Quince minutos. Eso fue lo que demoró Priscila Rivero en salir de su casa y dejar a sus hijos y sobrinos a salvo en casa de su suegra. Cuando volvió, las llamas habían consumido completamente los muros del hogar de su familia en los últimos 30 años.
“El fuego había saltado hasta nuestro cerro, había cruzado la carretera y entró por atrás a nuestras casas”, relata a The Associated Press. Penetró “por el medio quemando las viviendas de esa zona, las más altas, y nuestra casa literalmente despareció”.
“Ya estaba en llamas completamente, salía el fuego por las ventanas”, afirma. Rivero vivía ahí con su esposo y sus dos hijos, en la casa de abajo vivían sus padres de 77 y 72 años y su sobrina de 20 años.
Solo quedaron las latas del techo. Vivía en un tercer piso.
Rivero, de 42 años y chef de profesión, que regresó a buscar a sus padres para sacarlos de allí alcanzó también a ayudar a una anciana que estaba sola en un edificio. “Ahí ya se habían quemado varias casas de nuestros vecinos”.
“Estaban todas las casas quemándose alrededor de nosotros”.
Quedó literalmente con lo puesto. Unos zuecos de cocinar y un vestido de estar por la casa. Uno de sus hijos salió en pijama.
En su segundo viaje de vuelta, 40 minutos después, iba por su marido que estaba subiendo hacia su hogar en Miraflores alto, una colina en Viña del Mar, una de las zonas más afectadas por los fuegos. Se encontraron su casa cercada por carros de bomberos tratando de que el fuego no alcanzara una estación de gas licuado.
Miles de viviendas se han visto afectadas, dañadas parcialmente o destruidas por los incendios que desde el viernes asolan la región de Valparaíso y que han golpeado con fuerza a sectores de Viña del Mar, Quilpué, Villa Alemana y Limache.
En su manzana, hay al menos diez casas quemadas y en su familia más cercana otras cinco casas destruidas. “Se quemaron los sectores más pobres del Viña del Mar, todas las tomas” o sectores de viviendas irregulares, lamenta la mujer.
Su hermano que vive en el cerro de enfrente “escapó de las llamas corriendo porque el fuego estaba envolviendo su casa y la de los familiares de su esposa”. En la huida perdió de vista “a su esposa y su hijo” y recién se encontraron a las 2.00 de la madrugada. Ella perdió en la huida su teléfono pero además las antenas se quemaron. “No había señal, los mensajes no llegaban”, recuerda la angustia de esa noche de viernes.
Con los ojos parcialmente quemados, su hermano logró escapar de una parte de Villa Independencia que a la mañana siguiente amaneció con varias hileras de autos quemados. “En diez cuadras, el vio mucha gente muerta en la calle, al menos ocho personas; eso lo dejó en shock y llegó muy asustado abajo”.
Pese a todo, Riveros está contenta de que toda su familia se encuentre bien.
Hasta 18 personas de su familia se juntaron en casa de su suegra, en un departamento de 50 metros cuadrados la noche del viernes. Algunos “tuvimos que dormir sentados alrededor de la mesa”, relata. Al día siguiente, se movieron a una casa que les dejaron, “pero el humo volvió a llegar y nos avisaron que había que desalojar el sector”. De ahí fueron a casa de unos amigos y repartieron el grupo.
“Hemos recibido mucho amor de nuestros amigos”, con llamadas, mensajes, ayuda, útiles de aseo, comida y algunos aportes en dinero. Dice estar agradecida. “Hemos recibido mucho cariño”.
Creemos en Dios y “confiamos que todo lo hace con un propósito” y seguro que algo hay que aprender y fortalecerse, levantarse “de las cenizas, literalmente”.
Marco Delgadillo, que vive en el sector de El Olivar en Viña del Mar, una de las áreas más afectadas, se quedó también con lo puesto, “sin nada, nada, nada, nada”. Solo con el consuelo de que su familia no estaba ahí y su hija salvó la vida gracias a un osado conductor de bus.
“El humo me intoxicó, la visión era imposible; dónde ibas, era caos no había lugar dónde no hubiera llamas”, hasta que encontraron una cancha de fútbol con un cortafuegos que le ayudó a salvarse.
Nunca olvidará ver Villa Independencia, el sector en donde vive, lleno de llamas, devastado. Uno de su amigos murió calcinado por no poder salir de su negocio en el que había trabajado toda su vida. Otro amigo cercano perdió también su local en el que se había esforzado durante más de 30 años.
Relata su historia a AP mientras saca los escombros de una casa de la que ya no queda nada y comienza la tarea de reconstrucción. “Hay que pensar en reactivarse, en reconstruir, no nos queda otra”, afirma Delgadillo, con la resiliencia de quien sabe que no hay otra opción.
Dice que al menos 20 personas que conoce han fallecido.
“Esto es lo peor que ha pasado en Chile, peor que un terremoto, todo”, se lamenta. “Aquí se perdieron vidas, lo material se puede recuperar”, reflexiona, “pero aquí se perdieron historias y eso no se recupera”.
Y por eso desde la experiencia de haberse salvado por los pelos, lanza un consejo a sus vecinos.
Cuando él evacuó estuvo a punto de ser demasiado tarde. “Cuando salí no me di cuenta de que no había nadie. No piensen en sacar cosas, evacúen. Lo material se recupera… Pero por salvar una radio puedes perder la vida, en un minuto”, afirma, señalando que a él le costó quemarse los ojos.
“Yo antes era de esos de que hay que salvar la cosas, es la peor decisión; si llega el fuego, arranca”.
Y concluye: “Vivo puedes ayudar a otros”.
Más de 120 personas han perdido hasta el momento la vida en los incendios que desde el viernes asolan la región de Valparaíso.
Según las autoridades una de las dificultades ha sido lograr que la gente deje sus viviendas y evacúe cuando llegan los mensajes de alerta.
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