César Paredes, de nueve años, entra al ruedo vestido impecable con su traje campero y un capote doblado en la mano, bajo la ovación del público de una plaza de toros en Venezuela. Sueña convertirse en un gran matador.
Estudia para ser torero en una pequeña escuela en Mérida, ciudad de los Andes venezolanos donde aún prevalece la tradición de la tauromaquia pese a la protesta de activistas por abolirla y los obstáculos que pone la justicia a festividades.
“Quiero salir por la puerta grande siendo un gran torero”, repite César una y otra vez.
Ha crecido en una familia muy aficionada a los toros. Su hermano ya es banderillero, todo conducido por la madre, fanática de la fiesta brava.
Mérida ha tomado desde hace décadas las corridas de toros como insignia de sus carnavales, siempre con buena asistencia, pese a una larga crisis económica que diluyó el poder adquisitivo de los venezolanos.
Mirar valiente
César y otros 15 niños, así como una niña, acuden a la clase que dirige Mauro Pereira, un torero retirado de 73 años.
Los alumnos practican posturas erguidas y estables, como extender los brazos con soltura. Entre ellos se turnan el papel del toro, que desempeñan colocándose en el rostro una cornamenta para embestir.
Los tipos de lance, el peso del capote de brega color rosa, cómo sostener la muleta forman parte de la lección, que se extiende por unas tres horas.
También cómo “mirar de forma valiente” y aprender a doblar las rodillas cuando caen al piso para levantarse rápido.
“No podemos vacilar, hay que ser decididos y también tener respeto. Cuando se empieza, no ganas de una vez la muleta, eso es poco a poco. Hay que practicar para ser bueno, una vez estuve cerca de una novilla y fue maravilloso”, comenta Leonardo Rangel, un aprendiz de 14 años.
“¡Queremos torear!”
Los alumnos acudieron al I Certamen de Escuelas Taurinas “Le Bonheur d’un Torero”, que se organizó en febrero en Mérida con cinco escuelas participantes.
“Yo creo que todos estarán orgullosos cuando nos vean como banderilleros, novilleros y matadores”, dice Jefferson Vanegas, estudiante de 13 años de La Grita, en el vecino estado de Táchira (oeste), que acudió al evento.
Pero los niños se quedaron sin torear. Una orden judicial prohibió que menores de edad torearan en la plaza, incluso estar cerca de cualquier matanza.
“Los niños gritaban ‘¡queremos torear!’, pero no les dejaron”, lamentó Maritza Arias, la madre de César. “Fue muy doloroso tener que levantarlos de las gradas y que se retiraran del lugar”.
César sólo pudo presentarse al final del evento para una presentación con “imagen de torero”, recibida con aplausos por el público.
“Siento mucho orgullo de ver a mis hijos en esto, cuando las cosas le salen bien se transforma en disciplina, es arte para mí”, sostiene Maritza, de 47 años.
“Hay que educar”
Pero así como perdura el amor por la tauromaquia, también crece el activismo contra las festividades taurinas para detener estas prácticas “barbáricas”.
La fiscalía ha suspendido corridas y el Parlamento impulsa una ley contra el maltrato animal, que puede abordar esta práctica.
Según la ley actual, es potestad de las alcaldías regular espectáculos con animales. Ciudades como Caracas y Maracaibo prohibieron las fiestas taurinas.
“Yo critico a los que van a una plaza de toros a ver cómo asesinan a un ser vivo que no tiene culpa de estar allí, un ser que tristemente le produce dinero a otro y entrega su vida por eso”, dice Johan Sánchez, codirector de Fundación Napda, que ha organizado varias protestas.
“Hay que educar a las futuras generaciones para salvarlos”, apuntó el activista de 41 años.
Encargado ahora de impartir la tauromaquia a las nuevas generaciones, Mauro Pereira responde: “Es toda una cultura que proviene de hace miles de años”.
“El toro de lidia se hizo para morir con honor y valentía en una plaza de toros”, argumenta.
Fuente: AFP
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