Un viñedo en la andina localidad de Yaruquí, vecina a Quito, se abre camino en la línea equinoccial para producir vinos cargados con una historia de sacrificio.
“Estamos bordeando la línea equinoccial, por eso el clima no nos ayuda”, dice a la AFP el agrónomo Carlos Vera, que administra el viñedo Chaupi Estancia, ubicado a 2,500 metros sobre el nivel del mar.
En Yaruquí, a unos 50 minutos de la capital ecuatoriana, “tenemos las cuatro estaciones en un día”, bromea Vera durante un recorrido con periodistas.
No miente. El clima pasa en cuestión de minutos del sol a la lluvia y el viento sopla fuerte.
Al estar atravesado por la línea equinoccial, Ecuador carece de cuatro estaciones bien definidas, necesarias para una mayor y mejor producción uvas destinadas a la preparación de vinos.
“Los viñedos ecuatorianos requieren de muchísimo seguimiento, han requerido de mucho estudio del suelo, de verificar, ensayar y probar con diferentes variedades y no todas las variedades se han dado”, comenta a la AFP la sommelier francoecuatoriana Cristina Jarrín.
El proyecto vitivinícola Chaupi Estancia, creado en 1992, es pequeño. Produce entre 4,000 y 5,000 botellas anuales.
Esta bodega fue “la pionera” en sacar vinos ecuatorianos al mercado internacional, señala Jarrín, quien además es periodista y por 15 años editó la revista especializada Viníssimo.
En Ecuador han surgido otras bodegas como Dos Hemisferios, que empezó a trabajar hace una década en la costera provincia de Guayas (suroeste) y tiene mucha mayor presencia en el mercado.
Cuando Chaupi Estancia inició con el proyecto “todo el mundo podía reírse, pero consiguió su primer producto que tuvo un reconocimiento internacional, un palomino”, relata Jarrín, en alusión a una variedad blanca de origen español.
“Historia de sacrificio”
Entre los pinot noir y cabernet, el consentido de Vera es un blend de 10 cepas.
“Las casas comerciales usualmente hacen un blend con tres cepas”, dice el agrónomo, de 53 años.
Este año el viñedo, que trabaja con unas 20 variedades de uva en tres hectáreas, tiene bajo invernadero unas 780 plantas cuyos frutos están cubiertos con bolsas de tela para evitar que los pájaros que logran colarse se roben las uvas.
El resto de plantas están al aire libre pero en estado de reposo, sin producir frutos. Sus troncos están cubiertos de hierba, una técnica para que obtengan el calor necesario para descansar.
El viñedo, el único reportado en los alrededores de Quito, no es una rareza en la altura de los Andes. En Chile, a unos 3,000 metros sobre el nivel del mar y en el desierto de Atacama, se producen las variedades moscatel, syrah, pinot noir y malbec.
En Yaruquí, si la planta está en proceso de floración y cae un aguacero, “se termina la producción de todo el año”, cuenta Vera, quien -cuando ocurre- no tiene más remedio que seguir cuidando la viña. “No le podemos dejar abandonada a la planta”, sostiene.
Ese trabajo de los productores ecuatorianos en medio de dificultades debe reconocerse, sostiene Jarrín, quien agrega que la presencia de vinos locales ha servido para “quitarle la imagen elitista” a esa bebida.
“Detrás de una copa de vino hay una historia de sacrificio, de trabajo, de alegrías y de tristezas”, remata.