ubicar sus próximas plantas e instalaciones de producción, se retira en gran medida del juego.

En los últimos 40 años, México ha transformado su economía; ha pasado de economía dominada por el petróleo y otras materias primas a gran potencia manufacturera. Hoy, la proporción de sus exportaciones frente al producto interno bruto supera 39%, más del doble de la de China, sin mencionar la de EE.UU. Las piezas de automóviles, maquinaria, computadoras y teléfonos lideran esta ola. La mayoría tiene como destino EE.UU., pero algunos productos también son para Brasil, Canadá, Alemania y otros lugares.

El acceso libre de aranceles a la economía de consumo más grande del mundo ayudó, al igual que las decenas de miles de millones en inversión extranjera directa que llegaron bajo la mayor seguridad jurídica y las protecciones de propiedad intelectual acordadas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

México ha ampliado estas ventajas con la graduación de decenas de miles de técnicos e ingenieros cada año. Ha facilitado la apertura de fábricas y eliminando obstáculos burocráticos para las empresas privadas. Los salarios también se han mantenido relativamente bajos, borrando una de las ventajas que tenía China, donde los salarios han ido en aumento.

Sin embargo, ahora, a medida que las empresas comienzan su traslado, muy pocas llegan a México. Es cierto que las cadenas de suministro existentes son complicadas. Asia tiene gran poder sobre los dispositivos electrónicos; sus países pueden armar teléfonos, radios, computadores portátiles y demás con una velocidad y agilidad asombrosas. Miles de partes provienen de los mares del sur y este de China: pantallas de Japón, circuitos de Corea del Sur, chips de Taiwán.

Cuando Apple intentó fabricar los MacBook Pro en Texas falló por falta de un tornillo, una historia de advertencia para todas las compañías que buscan alejarse mucho de sus sitios de producción actuales. La incertidumbre sobre cuándo y si el Congreso aprobará el Tratado de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México (T-MEC), o el nuevo TLCAN, se suma a los riesgos externos.

Pero las principales razones por las que México no atrae en este momento a parte de los traslados mundiales son de cosecha propia. Su entorno, que alguna vez fue favorable a los negocios, ya no parece serlo tanto.

El gobierno está reduciendo la inversión en los tipos de infraestructura que los fabricantes necesitan (y que China ha suministrado de manera excepcional). El presupuesto propuesto para nuevas carreteras ha bajado 45%; a ferrocarriles y puertos tampoco les va bien. El presidente Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO, canceló los planes para un aeropuerto de clase mundial que podría haber movido carga junto con millones de personas. Para los gerentes de la cadena de suministro global, el gran tren turístico y la refinería de Tabasco que AMLO promociona son solo distracciones financieras.

Las políticas energéticas del gobierno tampoco aseguran que México tendrá suficiente electricidad segura y asequible para soportar un aumento de la fabricación. En lugar de alentar la inversión privada para hacer frente a los apagones en los estados a lo largo de la costa este, el gobierno decidió pelear con empresas internacionales por proyectos de oleoductos, cancelando así las subastas de energía renovable y convencional. Las redes eléctricas de México están envejecidas y sobrecargadas; un riesgo real que enfrentarían las nuevas plantas y operaciones sería simplemente mantener las luces encendidas.

La violencia aumenta, particularmente en el corazón de la industria, lo que obliga a cualquier empresa a pensar más de dos veces antes de abrir una fábrica. A pesar de la retórica de AMLO, el nuevo presupuesto muestra que no se considera la inseguridad como una verdadera prioridad. El gasto permanece plano. Con menos de 1% del PBI, está muy por debajo de lo que otros países latinoamericanos o muchos de sus pares de mercados emergentes gastan para proteger a su gente.

Agreguemos malestar social. Las huelgas van en aumento, lo que hace que los salarios razonables y la mano de obra calificada de México sean menos atractivos. Las protestas, como las que bloquearon las carreteras y ferrocarriles de Michoacán durante meses, amenazan las entregas desde el principal puerto del Pacífico, Lázaro Cárdenas, a los grupos industriales del centro y norte de México. Para cualquier empresa que busque traer partes asiáticas a un nuevo eslabón con sede en México en su cadena de suministro, estas interrupciones son terribles.

Incluso la propiedad de tierras, plantas y otras instalaciones parece menos segura que antes, dada la ley de decomiso de activos recientemente aprobada. Si bien abarca serios problemas de corrupción, extorsión y delincuencia organizada, el amplio marco también podría enredar a las empresas involucradas en disputas ordinarias. Las nuevas reglas permiten al gobierno confiscar la propiedad primero y luego hacer preguntas. Sin una revisión judicial interna inicial e independiente, ser propietario y operar un negocio en México se ha vuelto más riesgoso.

Pero quizás lo más importante es que el gobierno no vende a México. Las grandes corporaciones se han acostumbrado a ser cortejadas por los países. Bajo AMLO, México no hace casi nada para que estos creadores de empleos sepan que el país está abierto a los negocios.

ProMéxico, una agencia que alguna vez tuvo oficinas en más de 30 países para generar negocios para exportadores locales y atraer a empresas internacionales, cerró hace poco. El gobierno también retiró de embajadas a empleados de la Secretaría de Hacienda, sin dejar funcionarios en Pekín o Shanghái que puedan argumentar por qué México es una mejor alternativa que Vietnam, Malasia, Indonesia o Etiopía.

México tuvo un buen aumento en sus ventas al norte en el primer semestre 2019, ya que las operaciones existentes aprovecharon los vientos en contra de sus competidores chinos. Pero durante los mismos seis meses, la inversión nacional se derrumbó y la confianza de los inversionistas extranjeros se desplomó, lo que sugiere que cualquier ganancia será fugaz (especialmente a medida que la producción sale de China hacia otros países que no están sujetos a aranceles punitivos estadounidenses).

Las fábricas e instalaciones, particularmente en los sectores de fabricación avanzada, tienen largos plazos de ejecución. Pueden pasar años antes de que salga la versión final del primer automóvil, motor de avión o equipo de resonancia magnética resultado de una inversión. Las decisiones que se toman ahora para redirigir cientos de miles de millones de dólares en contratos e inversión extranjera directa pueden impulsar el crecimiento o dejar en ascuas a los países durante la próxima década o más. La retirada de México justo en el momento de una reestructuración mundial de la fabricación significa que está perdiendo la oportunidad de ganancia en los próximos años. AMLO dice que le importa más el desarrollo económico que el crecimiento. Sin embargo, bajo su gobierno, México desperdicia la mayor oportunidad que tiene en ambos frentes.

Por Shannon O’Neil

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